Campo o ciudad. Monopolios o igualdad. Ilusión o desesperanza. Machismo o feminismo.
Socialismo o barbarie. La sociedad actual es tan dual como la propia naturaleza que la compone. Pero, a diferencia de las partículas, donde la dualidad de la materia convive en armonía, el mundo parece estar perpetuamente condenado a elegir. Elegir entre luchar o resignarse, entre vivir y morir, entre construir y destruir. Y, en este preciso momento de la historia, lo único capaz de convivir es un amplio abanico de crisis que se retroalimentan y amenazan con converger en un apocalipsis inminente.
“Ahora mismo estamos en la crisis de la COVID-19, en la recesión económica, en la inflación, en el cambio climático, en la crisis de la biodiversidad por la pérdida de los ecosistemas, en la crisis energética, en la crisis geopolítica por la guerra de Ucrania, en la crisis alimentaria y con cada vez más desigualdades dentro del mundo desarrollado”, alertó la profesora de la Escuela de Economía y directora del Laboratorio de Investigación ReSEES de la Universidad de Atenas (Grecia), Phoebe Koundouri, en el encuentro Año Cero organizado por Retina.
¿Alguna vez el mundo se había enfrentado a tantas crisis al mismo tiempo? El repaso de Koundouri sobre todas las amenazas existenciales que nos rodean podría bastar para hacernos tirar la toalla de la dualidad, abrazar el pesimismo y sentarnos a esperar el fin del mundo. Sin embargo, “la tendencia a situarse en el apocalipsis es el prolegómeno de la resignación, de creer que no hay soluciones o que no están a nuestro alcance”, dijo el teniente primero de la Alcaldía de Barcelona, Jaume Collboni.
En la eterna batalla entre la desesperanza y la ilusión, el responsable político milita en la segunda: “Soy de los que confían en nuestro potencial como especie y como individuos para solucionar estos retos, así que espero que la visión optimista nos ayude a generar las reflexiones útiles que necesitamos para afrontar los desafíos que tenemos como sociedad”. Y es que ese fue precisamente el objetivo de Año Cero, ofrecer un espacio de reflexión capaz de inspirar las soluciones necesarias para reducir las crecientes brechas que nos dividen en este momento tan incierto.
“Tenemos que ver si los debates actuales están aumentando la pluralidad o haciendo que escuchemos siempre a los mismos con los que ya estamos de acuerdo. En todo debate deberíamos poder escuchar a quien está más lejos de nosotros”, afirmó la filósofa e investigadora Clara Serra. Por eso, dado que la humanidad parece irremediablemente condenada, resulta imprescindible escuchar todas las voces, especialmente las de aquellos con mayor capacidad de influencia en el futuro. Y, lamentablemente, esos no son otros que los más ricos y poderosos.
ESPERANDO EL FIN DEL MUNDO
Podría parecer que atenderles equivale a replicar ese statu quo de escuchar siempre a los mismos contra el que advierte Serra. Sin embargo, en cuestión de futuro, tener en cuenta cómo las élites lo miran y abordan es clave para intentar predecirlo y “entender qué puede contarnos del mundo que conocemos”, explicó el autor Mark O’Connell. Con esta idea en mente, ha recorrido el planeta en busca de las distintas visiones de la élite sobre el destino de la humanidad y cuyas historias ha plasmado en su último libro, Notes from an apocalypse.
En este viaje, que emprendió para eliminar su “propia ansiedad sobre el fin de la civilización, la mortalidad, el cambio climático”, se topó con dos corrientes: la de los preparacionistas que lo dan todo por perdido y únicamente se preocupan por procurar su propia supervivencia en amurallados búnkeres de lujo, dejando al resto a su suerte y compitiendo hasta la muerte en un planeta desértico y sin alimento; y la de los optimistas tipo Elon Musk, que intentan asegurar la supervivencia de la civilización mediante un ejercicio de colonización interplanetaria.
Estos dos planteamientos para el futuro de la humanidad podrían parecer contrarios, sin embargo, conviven en su propia dualidad al estar conectados por el mismo elemento trágico: “Ambos suponen la supervivencia de una minoría. Son el capitalismo en su estado terminal y un reflejo clarísimo de la desigualdad”, añadió O’Connell. Y lo que es peor, “es una visión bastante acertada de lo que va a pasar”, lamentó el periodista Aaron Bastani, autor de Comunismo de lujo totalmente automatizado.
