Tomas Hirsch, Vocero del Humanismo en América Latina presentó su trabajo en la Feria del Libro de la capital cubana, «El Fin de la Prehistoria, un camino nuevo hacia la libertad»
Tomas Hirsch, Vocero del Humanismo en América Latina se encuentra en La Habana, Cuba, como parte de una delegación humanista de Chile, que visita la Isla. En la Feria del Libro de la capital cubana, presentó su último trabajo «El Fin de la Prehistoria, un camino nuevo hacia la libertad». A continuación transcribimos la charla de Hirsch en la presentación…
Estamos viviendo un momento histórico muy especial e interesante, en el que parecen existir mucho más dudas que certezas en el campo de las soluciones político-sociales. Todos sabemos más o menos lo que ha pasado durante los últimos 200 años, desde la Revolución Francesa en adelante.
Todos tenemos una noción aproximada o exacta de la pugna que marcó ese período histórico, de la lucha a veces abierta y declarada o bien subterránea y sorda, entre los impulsores de aquellos dos grandes proyectos que han sido conocidos como capitalismo y socialismo, en su disputa por la hegemonía planetaria.
Todos sabemos también como terminó este choque: el experimento de socialismo real en la U.R.S.S. se derrumbó sin demasiado estruendo, a comienzos de los años noventa y el capitalismo, liderado en su última etapa por los neoliberales de Chicago, experimenta una agonía ya difícil de revertir.
¿Y qué nos han dejado estos arduos afanes?
Básicamente dos cosas: que durante este período, el ser humano ha sido capaz de producir más riqueza que nunca antes en su historia; y que la distribución de esa riqueza es cada vez peor en el mundo. Me limito a describir, siguiendo las enseñanzas de la fenomenología.
Si gracias a los avances de la ciencia y la tecnología el bienestar material colectivo ya es un objetivo perfectamente alcanzable, no sucede lo mismo con la justicia social tarea en la que, hasta el momento, hemos fracasado rotundamente.
Ni el Estado ni el mercado por si solos han sido capaces de resolver la compleja ecuación de crear riqueza y repartirla equitativamente entre quienes la generaron. No faltará el que recomiende imitar el modelo europeo, que intentó conciliar ambos extremos y parece haber obtenido resultados aceptables.
Pero dicha solución es difícilmente aplicable en países “en vías de desarrollo” como los nuestros, cuyas economías básicas sustentadas principalmente en la exportación de materias primas y “commodities”, nunca logran hacer el suficiente acopio de capital para impulsar la creación de infraestructura y una industrialización en serio, como sí lo ha hecho China por ejemplo, en escasos 50 años.
Estamos obligados entonces a enfrentar nuestros propios desafíos, con el agravante de que en todo este tiempo aún no hemos sido capaces de montar una plataforma productiva mínima y necesaria para asegurarles ese bienestar a nuestros pueblos sin depender de otros.
Lo cierto es que frente a la crisis actual nadie sabe muy bien qué hacer. Todos parecen estar de acuerdo en que será muy profunda y global pero las recetas para enfrentarla se contradicen: que hay que salvar al sector productivo, al sector financiero, a ambos o a ninguno.
Si se barajan todas las alternativas, eso significa que no se sabe nada. El Humanismo Universalista, corriente de pensamiento de la cual formo parte, ha trabajado desde su nacimiento -hace ya 40 años- por hacer su aporte. Este libro que hoy presentamos contiene muchas de nuestras propuestas para construir una sociedad más humana y ahora, cuando las soluciones del pasado se están viendo fuertemente cuestionadas por los hechos, creemos que es el momento justo para ser escuchados, así como también esta importante feria es el lugar preciso para hacerse escuchar. Pero antes y a modo de contexto previo, quisiera comentarles sintéticamente que plantea este humanismo de hoy y quizás también de mañana, porque las propuestas que hagamos luego para responder a la situación social descrita no serán formuladas a título personal sino en tanto que representante y vocero de ese movimiento.
