
El oro blanco que devora la vida
Por Pedro Pozas Terrados. Pressenza.com. Medio Ambiente
La fiebre por el litio —clave para la transición energética— está devastando ecosistemas únicos y violando los derechos de los pueblos originarios en Chile, Argentina y Bolivia. Para extraer una tonelada se necesitan dos millones de litros de agua, en zonas donde este recurso es sagrado y escaso. Lo venden como energía limpia, pero su costo real lo pagan las comunidades indígenas y la biodiversidad. Es hora de exigir una transición justa, donde el futuro no se construya sobre nuevas injusticias.
En el corazón del triángulo del litio —formado por Argentina, Bolivia y Chile— se encuentran más del 60% de las reservas mundiales de este recurso, vital para las baterías de coches eléctricos, móviles y sistemas de almacenamiento de energía renovable. El litio ha sido bautizado como el oro blanco del siglo XXI, una promesa energética que, lejos de ser limpia y justa, está sembrando una nueva forma de extractivismo depredador.
Para producir una sola tonelada de litio, se requieren dos millones de litros de agua. Este dato es abrumador en regiones donde el agua ya escasea, donde los humedales altoandinos, salares y ecosistemas frágiles dependen de un equilibrio hídrico extremadamente sensible. Pero más dramático aún es el precio humano: los pueblos originarios son, una vez más, las víctimas invisibles del progreso ajeno.
En Chile, comunidades Atacameñas han alzado la voz por la devastación de sus salares ancestrales y la reducción de sus fuentes de agua dulce, fundamentales para la vida, la agricultura y su cosmovisión. En Argentina, los pueblos Kolla, Atacama y Likan Antai, entre otros, denuncian que sus territorios son ocupados o vendidos sin consulta previa, libre e informada, violando los derechos consagrados por convenios internacionales como el Convenio 169 de la OIT.
Los gobiernos, presionados por empresas multinacionales y el discurso de una transición energética verde, venden el litio como un futuro renovable. Pero detrás de esta fachada, se perpetúa el modelo colonial de saqueo, donde el beneficio se va lejos y el daño queda en casa. Las promesas de desarrollo local se disuelven en contratos opacos, territorios contaminados y aguas secas.

Imagen de Pedro Pozas Terrados – IA
Es irónico que una energía llamada “limpia” nazca de una herida abierta en la tierra. La biodiversidad de los salares —flamencos andinos, microorganismos únicos, especies endémicas— está desapareciendo. El silencio del desierto se rompe con maquinaria, caminos y perforaciones, mientras las voces de quienes han cuidado estos ecosistemas durante siglos son ignoradas o reprimidas.
¿De qué sirve una batería limpia si se construye sobre la injusticia? ¿Quién define lo que es progreso? ¿Y cuántas veces más deberán pagar los pueblos indígenas el precio del futuro de otros?
La transición energética no puede construirse sobre nuevas injusticias. El reemplazo de los combustibles fósiles por baterías de litio no es un avance si simplemente cambia de víctima: del planeta al desierto, del clima al agua, del petróleo a los pueblos indígenas.
Las empresas multinacionales, en connivencia con gobiernos nacionales y provinciales, han desembarcado en el norte argentino, chileno y boliviano con la promesa de empleo y desarrollo. Pero en muchos casos, los empleos son temporales, los salarios irrisorios, y los contratos firmados ignoran por completo a las comunidades locales. Los verdaderos guardianes del territorio no participan de las decisiones que lo afectan.
El Convenio 169 de la OIT, ratificado por estos países, obliga a realizar consultas previas, libres e informadas con los pueblos originarios antes de iniciar proyectos en sus tierras. Pero esta obligación legal es sistemáticamente ignorada. La justicia, cuando interviene, suele llegar tarde y con miedo.
Propuestas y caminos alternativos
- Consulta y consentimiento vinculante: Cualquier proyecto de extracción debe ser consultado de forma real y respetuosa con las comunidades originarias, garantizando que su decisión sea vinculante. No se trata de “informarles”, sino de respetar su autodeterminación.
- Control comunitario del recurso: Las comunidades deberían ser propietarias y gestoras de los recursos en sus territorios. En vez de ser marginadas, deben estar en el centro del modelo productivo, con beneficios directos y sostenibles.
- Tecnologías alternativas: Se necesita urgentemente inversión en baterías sin litio, basadas en sodio, grafeno u otras alternativas menos destructivas. Algunas ya existen, pero la presión del mercado frena su desarrollo.
- Minería urbana: Recuperar metales de dispositivos electrónicos ya usados —el llamado “minado urbano”— puede reducir significativamente la necesidad de explotar nuevos territorios.
- Responsabilidad empresarial internacional: Las empresas que extraen litio en el Sur Global deben estar sometidas a estrictas normativas internacionales de derechos humanos y ambientales, bajo vigilancia de organismos independientes.
- Corredores bioculturales protegidos: Excluir zonas sagradas, ecosistemas frágiles y territorios indígenas de cualquier tipo de explotación. Convertirlas en corredores de conservación con apoyo internacional.

Imagen de Pedro Pozas Terrados – IA
En las comunidades Kolla, Atacama, Diaguita y Likan Antai, las abuelas enseñan a los niños a hablar con el agua, a cuidar la tierra como si fuera parte del cuerpo. Son pueblos que no tienen “recursos”, sino relaciones sagradas con su entorno. Ver al litio como un “recurso” para extraer y vender es una visión ajena, impuesta, violenta.
Como ya ha ocurrido con el petróleo, el coltán y el oro, la fiebre del litio amenaza con dejar una estela de destrucción y olvido. Pero aún estamos a tiempo de no repetir la historia.
Este “oro blanco” que deslumbra a las grandes potencias y corporaciones, no debe seguir manchando las manos de quienes nunca fueron escuchados. No puede haber transición ecológica sin justicia climática, social y cultural. Y esa justicia empieza por escuchar, respetar y proteger a quienes han vivido en armonía con la tierra durante milenios.
Pedro Pozas Terrados
Nota original en: PRESSENZA.COM