En su propio estudio de los futuros posibles, Bastani prevé que la sociedad del mañana “estará compuesta por personas mayores preocupadas por la contaminación y la desertificación, y con salarios cada vez más bajos a causa de la automatización”. Y es que la inteligencia artificial (IA) también tiene una naturaleza dual al ser tanto hacedora de milagros de la talla de resolver el problema del plegamiento de proteínas, como responsable de aumentar las brechas sociales y fomentar la concentración del poder y el dinero del mundo en las manos de cada vez menos gente al mismo tiempo.
“Debemos tener una conversación profunda sobre el papel de la inteligencia artificial en la sociedad. Hay mucho dinero en juego así que, ¿vamos a usarla para ahorrar costes y permitir más monopolios o a dirigir sus beneficios para promover servicios universales básicos?”, preguntó el autor. Y, tras situarse en el bando de los “muy pesimistas” respondió: “Si no subordinamos la inteligencia artificial al interés general habrá desigualdades aún más marcadas. Los dividendos de la IA irán a China y EEUU y dejarán atrás al resto de países como pasó con los que lideraron la industrialización porque las empresas dejarán de ser competitivas y la gente se empobrecerá muy rápido”.
Bastani hablaba en clave de futuro, pero lo cierto es que su predicción es más bien un hecho. “Ya hemos perdido mucho terreno como país y como continente. La brecha que se está generando en capacidades como la IA puede ser insalvable”, advirtió la directora Indra Digital Labs”, Isabel González. Por eso, aunque la tecnología podría dar lugar a un mundo en el que la humanidad se dedique al ocio y que todas las necesidades básicas estén cubiertas de forma gratuita, la visión del mañana de Bastani no es sino un paso más en la deriva que el mundo ya lleva actualmente hacia escenarios cada vez peores. Otra vuelta de tuerca hacia la distopía y para la que, advierte, “no hace falta un Skynet, basta con la IA débil que tenemos ahora”.
Lo bueno es que, si no hace falta una siguiente generación todopoderosa de la tecnología para destruir el mundo, tampoco es necesaria para salvarlo. Del mismo modo que, aplicada en la dirección correcta, la inteligencia artificial que ya conocemos bastaría para acercarnos a esa sociedad utópica de la renta básica universal y el ocio perpetuo, la versión más brillante del ingenio humano ha parido otra serie de innovaciones que ya están ahí, disponibles y esperando para ayudarnos.
LA NUEVA FE EN LAS MÁQUINAS
“La economía circular, la adaptación climática, las energías renovables, los sistemas de digitalización ya son rentables, el problema es que no son fáciles de implementar”, advirtió Koundouri. Esto se debe a que “en los últimos 80 años hemos construido toda una infraestructura monotecnológica, o incluso monoteísta, en la que el combustible fósil ha sido nuestro único dios”, explicó el responsable global Finanzas Verdes de Grupo Santander, Lucas Arangüena.
Nos encontramos, por tanto, en una encrucijada que requiere, sí o sí, que nos liberemos de nuestra fe y dependencia del dios del CO2 y nos convirtamos en una sociedad laica que basa sus valores “en un espectro mucho más amplio de tecnologías y que utiliza la más adecuada para cada caso”, contó Arangüena. Como ejemplo de este futuro politeísta y politécnico, señaló el transporte y las distintas formas de alimentarlo, como las baterías de litio, las pilas de hidrógeno, y los motores de combustión a base de biocombustibles.
El potencial de combinar las distintas soluciones tecnológicas a la infinidad de retos a los que nos enfrentamos quedó claro a través de ejemplos de otras innovaciones reales como las velas autónomas de Bound4blue. En lugar de reinventar la rueda, esta compañía española ha recuperado este tradicional método de propulsión y lo ha actualizado para lograr “un ahorro medio del 25% en el combustible que utilizan los barcos mercantes”, como explicó la cofundadora y directora de Operaciones de la compañía, Cristina Aleixendri.
