En los últimos años los talleres y cursos de mandalas han proliferado en Rosario.
Son numerosas las propuestas que invitan a crear y colorear un mandala con el fin de mirar hacia el interior de uno mismo, mejorar la concentración, conectarse con la paz y reducir la agresividad. La gente quiere mejorar su calidad de vida, pero no sólo física sino también emocional y espiritual. Y este es un camino, una herramienta, que si bien no es nueva porque los mandalas están presentes hace miles de años en las culturas antiguas, ahora son más valorados por la gente, cansada de vivir en el ruido permanente y aturdida por los estímulos de las grandes ciudades.
¿Qué es un mandala? Hay varias definiciones y maneras de crearlo. Cada maestro tiene su propia mirada e invita a hacer una búsqueda particular. La palabra es de origen sánscrito y significa círculo, entre otras acepciones, representa el macrocosmos (el universo) y conduce a la esencia de las personas. En ellos está presente lo artístico, ya que contienen dibujos, colores, formas diversas, y también lo espiritual, ya que se los suele utilizar para la meditación a partir de concentarse en el centro del círculo.
Con la intención de reflejar las distintas miradas sobre un mismo arte, este diario consultó a artistas, profesoras y psicólogas que acercan este tipo de propuesta a la gente. Ellas se explayaron sobre la demanda de las personas para asistir a talleres de este tipo, las deficiones que manejan, su forma de abordarlos y los beneficios que trae esta práctica. Las preguntas para cada una fueron las mismas, pero las respuestas diferentes.
Una de las consultadas fue Agó Paéz Vilaró, artista uruguaya que ofrece talleres de mandalas en Argentina incluida Rosario, para quien «el trabajo con los mandalas habla de una necesidad de sentirnos creativos, parece una moda, pero subliminalmente nos trae un trabajo muy profundo, el encuentro con nosotros mismos. Es un trabajo que requiere compromiso, verdad y coraje, y que al hacerlo de a poco, como una semilla, al recibir el agua, la luz, el viento, las estrellas y la luna, comienza a florecer en nuestro corazón».
Desde hace seis años Páez Vilaró trabaja junto con la artista plástica rosarina Carina Beltrame. Cuando comenzaron, eran pocas las personas que asistían a los cursos, en cambio hoy los cupos se agotan. «Para mí fue sorprendente este trabajo ya que lo descubrí a través de la música clásica, durante mis meditaciones buscando respuestas en mi interior. Esto comenzó hace más de quince años, cambió mi vida», cuenta Agó.
Para ella los mandalas nos conducen a nuestro centro y al centrarnos nos sentimos mejor. Lo define como contenedor de la esencia. Mediante ellos busca que cada uno pueda descubrir la creatividad que late en su corazón y al descubrirla se conecte con el amor. Su creación, piensa, conecta con la paz, nos vuelve creativos, nos devuelve lo mejor de nosotros mismos, nos colorea la vida y nos ayuda a descubrir nuestro ser interno.
Bienestar espiritual
Para Adriana La Sala, quien es licenciada en Bellas Artes y diseñadora gráfica, y brinda cursos de arte y mandalas en Rosario, en los últimos diez años la gente se abrió a la búsqueda de terapias alternativas y de actividades que lleven al bienestar personal y a la mejor calidad de vida no solo física sino también emocional y espiritual. «Desde allí comienza un resurgimiento de prácticas orientales y de civilizaciones antiguas y con la edición de libros de mandalas y el acceso a sitios webs para investigar; la curiosidad por querer saber más cautivó al público masivo», opina.
Aclara que los mandalas están presentes en la mayoría de las culturas antiguas desde miles de años y se encuentran a nuestro alrededor, como por ejemplo en la naturaleza si observamos una flor, un tronco de árbol cortado en rodajas o el propio ojo.
En el siglo pasado los mandalas fueron trabajados por Carl Jung y mencionados por Julio Cortázar en sus libros.
