
Por Mariano Multiviral. Pressenza.com
¿Realmente descansás o solo cambiás de pantalla?
Vivimos inmersos en una paradoja profundamente actual: la del ocio constante, pero no elegido. Un tipo de descanso colonizado por lógicas que poco tienen que ver con el bienestar y mucho con la productividad. Se trata de un tiempo que, bajo la apariencia de libertad, nos mantiene activos —aunque pasivos— como trabajadores involuntarios dentro de un sistema que extrae valor incluso de nuestras pausas.
A primera vista, parece que descansamos: miramos videos, pasamos horas en redes sociales, saltamos de una app a otra. Pero si prestamos atención, descubrimos que algo inquietante ocurre en ese aparente ocio. No hay verdadera desconexión, ni presencia, ni disfrute pleno. Lo que se siente es más bien una inercia, una costumbre. Como si el descanso hubiese dejado de ser una decisión para transformarse en una respuesta automática ante el más mínimo momento de vacío.
Esta forma de “ocio” no es deliberada. No es tiempo libre ganado y dispuesto con intención, sino tiempo capturado. Un tipo de consumo incesante que alimenta plataformas cuyo objetivo no es entretener, sino retener nuestra atención el mayor tiempo posible. Cada clic, cada desplazamiento, cada reacción es traducido en datos, y esos datos se venden. Así, sin darnos cuenta, trabajamos para estas plataformas con lo más valioso que tenemos: nuestro tiempo y nuestra atención.
Este fenómeno tiene una característica insidiosa: se presenta como elección. Nadie nos obliga a mirar el celular, a abrir YouTube o a scrollear sin pausa. Y, sin embargo, lo hacemos. Porque el entorno digital ha sido diseñado precisamente para eso: para crear hábitos adictivos, para dificultar la pausa, para que cada espacio en blanco sea rápidamente llenado. Lo que parece libertad es, en realidad, una sofisticada forma de control.
Bajo esta lógica, el ocio no solo deja de ser descanso: se convierte en una prolongación del trabajo. Pero un trabajo sin salario, sin contrato, sin horario. Un trabajo que, paradójicamente, hacemos en nuestro “tiempo libre”. En este circuito, nuestras pausas producen valor para otros, mientras nos dejan a nosotros con una sensación de agotamiento, dispersión y vacío.
Y esto no se limita a las redes sociales o a los contenidos de entretenimiento. Se extiende a todo un ecosistema digital que opera bajo la lógica de la economía de la atención. Plataformas, apps, algoritmos y notificaciones están diseñados para competir por nuestra mirada. Y esa competencia se libra segundo a segundo, incluso en los momentos más íntimos: mientras comemos, caminamos, nos acostamos o vamos al baño. Ya no hay fuera de juego.
En este escenario, incluso descansar se ha vuelto culpógeno. Especialmente en contextos donde la productividad se convierte en un mandato moral. Donde “aprovechar el tiempo” se mide en resultados, en likes, en mejoras personales o en ingresos adicionales. Para muchas personas —sobre todo aquellas que trabajan en entornos flexibles o freelance— el tiempo nunca está del todo libre. Siempre hay algo más que se podría estar haciendo. Y esa disponibilidad constante erosiona cualquier posibilidad de pausa real.
La consecuencia de todo esto no es solo el agotamiento físico, sino también el mental y emocional. La autoexplotación se normaliza. La frustración se internaliza. Y muchas veces, la culpa recae sobre uno mismo, como si el problema fuera personal: “no soy lo suficientemente disciplinado”, “me distraigo mucho”, “no rindo”. Pero no es una falla individual. Es un diseño colectivo que se sostiene sobre esa culpa y sobre nuestra incapacidad para desconectar.
La declaración del CEO de Netflix, Reed Hastings resulta elocuente: su principal competidor no es otra plataforma, sino el sueño. El sueño, ese único espacio donde aún no pueden entrar. Esa frase no es una metáfora. Es una verdad cruda: lo que está en disputa no es solo nuestro dinero, sino nuestro tiempo, nuestra atención, nuestra subjetividad.
Este fenómeno adquiere una dimensión aún más inquietante cuando pensamos en el futuro cercano. Con la automatización y el avance de la inteligencia artificial, millones de personas podrían tener más tiempo libre. Pero, ¿será realmente libre ese tiempo? Si el presente ya muestra que el ocio se convierte en un insumo más del sistema digital, ¿qué ocurrirá cuando el desempleo estructural sea masivo? ¿Estaremos frente a una expansión del tiempo creativo, o simplemente ante más horas disponibles para consumir y generar datos?
Hoy ya vemos cómo la desocupación o la subocupación no se traducen necesariamente en más disfrute. Al contrario, suelen derivar en más consumo pasivo, más dependencia de las pantallas, más conexión sin propósito. Porque cuando el tiempo no tiene contornos claros, no es fácil llenarlo de sentido.
Paradójicamente, quienes tienen trabajos tradicionales —aunque estén mal pagos o precarizados— a veces encuentran allí un límite más claro entre producción y descanso. Durante la jornada laboral, no están conectados a plataformas de entretenimiento, no están generando datos personales comercializables. Y por eso, en cierto modo, ese trabajo ofrece una resistencia mínima pero significativa a la lógica de captura total.
Frente a esta realidad, el gran desafío es recuperar la soberanía sobre nuestro tiempo. Poder decidir cómo lo usamos, cómo descansamos, cómo nos conectamos —o desconectamos— del mundo digital. Y sobre todo, cómo volvemos a darle valor a un tipo de ocio que no sea inmediatamente rentable para otros.
Una posible respuesta está en la creación. Crear es lo opuesto a consumir compulsivamente. No solo en términos artísticos, sino en el sentido amplio de hacer algo con intención: cocinar, escribir, conversar, sembrar, leer con calma, pensar. Crear implica dirigir nuestra voluntad hacia afuera, dejar una huella en el mundo. Es una forma de existencia plena, donde el tiempo no se drena, sino que se transforma.
No se trata de rechazar la tecnología ni de volver a un pasado idealizado. Se trata de equilibrio. De poder alternar entre conexión y pausa. De recuperar momentos de silencio, de aburrimiento fértil, de estar simplemente presentes. Porque en un entorno que todo el tiempo nos exige mirar, moverse, reaccionar, la pausa es un acto de resistencia.
En última instancia, lo que está en juego no es solo nuestro descanso. Es nuestra capacidad de vivir con sentido. Y eso solo será posible si logramos reconstruir una relación distinta con el tiempo. Una relación en la que el ocio vuelva a ser un derecho, una fuente de goce, de encuentro, de humanidad. Porque quien controla el tiempo, controla la vida.
Mariano Multiviral
PRESSENZA – Humanismo 2025
Nota original