El Humanismo Universalista o Nuevo Humanismo
Para empezar, diré que se trata de un proyecto genuinamente americano en su origen pero internacional en su proyección, ya que se articuló a partir de las ideas y propuestas de Mario Rodríguez (Silo), pensador y escritor argentino que allá por los años sesenta vio la necesidad de encontrar una forma darle continuidad histórica al proyecto de la izquierda, que ya empezaba a agotarse producto de sus propios errores. Después de innumerables estudios acerca de la realidad social, cultural y existencial del ser humano, los planteos humanistas han ido madurando hasta adquirir la consistencia que hoy poseen.
Ha sido necesario también analizar rigurosamente las soluciones intentadas por otras corrientes, de modo de no cometer los mismos errores teóricos y prácticos, ya que tales respuestas quizás podían funcionar en el contexto histórico en el que fueron elaboradas pero claramente no servían para el nuestro.
El segundo punto a tener en cuenta es que este nuevo humanismo no es una filosofía, ni siquiera una ideología. En su origen, es una actitud frente a la propia existencia y una ética de acción coherente con esa actitud, que se puede resumir en seis puntos básicos: ubicación del ser humano como valor o preocupación central, por encima de cualquier otro valor; afirmación de la igualdad de todos los seres humanos; reconocimiento y valoración de la diversidad personal y cultural; tendencia al desarrollo del conocimiento por encima de lo aceptado como verdad absoluta; afirmación de la más completa libertad de ideas y creencias; repudio a la violencia, sea ésta física, económica, religiosa, racial, sicológica o sexual.
Como se ve, esta actitud vital puede ser compartida por cualquier persona, independiente de su origen cultural o social. De ahí lo de humanismo universalista, para diferenciarlo del humanismo histórico que surgió arraigado en la cultura occidental.
A partir de este emplazamiento original, los humanistas nos abocamos a estudiar al ser humano en tanto que existencia particular y concreta, desde el registro personal que cada uno tiene de su vivir cotidiano, desde su incesante afán por superar el dolor y el sufrimiento personal y colectivo.
De aquí se deriva un tercer punto que se refiere a la práctica social del Nuevo Humanismo, la que se ha ido materializando en la construcción de un gran movimiento inspirado en los principios expuestos y que hoy extiende su influencia a casi todos lo países del orbe.
El objetivo principal de ese movimiento es colaborar a la transformación de esta sociedad injusta y violenta, utilizando la no violencia y la organización de la base social como herramientas de acción. ¿Y cómo pretendemos lograr este propósito? A través de la convergencia de la diversidad. Porque hoy, en un mundo en acelerado proceso de desestructuración, los esquemas dialécticos ya no están funcionando y entonces no corresponde hablar de “lucha”, no es posible operar este cambio desde el atrincheramiento en facciones, como se concebía antes.
Hasta aquí esta breve descripción del Nuevo Humanismo. Hablemos ahora del libro que estamos presentando en esta importante feria. El fin de la prehistoria
Más de alguno ha de pensar que este título es una alusión burlona a la famosísima obra de Francis Fukuyama, El Fin de la Historia, texto que ha servido de inspiración “filosófica” a una multitud de seguidores del neoliberalismo. En honor a la verdad, digamos que ese ha sido sólo un “valor agregado” que ayuda a encuadrar la discusión de fondo que sostenemos con esa corriente ideológica, ya que en realidad la idea de superación de la prehistoria en el ámbito social y humano es una sentida aspiración de los humanistas.
Pues bien: este es exactamente el nudo central del libro y si para nosotros la prehistoria humana aún está lejos de terminar, entonces la afirmación de Fukuyama carece de todo sentido. Y no es que queramos reactivar gratuitamente fervores revolucionario; tan sólo nos atenemos a los crudos hechos.
Nunca antes una minoría había alcanzado un poder absoluto tan grande y tan extendido como el que hoy detentan los grupos económicos y todo ello ha sido posible gracias a una desafortunada combinación de los dos pilares del capitalismo mencionados por Fukuyama: la democracia representativa y la economía de mercado.
Por una extraña paradoja del proceso humano, esas conquistas que, según el analista, podían hasta detener la historia nos han arrojado de nuevo a la prehistoria, al hacer posible el surgimiento de un paraestado manejado por el gran capital internacional.