«La palabra mandala podría traducirse como concreción de la esencia o cerco de la esencia. Es parte de la geometría sagrada, como el círculo, por lo que guarda un mensaje a descubrir sólo por nosotros mismos. En el centro vive nuestra esencia y la periferia es el mundo que nos rodea. Se podría decir que ese círculo es una muestra del macrocosmos, del universo. La esencia del hombre está en el centro. En culturas antiguas, en la naturaleza, en los rosetones de catedrales góticas, en la arquitectura, esculturas y pinturas, en el calendario maya, en el azteca, siempre se hace presente la forma circular organizada a partir de un centro diferenciado», explica La Sala.
Su enfoque si bien está atravesado por la práctica artística, se basa en la línea brindada por Lys D’ Angelo, quien le enseñó que el mandala es una figura simple pero que brinda un gran despliegue de energía propia, por lo que hay que ser muy respetuoso en su interpretación.
«El colorear mandalas lineales con un centro identificado nos permite meditar en su proceso, recomponer nuestro equilibrio, permite el autoconocimiento y eleva la autoestima. Nos reencuentra con la acción natural de pintar y dibujar como cuando somos niños, ayudando a la concentración, a desarrollar nuestra intuición y a mejorar la memoria. Nos ayuda a enfrentar los miedos con alegría, relajados», dice La Sala.
Menos agresividad
Florencia Berrutti aborda esta práctica desde su formación de psicóloga holística con orientación sistémica, en psicosíntesis, y facilitadora en mandalas y meditación. Para ella el mandala es una meditación activa en la cual se hace catarsis de las emociones y se le da una vía constructiva a través de la creatividad.
En psicosíntesis definen al mandala como manda: concreción, y la: esencia, con lo cual al construirlos se reflejan la verdadera esencia de cada uno. Para Berrutti, a los niños les permite construir su identidad y autoestima, y a los adultos les posibilita romper con estructuras rígidas de personalidad, mandatos, preconceptos y defensas, para poder ser más flexibles. Son innumerables los beneficios de los mandalas, una práctica milenaria que cada vez suma más interesados en la cultura occidental.
Los orígenes
«El origen de los mandalas comienza antes de la formación de la Tierra. Las formas circulares las encontramos en la naturaleza, en los planetas, en la vía láctea. La práctica en Occidente se hizo conocer a través de los tibetanos que los construyen en arena, para luego destruirlos en señal de desapego», dice Agó Paéz Vilaró.
Los públicos
¿Qué público asiste a los talleres de mandalas y qué buscan? Según cuenta Adriana La Sala, licenciada en Bellas Artes, «el público que asiste va desde niños introvertidos que sus papás los llevan para su mejor integración, a maestras que quieren conocer de mandalas para aplicarlos en las escuelas para aquietar la agresividad. Muchos se acercan porque realizan yoga, meditación o reiki y quieren complementar su búsqueda personal de bienestar».
Agó Páez Vilaró, artista uruguaya que brinda cursos del tema en Rosario, trabaja con los niños y maestros en escuelas públicas y privadas, con jóvenes y adultos.
«Lo que buscan en los talleres o cursos es instruirse para trabajar con los mandalas y fusionarlos en su área de trabajo y por supuesto trabajar su propio autoconocimiento», agrega Florencia Berrutti, para quien hay que mirar hacia adentro para recuperar los valores que hemos perdido..
Fuente: La Capital
MANDALAS VIVOS:
Las Salas de meditación y ceremonias de los Parques de Estudio y Reflexión, inspirados en las enseñanzas de SILO, son como el mandala tibetano pero en 4 dimensiones. Tienen de 8 a 12 metros de diámetro. Hay más de sesenta parques terminados o en desarrollo alrededor del mundo.
En Lucio V. López, a 35 kilómetros de Rosario por Ruta 34, se puede disfrutar la Sala del Parque Carcarañá. www.ParqueCarcarana.org
Vista Drone de la Sala y Centro de Estudios de Parque Carcarañá
Vistas Satelital y de Dron de la Sala de Parque Punta de vacas (Cercas del Aconcagua, Argentina)