La mayoría de los argentinos tiene, como es natural, la mirada persistentemente fija sobre los acontecimientos nacionales, signados por la compleja coyuntura en lo social, político y económico… Sin embargo, la absoluta lógica que signa ese comportamiento puede conducir a la desinformación en torno a temas clave. Pasó en general inadvertido, en el contexto de un país sacudido por la noticia de la redolarización de los depósitos atrapados en el sistema financiero, la difusión del Informe Mundial sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos, que dio a conocer alarmantes datos en torno del futuro planetario de un recurso clave, como es el agua potable. Y convendría comenzar a poner atención sobre el asunto, porque involucra -a mediano plazo- el futuro de todos.
«De todas las crisis con que se enfrenta la humanidad, la del agua es la que se encuentra en el corazón mismo de nuestra supervivencia», dice un informe de las Naciones Unidas. Y el porvenir no parece ser alentador: en los próximos veinte años el consumo de agua por habitante se reducirá en una tercera parte. Los factores para que se produzca tan brusco descenso, con el consecuente desmoronamiento de la calidad de vida, son múltiples, pero sólo algunos resultan solucionables. Lo grave es que, dada esa característica, no hayan sido resueltos hasta el presente.
El cambio climático y el crecimiento de la población poseen fuerte incidencia en el problema, aunque no menos importante es un factor que emana de la irresponsabilidad y la indiferencia: la contaminación, que afecta esencialmente a las naciones más pobres. Al respecto, es útil recordar que un solo litro de agua residual contamina ocho de agua potable.
El mismo informe de la ONU es categórico al referirse a las razones del drama. «La crisis del agua es ante todo una crisis debida a la falta de buen gobierno y de voluntad política para administrar los recursos con sensatez», dispara. Y no deja demasiado margen para la réplica.
La Argentina, si bien no sufriría dificultades en lo inmediato, tiene a gran parte de su territorio amenazada: dos tercios de su geografía -algo que muchos ignoran- son áridos o semiáridos, y cinco millones de habitantes carecen de acceso a agua segura. ¿Se puede seguir dando alegremente la espalda a dilema tan acuciante? La respuesta es sí, pero en tal caso los precios serán altos y los pagarán las generaciones futuras.