En esta primera parte, se discurre sobre la vida después de la muerte individual. En la segunda se anuncia la muerte escatológica del tipo de sociedad actual, mostrando al naciente espíritu que la trasciende
Para facilitar la lectura, el autor ha dividido este artículo en dos partes que publicamos por separado, a distancia de un día una de otra. En la primera, se discurre sobre la vida después de la muerte individual. En la segunda se anuncia la muerte escatológica del tipo de sociedad actual, mostrando al naciente espíritu que la trasciende.
Imagen de: Pressenza Archivo: Javier Tolcachier
Pressenza Córdoba, 27 Mayo 2012, por Javier Tolcachier
En esta primera parte discurriremos sobre temas no tan habituales en el ambiente noticiario y – como bien ha imaginado nuestro lector – la nota se continúa con una segunda parte, donde el tema serán algunas tendencias verificables en el mundo actual – aunque al igual que las anteriores, tampoco lo suficientemente apuntadas en la superficialidad de la mayoría de los cables cotidianos.
De esa manera, aquel público que no esté interesado en alguna de sus partes podría optar por aquella que le brinde acicate suficiente. Aunque en rigor de verdad pensamos que ambas, a pesar de parecer a ojos vista distantes, están indisolublemente unidas.
La extrañeza que podría acompañar al lector, transitados los primeros párrafos de la nota que nos ocupa, merece algún complemento explicativo. ¿Es que estamos en presencia de una nueva categoría periodística a la que podríamos denominar “periodismo trascendental” o “periodismo existencial”? ¿Qué tienen que ver estos temas propios de la interioridad humana con los externos avatares sociales de un acelerado mundo en el que nos toca vivir?
Sin pretender desarrollar en tan breve espacio tan apreciable posibilidad, la de ampliar el registro de lo real a través de un simple artículo periodístico, dejemos apenas esbozado el asunto, ampliándonos luego al tema al que efectivamente pretendemos también dirigir la mirada: el momento de proceso por el que nuestro cuerpo social transita. Por ende, también nosotros y nuestras relaciones.
¿No es acaso tarea del periodismo develar conexiones ente sucesos aparentemente inconexos? ¿Y qué resulta más inconexo en la superficie del acontecer público que aquella íntima relación que anida entre las valoraciones humanas profundas, sus creencias y aspiraciones con los aspectos políticos, económicos o científicos? No cabe duda entonces que el tipo de noticia que proponemos, que da cuenta de la simultaneidad y la interacción de procesos internos y externos podría resultar de un alto valor cognoscitivo.
¿No es en sí la información la materia prima de toda expresión de prensa? ¿No es indubitable el esfuerzo del periodista por cubrir regiones de hechos del transcurrir novedosas y ayudar a sus destinatarios a navegar por ellas? Precisamente en ese sentido es que la exploración del mundo enteramente humano, abarcativo de su multidimensionalidad e incluyente de su esencial espiritualidad, puede considerarse un avance en la comunicación periodística.
Y aún si se incluye en el reporte habitual los aspectos humanos espirituales, si se piensa en ellos desde un tipo de relato “externo” sobre lo intrínsecamente interno, si se acude a la descripción ritual – en ocasiones bastante próxima a la nota de color folclórica -, o a la interesada difusión de las vertientes religiosas que entronizadas en el poder, si no se intenta penetrar el clima en el que esos fenómenos se mueven realmente, ¿qué clase de utilidad brindaría un reportero o un analista a su público sediento de noticias fidedignas?
¿Es la censura la que opera cuando la esperanza tiñe la noticia o es una extraña y maléfica autocensura la que demoniza con demonios bien propios el cultivo de verdades esenciales?
¿Es acaso más real la trastienda frívola del espectáculo, la vacuidad con la que ricos y famosos nos aburren diariamente con la complicidad de una línea periodística cínica y degradante? ¿Es tan concreta la dictadura del dinero que – en nombre de una supuesta “libertad de prensa” (eufemismo público para esconder intereses privados de empresa) impide que el periodismo pueda dedicarse realmente a la noble tarea de ampliar la libertad humana?
Basten estos pocos predicados para indicar la cuestión. Pasemos a cosas importantes.
En la décima proposición del capítulo llamado “el Camino”, en el libro del Mensaje de Silo, encontramos una sugerencia de valor esencial. “No dejes pasar tu vida sin preguntarte: ¿hacia dónde voy?”. Apenas atenuado el tremendo eco que esta meditación suscita, Silo vuelve a recomendar: “No dejes pasar un día sin responderte quien eres. No dejes pasar un día sin responderte hacia donde vas.”