Bajo este mismo enfoque de buscar soluciones en cosas que ya existen, la compañía Bioo ha apostado por aprovechar la electricidad que generan los microorganismos en su proceso de alimentación para dar energía al alumbrado público o para instalar cargadores gratuitos en parques y plazas. “Es como tener un microverso de seres vivos que trabajan para ti sin ser conscientes. Es usar la naturaleza para algo más que decorar”, compartió el fundador y CEO, Pablo Vidarte.
Se trata de dos casos de éxito que no hacen otra cosa que empujar la balanza hacia el lado del optimismo. Sin embargo, aunque ambos gozan de reconocimiento y financiación internacional, sus sendos portavoces recordaron lo difícil que lo tuvieron al principio. Mientras que Vidarte tuvo que depender de voluntarios durante un año entero para crear el primer prototipo, Aleixendri se enfrentó a la reticencia de los inversores, más acostumbrados a financiar sencillos proyectos de software que arriesgadas iniciativas de fabricación, así como a la falta de innovación del propio sector marítimo.
Sus retos demostraron que romper el statu quo bajo el que la sociedad está construida puede convertirse en un desafío tan grande como el de crear una nueva forma de generar energía o de propulsar un barco. No obstante, existen otros grandes retos, como el de descarbonizar la aviación, que serán imposibles de solucionar sin transformar la industria de arriba abajo. Afortunadamente, gracias al optimismo de empresas como Indra, “el primer avión propulsado con hidrógeno podría llegar en 2030”, pronosticó la vicepresidenta de Tecnología y Desarrollo de la compañía, Belén García.
“Es importante investigar e innovar, pero también hay que incubar esa innovación para acelerar su despliegue multitudinario en la sociedad y en la economía. Y para eso tenemos que comprometernos todos, tenemos que implicar a toda la sociedad para que se sienta protagonista. Esta es la única vía para que la tecnología nos permita avanzar hacia un mundo más sostenible”, advirtió Koundouri. Y para ello, también resulta imprescindible volver a poner el foco en esos lugares que históricamente han sido ignorados por el progreso y relegados a meros recursos extractivos: los entornos rurales.
“Lo urbano no puede sobrevivir sin lo rural y lo rural no puede vivir de espaldas a la ciudad. No hay que contraponerlos, sino hacerlos colaborativos mediante el círculo virtuoso”, alegó la directora general para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Juana López Pagán. Al igual que la mayoría de la materia vive en armonía bajo su dualidad onda-corpúsculo, la responsable se pregunta “por qué no podemos ser urbanos y rurales a la vez”. En su opinión, el riesgo de no hacerlo reside, por un lado, en que la brecha digital del territorio crezca aún más, y por otro, en generar un “geografía del descontento” en la que los habitantes rurales “se sientan los perdedores del progreso y pierdan su confianza en la democracia y en las instituciones”.
Sea cual sea el resultado de la batalla entre la utopía y la distopía, “siempre que se acumula tanta tecnología nueva se produce un nuevo reparto de ganadores”, recordó el responsable Digital de Telefónica, Chema Alonso, cuya compañía ha ayudado a impulsar. Pero, lejos de abrazarse el pesimismo, considera que la mejor manera de “ser parte del futuro es ayudando a construirlo”. Esa es una de las razones por las que Telefónica, junto a Santander, han sido las dos grandes impulsoras de Retina Año Cero, que también ha contado con el patrocinio de Indra y Airbus, y con el apoyo de Cepsa.
Dado que nadie puede estar seguro de qué forma tendrá, todos tenemos el deber de reflexionar sobre él para poder decidir cómo queremos que sea. Al fin y al cabo, “la palabra apocalipsis significa quitarse el velo y mirar con nuevos ojos”, recordó la artista María Arnal, encargada de inaugurar la jornada con sus creaciones en las que aúna tradición y nuevas tecnologías, y con las que deja claro que la naturaleza dual de las cosas es posible hasta en la música. Es responsabilidad de cada uno decidir cómo quiere mirar hacia el futuro y cómo quiere contribuir a él, si desde el optimismo y la esperanza o desde el pesimismo y la derrota. Y, como es imposible lograr la dualidad de ambos puntos de vista, si finalmente somos testigos del apocalipsis, al menos que nos pille felices y contentos, y bailando una de Arnal.
La entrada La distopía terminó.
Fuente: Retina.