Acerca de la fumigaciones con agrotóxicos, envío esta conmovedora estampa de Víctor Krieger Fabbroni, de Bandera, Santiago del Estero, Argentina…
Amigos:
Relacionado con el problema de la fumigación, envío esta conmovedora estampa. El autor se llama Víctor Krieger Fabbroni, vive en una pequeña ciudad de Santiago del Estero a 40 km de la frontera con Santa Fe, llamada Bandera.
Daniel León
Amigo:
Te cuento algo que me pasó, que pasa regularmente en Bandera. Me quedé puteando, pateando yuyos. No podía hacer otra cosa. El Tero estaba muerto. Los demás me sobrevolaban amenazantes, como si yo fuera el asesino. Y tenían razón: maté con mi silencio, conveniencia y cobardía.
Ayer volví a pasar por el lugar: no quedaba ningún Tero. El Maíz y Soja Bt, tras la alambrada, continúa creciendo.
Ya no veo animales, aves o insectos morir. Ya no hay animales, aves e insectos. Hace meses que no muere algún amigo de infancia. No puedo alegrarme: ya están muertos. No todos: algunos se fueron.
Vengo demorando y demorando la pregunta del millón:
-¿Cuándo me tocará a mí?
-¿Cuándo se acabará mi suerte genética y Monsanto triunfará sobre mi última resistencia?
EL GRITO DEL TERO
No sé si sabías que la evolución llevó la vida de esta pequeña ave desde el mar a la tierra creyendo que peligraba su futuro evolutivo.
Este ser, independiente y en transición, descubrió un paisaje verde y renovado; formas y prodigios de vida que afloraban del surco que abría el acero agrícola. Y se hizo amigo de la tierra, y de "sus dueños".
Vos, yo, y el Tero del relato -verídico- que sigue, somos herederos de aquella aventura de la creación.
Lamentablemente, a la sabiduría de la naturaleza que da vida hoy se opone la "ciencia", la oscura cultura transgénica de Monsanto que la manipula, que abusa. Entonces, esa natural armonía se ve interrumpida por disciplinados artilugios, peligrosos atajos evolutivos plagados de incertidumbres e imprecisiones en pro de ganancias que no se comparten, que no se humanizan.
Es_la realidad infligida que vivimos los pueblos de Santiago del Estero condenados por el exterminio sojero, pero aún vivos; y es el alienamiento de cementerios transgénicos donde yacen las víctimas del lucro y la ambición extrema.
Ayer vi morir, envenenado, a un descendiente de ese fantástico proceso evolutivo.
No puedo dejar de preguntarme por qué las circunstancias hicieron que esos instantes de conmoción y espanto ocurrieran a metros de donde estaba, casi al alcance de mi mano. Por qué fui obligado a ver hasta su mínimo gesto de cortísima agonía, de desesperado intento de huir al cielo, tan solo por opuesto a la tierra.
¿Será porque vivo en Bandera?
A orillas de la ruta, en un charco tibio y hediondo moraba una familia de cinco Teros. Dos adultos y una pichonada que apenas completaban su ropaje gris azulado. Estaban allá, suspendidos sobre trémulas patitas anaranjadas, en silencio, ocupados en martillar el barro en busca de vida que da vida. Estaban allá cuando cumplí doce años y estaban ayer, acompañando mis sesenta. Iguales, iguales.
De pronto un chillido corto, agudo y extraño a su lenguaje repetitivo.
Un solo grito y un brinco que continuó su evolución en vuelo vertical, antinatural. Otro grito más corto aún, casi un ¡ay! y su imagen suspendida en el aire con las alas extremadamente extendidas. Un ente invisible le torció la cabeza, hizo que el pico apuntara a la tierra y, como una saeta, impactara el ripio de la banquina con la suma de peso y fuerza. Cayó a menos de un metro de mis pies. Atónito, presencié un nuevo y postrer espasmo de vida que le hiciera remontar por última vez lo etéreo con los ojos cerrados y la cabeza aún ridículamente doblada hacia abajo. Apenas cruzó el palo de la ruta cuando su figura se desintegró en el aire. Lo que cayó ya no era un ave, menos un Tero.
Ahí quedó, fulminado. Había perdido las formas y sustancia que le dio la naturaleza: la que da vida.
A su lado, inútil, como impotente testigo incapaz de corregir, yo.
¿Quién mata de esta manera? pensé.
Un poco más allá, tras el alambrado, emergían radiantes millones de platines del tóxico Maíz Transgénico Bt. promocionado por escuetos cartelitos. Apenas a un costado, más y más Soja de la misma calaña y, atrás y al fondo, confirmando mis sospechas y acreditando mi impotencia un Mega Cartel propagandístico de Monsanto que se jacta, orondo, de vulnerar los límites de la Soja, del Maíz, de la naturaleza.
Nada dice de la "autorizada" aniquilación que provoca. Tampoco menciona a la defectuosa clase gobernante reciclada en la falta de ética y extrema mediocridad; mercenarios que evolucionan y perfeccionan obediente a nuestra incapacidad de someterlos a la
justicia, justicia que evoluciona y perfecciona garantizando impune descontrol bien pago en parlamentos ridículos, abyectos.
Y vos, yo, nosotros todos crédulos incorregibles esperando ver qué tienen que decir de lo que ya nada hay por decir en este franco proceso de decadencia de las estructuras democráticas.
¡Qué van a decir estos miserables que no ofenda!
Se olvidaron de mis nietos, de su igualdad de derechos y la imposición de jugar a pérdida su propia lotería de vida.
La corrupción transgénica mata; a los pobres, rápidamente. Te mata: ¿entendés? Con los ricos es más tolerante y amigable pero, finalmente, los mata.
No te hagas ninguna ilusión: Seas rico o pobre el destino del tero descerebrado por neurotóxicos será el tuyo, el nuestro. No cometas el error de creer que estás lejos y vos a salvo. No, estás más cerca del santiagueño fumigado, que de la Toyota mata utopías.
Iguales al Tero, vos, aquél y yo. Solo falta el grito.
Victor Krieger Fabbroni <victordisc(arroba)hotmail.com>
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Tiene dudas sobre si los animales tienen sentimientos?
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