Cuerpo y alma son el reverso y el anverso de lo que somos. La salud se lleva bien adentro, primero, para después materializarse en el físico. Ambos se necesitan porque no funcionan como polos sino en la dialéctica constante del devenir de las cosas y de los hechos. Son la comunicación en movimiento. El hielo derritiéndose para transformarse en líquido para luego evaporarse, hasta la próxima helada.
O hasta la próxima piedra.
Entorpecer la fluidez de la vida es entorpecerse la vida. El fluir tiene que ver con el agua, con la purificación de las relaciones humanas (con otros y con nosotros mismos). Tiene que ver con no pedir más de lo que se puede esperar. No pedir más de lo que acontece. No querer escuchar explicaciones ni del para qué ni del por qué, simplemente dejar que el otro recorra el camino que desea en el momento que desea. No ser uno el estorbo de nadie.
Que se prohíba prohibir no hace las cosas más dulces o livianas, como cualquier occidental supondría. Sino todo lo contrario, predispone a que queda uno se haga responsable de su propia existencia.
Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera otra vez es la última película de Kim Ki-duck. Mirándola se comprende por qué el cine es el séptimo arte.
Este director oriundo de culturas antagónicas a la nuestra hizo de este film un regocijo para la vista y el espíritu. Cada elemento utilizado comunica algo por sí mismo. No requirió de la saturación discursiva para expresar amores, odios, rencores, ira, órdenes, pasiones, contenciones. En realidad, muy pocas veces es necesario emitir un chorro de palabras para hacerse entender en el corazón del otro.
Plausible hasta el cansancio la labor del Director de Fotografía: Baek Dong Jun. La iluminación está en el lugar y en su punto justo. No hay saturación de nada. El escenario es la naturaleza transformándose según las cuatros estaciones en un predio reducido: un lago rodeado de montañas y paraísos terrenales compuestos por árboles y cascadas; la morada es una pequeñez encantadora flotando en el medio de la mancha acuática.
Una enseñanza por donde se la mire.
Eso sí. Se requiere de una intimidad capaz de husmear entre las metáforas para sentirse tocado. Metáforas en el hielo, en el agua cayendo o estancada, en las flores, en las hojas otoñales dejándose caer al lago, en los peces, en las estatuas, en las paredes que faltan, en las rocas, en las montañas, en las puertas que no cierran nada, en la canoa que va y viene sola.
No hay fin ni principio explícito. Todo es consecuencia de una sutil ilación de imágenes y aconteceres. Sólo se comparten los momentos más apremiantes en la relación de un maestro y su joven aprendiz.
Aislados de la tormenta del mundo, se dedican a contemplar el cosmos y, allí dentro, su minúscula partícula humana. Medicina natural para calmar las tempestades del hombre embravecido por las insignificancias. “Porque la lujuria trae pasión, y la pasión lleva al asesinato”.
Un niño que juega de más. Un maestro que no tiene recelos en educar, aunque pueda llegar a sonar agresivo (sobre todo para nosotros, los del país con uno de los índices más altos en psicólogos matriculados). Una marca en la historia personal, para siempre.
Si miramos la película desde la superficialidad, sin poner nada personal en cada toma que parece un cuadro de exposición, seguramente nos parecerá una sonsera.
En cambio si la miramos para dirigir la mirada hacia las aristas de nuestras relaciones, es más que seguro que saldrá del cine con la ilusión de que mañana vivirá más relajado. Porque lo que tiene que ser será, aunque violentemos contra ello hasta nuestro propio cuerpo.
La vida fluye y nosotros adentro de ella.
Primavera, verano, otoño, invierno…. y otra vez primavera Título original: Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom Drama Complejo Monumental Dirección y guión: Kim Ki-Duk. Duración: 103 min. Actúan: Oh Young-Su, Kim Ki-Duk, Kim Young-Min, Seo Jae-Kyung, Ha Yeo-Jin, Kim Jong-Ho, Kim Jung-Young Origen: Corea del Sur – Alemania (2003) Calificación: Apta para mayores de 16 años |
Fuente: Rosarinos.com – Anabel Donnet