Cenital.com | Opinión
Podría ser una estrella de cine, con tupida barba oscura, vistiendo de traje sin corbata con un botón abierto al cuello y pañuelo de seda rojo en el bolsillo del saco. Quizás no exageró cuando se autodenominó el “dictador más cool del mundo mundial”.
El presidente Nayib Bukele se jactó, orgulloso: “En muy poco tiempo, El Salvador pasó de ser la capital mundial de los homicidios, pasó de literalmente ser el país más peligroso del mundo, a ser el país más seguro de América Latina. Ya no es una promesa, es una realidad que están viviendo los salvadoreños”, en un discurso ante el icónico podio de mármol verde de la sede de las Naciones Unidas en Nueva York en septiembre pasado.
Hablaba de las polémicas medidas de seguridad que tomó en El Salvador, principalmente sobre un estado de excepción para responder a la violencia pandillera, que suspende garantías constitucionales y que, en los últimos 17 meses, permitió encarcelar a 73.800 personas, más del 1% de la población.
El modelo es, superficialmente, simple: capturas masivas de personas supuestamente afiliadas con pandillas, o acusadas de asociación con ellas. En la práctica las causales reales son amplísimas y pueden incluir: tener tatuajes, ser delatados por llamadas anónimas, tener desacuerdos con fuerzas de seguridad, o simplemente estar en el lugar equivocado cuando buscan cumplir cuotas de detención.
En ciertas zonas –a veces en pueblos enteros– las fuerzas de seguridad arman un cordón perimetral alrededor del territorio y allanan casas una por una. Bajo el estado de excepción, los detenidos no tienen derecho a representación legal y se extienden los tiempos de los procesos penales.
Se les proporciona solo comida mínima de subsistencia, para todo lo demás –calorías adicionales, ropa, elementos de higiene– dependen de sus familias, muchos de los cuales se encuentran en aprietos económicos gracias a la situación. Una nueva ley promulgada en julio permitiría juicios colectivos de hasta 900 personas, complicando aún más la pantomima de debido proceso.
Efectivamente, cambió radicalmente la vida de miles de personas que vivían bajo el control territorial violento de las pandillas criminales. Denominado el “modelo Bukele” por la prensa, los éxitos del punitivismo populista en El Salvador son verdaderamente llamativos. El país pasó de tener una de las tasas de homicidios más altas del mundo en el 2015, 103 por 100.000 habitantes, a una de las más bajas de la región 2,2 por 100.000, por lo menos según las cifras comunicadas por redes sociales por el propio presidente.
Pero, aunque los números oficiales no son muy confiables, todos los observadores, aún los más críticos, destacan un cambio marcado en las calles más peligrosas de El Salvador. Hasta hace poco, las comunidades estaban divididas por límites invisibles entre territorios pandilleros que controlaban entradas y salidas, y extorsionaban sistemáticamente la actividad económica.
En algunas zonas, hasta controlaban directamente toda la actividad económica cotidiana, desde transporte hasta la venta de cerveza. Una nota del medio independiente El Faro, en febrero, da cuenta de la destrucción de la red territorial pandillera. “La conclusión es contundente: las pandillas ya no existen de la manera en que El Salvador las ha padecido”, concluyen en la investigación de El Faro.
Dado todo esto, no sorprende que Bukele y su modelo tengan apoyo masivo entre la población. La aprobación del joven líder estuvo por encima de 90% desde que asumió el mando, la última medición de CID-Gallup lo pone en 88%, el más alto de todos los líderes latinoamericanos.
Al igual que los influencers, Bukele promete una vida imposible. El modelo Bukele y su éxito no dependen solamente de las políticas manoduristas que tanto alaban los admiradores en otros países. El método depende de una serie de factores menos publicitados: la cooptación de las instituciones democráticas por parte del presidente, el amedrentamiento de voces críticas, y negociaciones encubiertas con las pandillas antes del estado de excepción – que algunos creen que podrían seguir.
El primer indicio de las tendencias autoritarias de Bukele vino a meses de asumir el mandato, cuando entró con fuerzas armadas a la Asamblea Legislativa en febrero de 2020 y amenazó con disolverla si los legisladores opositores no aprobaban un préstamo (lo hicieron). Pero su popularidad allanó el camino, y ganó una super mayoría propia en el 2021, lo cual le permitió cooptar la Corte Suprema, y después jubilar forzosamente casi a un tercio de los magistrados salvadoreños. No sorprendió mucho cuando los jueces determinaron que la prohibición a la reelección presidencial de la constitución salvadoreña, en realidad no aplicaría al propio Bukele. Pese las críticas de casi todos los constitucionalistas, Bukele inscribió su candidatura hace días y todo indica que ganará un segundo mandato en las urnas en febrero del año que viene.
A lo Bukele
En este dossier especial, intentamos entender el fenómeno Bukele a través de una serie de notas, entrevistas y artículos de opinión. Cómo se sustenta ese apoyo, cómo logró construir su propio método, ¿es exportable a Latinoamérica? ¿Qué implica eso?
Pero, antes que nada, debemos contestar la pregunta básica: ¿quién es Bukele? De publicitario a presidente, Juan Elman profundiza en la historia personal y política en un perfil periodístico que muestra los motivos de su popularidad y la forma en la que construyó su poder: Bukele, el político influencer.
En América Latina, tierra fértil para la bukelización, con Juan Elman escribimos sobre las promesas del punitivismo populista, las propuestas de soluciones tajantes a los problemas de seguridad y cómo estas ideas encontraron suelo para crecer en la región, la cual atraviesa una crisis de representatividad, a la vez que sufre aumentos importantes de inseguridad.
