PRESSENZA · Ecología y Medio Ambiente
Por Edgardo Ayala
COMASAGUA, El Salvador – En una propiedad de 19 hectáreas, un colectivo de hombres y mujeres vuelve realidad un sueño: una finca ecológica donde producen frutas y legumbres orgánicas, cosechan el agua de la lluvia, aprovechan la energía solar y también es donde las mujeres se empoderan y siembran para generar ingresos económicos.
“Hacemos énfasis en la agroecología, es decir, en producir alimentos saludables, utilizando los recursos que nos provee la naturaleza y de esa forma hacemos conciencia de los efectos del cambio climático en las comunidades”, explicó Kasandra Portillo, presidenta de la cooperativa La Canasta Campesina, en entrevista con IPS.
La propiedad, nombrada Ecofinca, es el centro neurálgico de la cooperativa, un esfuerzo agrícola que inició en 2009 como un grupo de mujeres que empezaron cultivando orgánicamente en sus pequeños huertos caseros, pero que en 2014 se conformaron formalmente en la cooperativa que es ahora.
La finca, adquirida en 2020 con fondos donados por el Socorro Popular Francés, se ubica en las inmediaciones de Comasagua, una localidad del departamento de La Libertad, en el centro de El Salvador. Participan 47 personas, de las cuales 37 son mujeres.
En lo que podría considerarse el casco de la finca, se levanta una casa recientemente construida, con salas para la oficina, cocina, área de producción que, a su vez, cuenta con un cuarto frío, entre otras áreas. Sobre el techo se han montado varios paneles solares y también un sistema de recolección de agua lluvia.
Varias lámparas localizadas a lo largo de uno de los senderos de la finca se abastecen también con energía fotovoltaica, pues tienen montado un pequeño panel solar en la parte superior .
Al inicio, huertos caseros de mujeres
Portillo aseguró que, para el despegue del proyecto, han obtenido el apoyo de la cooperación francesa y española, que ayudaron en la adquisición de materiales y proyectos vinculados a la producción agroecológica, como la construcción de los invernaderos, el sistema de riego por goteo o la compra de bidones donde colectar el agua lluvia.
Si bien actualmente participan hombres en la cooperativa, en su fase embrionaria, antes de constituirse como tal y de tener la finca, fue una iniciativa enteramente de mujeres, cultivando en los huertos de sus casas.
Los hombres, acostumbrados a trabajar como jornaleros en las fincas de café y a sembrar únicamente granos como maíz y frijoles en sus parcelas, no le vieron futuro a un esfuerzo colectivo para cosechar legumbres, a pesar de que hay un mercado para ello, pues El Salvador es deficitario en esos productos y tiene que importarlos de países vecinos, como Guatemala.
Y los hombres no solo se negaron a participar en la iniciativa, sino que, por el machismo imperante, no querían dejar que sus parejas fueran a los talleres de capacitación.
“Los técnicos del proyecto tuvieron que ir a explicarles a los esposos o parejas de qué trataba todo, porque si no, no las dejaban participar”, recordó Portillo, de 27 años de edad, y quien espera a un bebé, programado para nacer en junio.
Por eso, en sus inicios, el proyecto hizo énfasis en las mujeres y las capacitaciones se enfocaron en temas como liderazgo, trabajo en equipo, género y sobre todo agroecología.
“Nos cuentan las socias de la cooperativa que ellas creían que sembrar no era cosa de mujeres, porque así les habían enseñado, y ahora con las capacitaciones han cambiado su mentalidad, y además pueden afrontar una situación vulnerable, se han ido empoderando”, contó Erlinda Salazar, coordinadora de organización comunitaria de la cooperativa, en diáologo con IPS.
Salazar, también productora de la asociación, recordó que comenzó a trabajar en la cooperativa en 2022 ayudando a montar las canastas, y poco a poco se fue involucrando más hasta que llegó el momento de sembrar y cosechar, en cuatro franjas o eras de tierra de un metro de ancho por 10 de largo, en la ecofinca.
“Sembré cebollín, zanahoria, rábano y cilantro, era mi primera experiencia como productora”, recordó, parada frente a las hileras de tierra donde viene ya una nueva cosecha. De esos productos, el cebollín fue la estrella, pues le dejó un ingreso de unos 300 dólares, aseguró.
Para Salazar, todo ha sido un proceso continuo de aprendizaje.