La primera pregunta nos pone al menos ante dos escenarios imprescindibles: ¿qué dirección tiene mi vida en tanto realidad corpórea e indudable? ¿En qué sentido dirijo (si es que lo hago o creo que es posible y deseable hacerlo) mis acciones? La importante reflexión existencial en que ello me coloca, adquiere un mérito aún mayor, puesta en la perspectiva de la finitud temporal de esta existencia física, es decir ante la presencia imaginada (o vivida cercanamente) de la muerte.
Así se nos presenta el segundo escenario desprendido del mismo interrogante. ¿Hacia dónde voy una vez completada la etapa de presencia personal? ¿Qué puedo esperar o emprender en la hora de mi propia muerte?
Si observo el proceso de mi propia vida, fácilmente puedo verlo ligado a procesos mayores, puedo imaginarme continuando acciones de otros, puedo asumir la perspectiva de un sentido que arranca desde muy atrás y que no termina en mí. Desde esta mirada, observo cierto “pasado” y las imágenes se multiplican.
No ocurre lo mismo si intento imaginar el futuro posterior a mi deceso corporal. El contrasentido se me hace patente al registrar con absoluta intensidad aquel mecanismo conductor del trabajo de mi conciencia, que, lejos de permitirle el reposo la lleva de manera irresistible a completar actos con objetos, a no detenerse jamás en busca de un futuro que siempre llega y paradójicamente de inmediato se esfuma. Dicho de otra manera, estando mi conciencia dirigida eminentemente a futuro, ¿cómo es que desaparece la profusión de imágenes al pretender continuar el fluir necesario de la vida más allá de toda limitación aparente y para el existente, absurda?
La conveniente recomendación iconoclasta – avanzar desprovisto de imágenes – que nos enseñan los maestros y la misma tarea mística respecto de realidades universales, permite no teñir con contenidos culturales aquello qu
e por definición no pertenece a las categorías sensibles. Esto posibilita además el desarrollo espiritual indiferente a adscripciones teístas o ateas. Sin embargo, en el campo de la trascendencia vital, la carencia de traducción a imágenes nos conduce a un problema severo. Esta dificultad la muestra una inquieta conciencia que teme a la muerte y busca reaseguros en su propio idioma, el de las imágenes y los actos.
¿Será que ese vacío de imagen implica la afirmación de la propia disolución de la conciencia que niega con ello representar paisajes que no la incluyen?
En todo caso, una gran comprensión se expande en mí: de pronto entiendo el valor de las escatologías que han descrito las distintas corrientes religiosas y comprendo que su éxito relativo reside precisamente en la colaboración práctica para con el creyente, en cuanto tranquilizar su conciencia, perforando la cerrazón de su futuro y orientando convenientemente imágenes del transcurrir posmortuorio.
De esta manera, la aparente ingenuidad de la breve pregunta desaparece para dar paso a una tremenda certeza: la necesidad de dar respuesta existencial y trascendente en forma de imágenes a ese río de la vida que no se apaga, pero busca cauces para su correntada.
La alegría de este descubrimiento se hará plena – en una zona próxima al arrobamiento – al presentarse poco después la insistencia de aquel “no dejes pasar un día sin responderte hacia dónde vas”. La símil cadencia y la síntesis reductiva siempre me habían inducido a interpretar esta propuesta en un sentido prácticamente redundante. Hoy comprendo que su sentido es completamente distinto aunque su objetivo se desprenda precisamente de la práctica del redundar.
Y es que la repetición diaria de esta diagramación de la imagen existencial y escatológica, nos prepara a modo de aforismo para conducirnos en esa dirección. En el peor de los casos, nos permite rectificar a tiempo, hasta que la precisión y la potencia que para nosotros tenga el camino elegido sea suficiente o acaso total Así las cosas, poco importa si la escatología del caso es adquirida por tradición, elegida de modo individual o si jirones de cultura y libre albedrío se entremezclan virtuosamente en ella. Lo que importa es que creamos vívidamente en ese sendero que transitaremos en la vida y posterior a ella.
En este sentido, preguntarse “hacia donde voy” y no dejar de hacerlo durante todos los días de la vida, implica crear ese camino y dejar morir lo único que lo merece, el sufrimiento.
¿Y qué hay del sufrimiento social y su superación? De esto trata la segunda parte de este artículo.
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Javier Tolcachier es un investigador perteneciente
al Centro Mundial de Estudios Humanistas,
organismo del Movimiento Humanista