Digamos entonces que si esta particular forma de apropiación animal de unos seres humanos por otros está realmente operando en el mundo de hoy –como intentamos demostrarlo en el libro que presentamos-, entonces la prehistoria no se ha terminado y el esfuerzo de los reformadores sociales debe seguir adelante.
Por cierto, ya no se trata de tiranías brutales al estilo de Stalin o Pinochet, que utilizaban principalmente la violencia física, con todas las secuelas de impopularidad y rechazo que arrastraban esas prácticas aberrantes, sino del armado de un cuidadoso tinglado que se ha valido de la extorsión hacia el poder político elegido democráticamente y de la hipnosis colectiva a través de los medios de comunicación, todo lo cual se traduce en un cuadro difícil de superar, ya que las grandes mayorías se creen libres sin serlo realmente.
En efecto, este auténtico espejismo de la libertad ha sido uno de los principales impedimentos para modificar la actual situación, puesto que la gente ha tendido a creer que no es posible obtener nada mejor de lo que ya se tiene y que es hasta peligroso intentarlo porque se puede llegar a perder todo aquello que se ha ganado.
Pero después de la reciente debacle, ya comienza a quedar claro para las grandes mayorías del planeta que la democracia actual no es más que el amable disfraz de un monstruoso oligopolio y la falacia del libre mercado encubre una tiranía universal del dinero, el que ha terminado por concentrarse en las poquísimas manos de quienes la ejercen.
Sin embargo, a la luz de los últimos acontecimientos esta farsa planetaria parece tener los días contados porque su propia ineficacia le ha impedido cumplir las auspiciosas promesas que hizo el día de su advenimiento, hace unos treinta años. En definitiva, el reduccionismo economicista neoliberal ha fracasado a consecuencia de sus propias limitaciones y hemos de agradecerle a la aceleración creciente del proceso histórico el que los experimentos sociales inconducentes no puedan durar demasiado. Ha llegado el momento entonces de referirnos a aquello que realmente importa: el ser humano.
Y cuando ponemos en el centro a la vida humana nos encontramos, en primer lugar, con su libertad que consiste, esencialmente, en la posibilidad siempre abierta de discutir aquellas condiciones en las que le toca vivir y de cambiar dichas condiciones cada vez que estime necesario hacerlo.
En la práctica, esto significa superar la democracia formal representativa, institucionalidad que hoy ha sido desvirtuada por su estrecha relación con el poder económico, para avanzar hacia una democracia real que sea capaz de abrir canales a una participación efectiva y permanente para sectores sociales cada vez más amplios y de trasladar las decisiones hacia la comunidad en su conjunto.
Y cuando ponemos a la vida humana como máximo valor nos encontramos con sus necesidades concretas asociadas a la supervivencia física las que, cuando no son adecuadamente satisfechas, producen intenso dolor y desesperación en sectores mayoritarios de la población, como se puede constatar dramáticamente hoy día, con los despidos masivos que dejan a los trabajadores en la más completa indefensión. Entonces, la justicia social se vuelve el requisito ineludible para cualquier sistema económico que aspire a coordinar las conquistas materiales del ser humano.
Ha llegado la hora de superar la actual propuesta, explorando nuevas formas de conciliar los intereses individuales y las necesidades colectivas. Tal como se explica en el libro, ello sólo se conseguirá cuando se erradique por completo la actividad especulativa, hoy en manos de los bancos.
Como ya lo sabe todo el mundo, la causa principal de la actual crisis es la monstruosa concentración mundial del capital financiero al que hemos caracterizado como parásito de la auténtica actividad productiva, sostenida tanto por el trabajo como por el capital invertido en producción.
Hoy se habla de “regular” al gran capital. A los humanistas esta disposición nos parece ingenua e insuficiente, ya que estimamos que el sector financiero debe ser completamente reformulado, eliminando de sus atribuciones el ejercicio de la especulación y la usura. Pero además es necesario equilibrar la relación absurda establecida entre los factores de producción, que hoy favorece al capital en desmedro del trabajo. Estas dos medidas bastarían para transformar sustancialmente el escenario económico-productivo.