Referencias a Bukele abundan en campañas electorales este año, incluyendo Guatemala y Ecuador. El gobierno izquierdista de Xiomara Castro en Honduras implementó una versión del estado de excepción para combatir organizaciones criminales. Y hasta apareció la cara de Bukele con promesas de orden en carteleras de campaña en Argentina. Los titulares en medios internacionales hablan de un efecto contagio, y se preguntan si Bukele es el nuevo punto de referencia en materia de seguridad en América Latina. Sin embargo, a pesar de que algunos creen que el «modelo Bukele» podría ser relevante para abordar la violencia en Argentina, los expertos señalan que, más allá del marketing, no es novedosa la política de mano dura. En ¿Argentina necesita un modelo Bukele?, el politólogo especialista en seguridad, Diego Gorgal, explica cómo sería en nuestro país la aplicación de medidas similares a las salvadoreñas.
Además, hay factores específicos de El Salvador, como la escala económica de las pandillas –que hacen que tengan menos capacidad de respuesta violenta a las fuerzas armadas–, ante el enfoque de mano dura en comparación con organizaciones criminales transnacionales relacionadas con el narcotráfico. La investigadora especialista en seguridad internacional, Victoria Ubierna, ahonda en la historia de las maras, desde sus raíces en la guerra civil y las calles de Los Ángeles, en Las maras, una encrucijada salvadoreña.
En ¿Se puede exportar el manodurismo? El caso de Ecuador Josefina Salomón contrasta la situación de El Salvador con el país latinoamericano que pasó de ser uno de los más seguros a estar en las antípodas. Allí analiza que en materia de seguridad se debe tener en cuenta factores como la pobreza, la desigualdad y marginalidad que, sumada a problemas estructurales –falta de inversión en educación, infraestructura y seguridad–, generan mano de obra barata para las organizaciones criminales y dejan a poblaciones sin protección ante economías ilegales.
Por otro lado, Bukele ataca voces críticas en organizaciones de sociedad civil y medios independientes. El Faro tuvo que mudar sus oficinas administrativas a Costa Rica este año para resguardarse de posibles ataques, y 22 de sus periodistas fueron víctimas de hacking con el software israelí Pegasus, que solo se vende a gobiernos. El periodista y ex director de El Faro, José Luis Sanz, corresponsal actual del medio en Washington, escribe acerca de las violencias cotidianas que sufren los periodistas en La motosierra de Nayib Bukele.
El fenómeno no se hace solo, el presidente salvadoreño hace un uso hábil de las redes sociales y tiene un próspero ecosistema de trolls que impulsan agenda y atacan a sus críticos. “Bukele tiene un aparato de comunicación a su servicio que le permite instalar un tema de conversación y enfocarlo en sus términos, en 12 horas”, cuenta Amparo Marroquín Parducci, decana de Ciencias Sociales de la Universidad Centroamericana en la entrevista El presidente de las redes: de “dictador cool” a “Philosopher King” que le hizo la especialista en discursos de odio en redes, Natalia Aruguete.
Pero lo más cuestionado del modelo Bukele es la sistemática violación de los derechos humanos. Detenciones arbitrarias, maltrato, torturas y desapariciones forzadas forman eje vertebral de las políticas de seguridad del gobierno salvadoreño. Desde que comenzó el estado de excepción, Cristosal, la principal organización de derechos humanos en El Salvador documentó 185 muertes de detenidos, de los cuales ninguno había sido juzgado. Los muertos sufrieron torturas, golpes, asfixia mecánica por estrangulación, lesiones o simplemente fueron dejados morir por falta de atención a padecimientos mortales. Noah Bullock, director de la organización de derechos humanos más importante de El Salvador, cuenta en esta entrevista: Noah Bullock: “El estado de excepción instaló un gulag tropical en El Salvador“. “Lo que se ha hecho es suplantar la violencia criminal por la violencia estatal”, dice.
Las bases del modelo
Se acumulan denuncias de detenciones de activistas y líderes comunitarios y también de denuncias que corresponden a desacuerdos personales. “Entonces yo creo que el efecto en la en la población, no únicamente del estado de excepción pero también del poder comunicacional, del sistema complejo de troles, el control también de medios de comunicación, manda un mensaje muy similar a lo que mandaba la pandilla: es callar, auto silenciarse. Es mejor no hablar de política, es mejor no opinar”, explica Bullock en su entrevista.
Si bien los avances en materia de seguridad son impactantes, aun sin tener cifras fiables, siguen surgiendo detalles que generan dudas acerca de la perdurabilidad y profundidad de los éxitos.
El gobierno no reconoce el rol de negociaciones con pandilleros en las cifras de homicidios, que empezaron a bajar dramáticamente en los años anteriores al estado de excepción que se declaró en marzo 2022 después de un sangriento fin de semana en los cuales pandillas asesinaron a 87 personas, aparentemente por una ruptura en esas negociaciones.
Algunos sugieren que la estrategia bukelista sería funcional a las metas de las dirigencias pandilleras, las ranflas, que ahora se encuentran liberadas de una enorme estructura humana y con capacidad de evolucionar hacia criminalidades más rentables. Hay indicios de que las negociaciones con pandillas continúan aún bajo el estado de excepción, incluyendo la liberación de varios líderes de MS-13.
Y aunque Bukele pinta su política como un éxito rotundo, también se filtraron a la prensa documentos internos de la policía, documentando que aún falta capturar casi 43.000 personas supuestamente aliadas a las pandillas. Grupos de derechos humanos dicen que es una forma de asegurar la continuidad del estado de excepción que se renueva mes tras mes.
El modelo Bukele deja en evidencia la falta de una respuesta progresista, acorde con el respeto a los derechos humanos, a los problemas de inseguridad violenta que padecen muchas poblaciones en América Latina.
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