“Aprendí a hacer la composta, los foliares orgánicos; yo nunca pensé que un foliar se podía hacer con retoño de bambú, picándolo y mezclándolo con melaza, o de mango, usando la pulpa y la cáscara”, recordó Salazar, de 23 años.
Ahora, en las mismas cuatro franjas de tierra tiene sembrado, además del cebollín, cebolla, ejote, cilantro, puerro y rábano. Y tienen a su disposición otras cuatro franjas más, que aún no siembra.
“En 20 días estaré cosechando ejotes, ya está floreando”, acotó, tras arrodillarse para ver de cerca las flores de esa leguminosa.
Un modelo por suscripción
El nombre de la cooperativa viene del canasto o canasta hecha de fibras de bambú, un cesto circular muy usado en la zona rural de El Salvador para llevar productos, cargándolo en la cabeza, en el caso de las mujeres, y en la espalda, de los hombres.
También se usa atado a la cintura para que ahí vayan cayendo los granos de café que los jornaleros van cortando, durante la cosecha.
La asociación comercializa frutas y verduras en canastas como esas, por medio de un sistema peculiar: por suscripción trimestral. Para dar un mayor sentido de compromiso, entre productores y clientes, los compradores tienen que pagar por adelantado la mitad del costo de las canastas que quiere recibir al mes durante esos tres meses, si cuatro, tres, dos o una. El resto se paga al recibir el último cesto.
Se comercializan canastas de tres tamaños: una pequeña, que cuesta 20 dólares; una mediana, 25 dólares y la grande, 30 dólares. Los ingresos obtenidos por las ventas van directo a los productores.
Cada cesto lleva entre 12 y 14 tipos de productos: siete clases de verduras, tres de frutas de temporada, hierbas aromáticas, y una dotación de huevos criollos, es decir, puestos por gallinas de campo, no de granja, la forma campesina de consumirlos. Lo que varía es la cantidad, es decir, la más grande lleva más de todo.
Entre los principales productos cosechados y vendidos por la cooperativa están tomates, chiles, pepinos, cebollas, remolachas, lechugas, repollos, zanahorias, ejotes, que son una variedad de frijoles, y calabacines, además de las frutas de temporada, como mangos y guineos.
Los clientes de la cooperativa, inscritos en ese sistema de comercialización, pasan a recoger las canastas en puntos específicos en San Salvador, aunque también hay un servicio de entrega a domicilio en la capital del país, con un costo adicional. La asociación cuenta además con un par de puntos de venta libre, sin estar suscrito.
“Son productos frescos, 100 % orgánicos, saludables, que difícilmente se encuentran en los mercados y supermercados de la ciudad”, dijo Fernanda Valladares, mientras llenaba de verduras y frutas una de las canastas, al ser consultada por IPS.
Actualmente, la cooperativa comercializa alrededor de 320 canastas al mes. Durante la pandemia de covid-19 la cifra era de 600, pues la demanda a domicilio creció debido a la política de aislamiento sanitario.
La cooperativa produce además jaleas y salsas de tomate orgánicas, como una forma de generar más oportunidades de generar ingresos. Se está trabajando además en un proyecto para deshidratar frutas y en montar un pequeño restaurante rural en una casita rústica localizada dentro de la ecofinca.
Un esfuerzo comunitario campesino
El modelo de producción de la cooperativa cobra vida a partir de los cultivos cosechados en las parcelas, propias o rentadas, de los 47 socios y socias que viven en las 11 comunidades o asentamientos campesinos localizados en las cercanías de Comasagua. Alrededor de 250 familias residen en esas aldeas.
Quienes no poseen parcelas obtienen la aprobación para sembrar en la ecofinca.
Toda la producción se organiza a partir de un plan de siembra, explicó Salazar, discutido y analizado una vez al mes en la asamblea de productores, a fin de saber con anticipación y certeza cuál es la demanda en las semanas venideras y cuáles serán los productos que estarán listos en las comunidades o en la ecofinca.
“Ahí vemos cuántas canastas vamos a vender y cuántos y qué tipo de productos necesitamos para cubrir esa demanda”, subrayó Salazar.
Añadió que además de la producción agrícola, la cooperativa impulsa su programa Conciencia Verde para difundir las ventajas de la agroecología, para bien de la familias y del planeta, sobre todo entre los niños y adolescentes que estudian en las escuelas circundantes.
“Es más fácil cambiar la mentalidad de los niños que de los adultos, queremos que aprendan que no es necesario usar químicos para que una planta dé sus frutos”, destacó Salazar.
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