Y cuando el ser humano pasa a ser lo más importante, nos damos cuenta de inmediato que su dignidad se sostiene en la búsqueda incesante de un sentido para su existencia, en un esfuerzo entrañable por superar el absurdo.
Es evidente que dicho anhelo va mucho más allá de la satisfacción de unas necesidades materiales que son el piso básico, en ningún caso el fin último. Esta voluntad de sentido nos habla de búsquedas muy profundas, que plantean interrogantes que no alcanzan a ser explicadas por uno u otro orden económico. Si bien el libro es un ensayo de análisis sociopolítico, hemos reservado el epílogo para reflexionar sobre este importante fenómeno psico-social, que se está manifestando a través del surgimiento de una nueva espiritualidad entre las nuevas generaciones.
Los humanistas no pensamos que todo esté mal ni que sea necesario empezar de nuevo. Hay muchos elementos positivos en el actual momento histórico que seguramente pasarán a la etapa siguiente. Pero también continúan existiendo profundas contradicciones que estamos obligados a poner en evidencia para poder superarlas, en una discusión incansable con los grupos de poder que quieren ocultarlas para impedir la toma de conciencia de las poblaciones del planeta.
Si los poderosos de hoy han intentado reducir la vida humana a ese acto de egoísmo enfermizo que es el consumo, los humanistas reivindicamos la cualidad intencional del ser humano que lo incita a trascenderse a si mismo y reconocer al otro como su igual. Si esos poderosos quieren encadenar al ser humano a una supuesta naturaleza, los humanistas reivindicaremos su libertad. Si quieren hacernos creer que la vida humana se agota en lo material, los humanistas reivindicamos la subjetividad y la búsqueda de sentido.
Para terminar, quisiera avanzar unas pocas ideas de cara a un nuevo proyecto regional.
Integración regional
La primera etapa de este nuevo proyecto ha de ser sin duda la integración. Si a nivel sudamericano somos pocos (de hecho, se trata de la zona menos densa del mundo: veinte habitantes por kilómetro cuadrado), cada país por separado es prácticamente inexistente en el contexto mundial (salvo Brasil). Y además, estamos muy atrasados en un proceso que no ha logrado superar la fase retórica: se habla mucho de integración pero no hemos conseguido avanzar en el diseño de un programa y una agenda común que constituya la base de un acuerdo regional para el futuro.
Sin embargo, hoy no es posible concebir esa integración bajo la forma de un esquema hegemónico, venga de donde venga. La diversidad ha explotado ya en forma irreversible en nuestro continente y, una vez más, la palabra mágica es convergencia.
También nos parece un error encerrar este proceso en una especie de chovinismo regional, en añeja dialéctica con el resto del mundo. Para los humanistas, la regionalización siempre ha sido concebida como una etapa hacia la integración planetaria, en lo que hemos llamado la Nación Humana Universal. En este sentido, coincidimos plenamente con Evo Morales quien, en un discurso ausente de resentimientos, se refiere a la capacidad ancestral de su pueblo para organizarse comunitariamente como el gran aporte que Bolivia puede hacerle al mundo.
Un tercer punto se refiere a que el protagonismo y las decisiones deben comenzar a trasladarse desde los Estados hacia la comunidad organizada. Tal como se explica en el libro que ahora presentamos, nosotros entendemos al Estado ya no como un acumulador de poder, sino como un ente coordinador de la actividad libre y autónoma de la base social. Cuba puede enseñarnos mucho acerca de las formas de organización de base, ya que sabemos que aquí se han hecho grandes avances en esa dirección y estaremos atentos durante estos días para aprender de ello.
Por último, quisiera reiterar algo que ya hemos dicho muchas veces en innumerables tribunas en distintas partes del mundo: el Nuevo Humanismo rechaza enfáticamente el inhumano y violento bloqueo que Estados Unidos ha impuesto sobre Cuba, haciendo sufrir a su pueblo durante décadas estrecheces que los cubanos no se merecen. Apelando al mismo espíritu de integración regional que nos anima, demandamos al presidente Obama el cese inmediato de esta práctica arbitraria y brutal.
Eso es todo. Muchas gracias por su atención generosa.