
Vivimos una época de crisis en aumento: un creciente movimiento de derechas que se acerca al fascismo, un aumento de la desigualdad económica y guerras cada vez más numerosas sin una solución justa a la vista, desde la invasión rusa de Ucrania hasta la devastadora guerra de Israel contra Gaza.
¿Cómo hemos llegado a este punto? La respuesta puede estar no sólo en los sistemas políticos y sociales, sino en las contradicciones que llevamos dentro.
A menudo imaginamos que nuestras actitudes y comportamientos personales tienen poca repercusión en la política o la sociedad. Pero esta desconexión -entre nuestra vida interior y el mundo que nos rodea- no es una coincidencia. Es una forma de fragmentación en el corazón de la crisis actual. Como sostenía el pensador argentino Silo, la violencia de la sociedad es a la vez reflejo y sustento de las contradicciones que llevamos dentro.
Podemos definir la contradicción de forma sencilla: pensar, sentir y actuar en direcciones desconectadas u opuestas. La contradicción no sólo crea tensión interior, sino que también genera sufrimiento, que a su vez se manifiesta como violencia hacia los demás. Las contradicciones también fracturan nuestro sentido y merman nuestra capacidad de actuar coherentemente en el mundo.
En El paisaje interno, Silo escribe:
«Cada acción contradictoria que has realizado en tu vida… tiene el sabor inequívoco de la violencia interna y de la traición a ti mismo… Algo se rompió entonces y cambió tu dirección. Y esto, a su vez, te predispuso a una nueva ruptura».
Estos momentos, sugiere Silo, nos predisponen a nuevos actos contradictorios. Nos sentimos más débiles, más confusos y cada vez más cínicos sobre la posibilidad de cambio, tanto respecto de nosotros mismos como en el mundo que nos rodea. Estas contradicciones pueden manifestarse de diversas maneras: Queremos la paz, pero gastamos más del 50% de nuestro presupuesto federal en el ejército. Queremos justicia, pero no participamos en el activismo. Queremos democracia, pero nos cuesta votar y tenemos miedo de actuar. Queremos comunidad, pero evitamos el contacto social.
Estas contradicciones internas no permanecen contenidas: afectan a la forma en que nos relacionamos con los demás, especialmente con los más cercanos. En Estados Unidos, la violencia de pareja afecta a unos 12 millones de estadounidenses al año. Según los CDC, el 41% de las mujeres y el 26% de los hombres afirman haber sufrido algún tipo de violencia de pareja a lo largo de su vida. Estas contradicciones personales se hacen eco de la violencia y la desconexión que impregnan nuestra cultura.
Los movimientos de derechas han aprendido a instrumentalizar nuestras fracturas internas, convirtiendo la confusión en miedo y el miedo en odio. Cuando las personas se sienten impotentes o desconectadas emocionalmente, son más vulnerables a las narrativas simplistas que culpan a los de fuera o prometen control. Esto no es casual. Como ya advirtió Bernie Sanders en 2003, las élites económicas explotan esta desunión para desmantelar los sistemas de apoyo colectivo y debilitar la resistencia.
La tarea urgente ahora es alinear lo que pensamos, sentimos y hacemos, para recuperar nuestra capacidad de actuar con claridad y propósito. La coherencia interior da lugar a la fuerza colectiva. No se trata de perfección, sino de elegir intencionadamente una dirección que, con el tiempo, compense y acabe superando nuestras contradicciones pasadas. Sanarnos a nosotros mismos y transformar el mundo no son esfuerzos separados: son dos partes de la misma lucha y tienen que ocurrir simultáneamente para que cualquiera de las dos tenga éxito.
Como nos recuerda Silo «Las acciones contradictorias o unitivas se acumulan en tu interior… Si repites tus actos de unidad interna, nada podrá detenerte. Serás como una fuerza de la Naturaleza cuando no encuentra resistencia en su camino».
Así que la pregunta sigue en pie:
¿Cuándo empezaremos a transformar nuestras vidas y romper por fin el ciclo de violencia que nos ha atrapado?
David Andersson
Nota Original en: PRESSENZA.COM