Con motivo del "Segundo Curso anual, Transitando Hacia una Economía Social y Humanista" de la ELAPDIS realizado en la Universidad de Santiago de Chile entre el 30 de septiembre y el 6 de octubre se realizó un panel de cierre en la que participó como expositor el economista y vocero del humanismo para Argentina, Guillermo Sullings.
Con motivo del "Segundo Curso anual, Transitando Hacia una Economía Social y Humanista" de la ELAPDIS realizado en la Universidad de Santiago de Chile entre el 30 de septiembre y el 6 de octubre se realizó un panel de cierre en la que participó como expositor el economista y vocero del humanismo para Argentina, Guillermo Sullings.
Image by: Patricio Quintana
Pressenza / Santiago, 2009-10-06
Introducción
Al referirnos a los fundamentos de una Economía Social y Humanista, podríamos quizás dar por sentado el significado de los términos “social y humanista”, podríamos tal vez asumir como obvios sus postulados éticos, y hasta suponer sobreentendidos los objetivos concretos buscados; y entonces referirnos solamente a las transformaciones estructurales necesarias para lograr tales objetivos. Sin embargo, en muchas ocasiones, las suposiciones hacen que a la hora de sumar voluntades en torno a una causa, se asuman tácitamente acuerdos que luego no resisten la prueba de la praxis.
Por ejemplo, si partiéramos de la premisa de que una Economía Humanista implica la redistribución del ingreso, sin entrar en mayores detalles, podríamos partir desde un endeble punto en común entre quienes postulan la igualdad de oportunidades y quienes proponen la igualdad de resultados (igualitarismo), y al poco tiempo comenzarían las diferencias irreconciliables. Por eso es necesario ahondar en la búsqueda de fundamentos que nos permitan hallar una raíz en común, antes de buscar un tronco en común. Alguien podría pensar en cambio, que extremar la búsqueda de precisiones en la definición de los fundamentos, aumentaría la diferenciación limitando las posibilidades de acuerdos a la hora de sumar voluntades. Sin embargo, algunos pensamos que una adecuada profundización en el análisis de estos fundamentos, luego de sortear los laberintos de los malos entendidos, y luego de incluir la diversidad de puntos de vista, finalmente nos podría permitir ampliar cada vez más, y con mayor solidez, la base de los acuerdos. Seguramente que no será esta la oportunidad para poder extendernos en tal profundización hasta agotar todos las posibilidades, pero al menos trataremos de dejar enunciados algunos puntos a modo de esquema.
Por otra parte, si solamente nos refiriéramos a los fundamentos más profundos, sin arriesgar la proposición de las acciones concretas que implicarían su aplicación social, correríamos el riesgo de avanzar en una teorización principista que no resistiera luego el desafío de la implementación. Desde luego que cualquier acción concreta que se proponga, necesariamente estará condicionada por el contraste entre lo que se quiere y lo que existe actualmente, y por lo tanto siempre será perfectible y variable en el tiempo. Pero es comenzando a colocar la mampostería como se comprueba si los planos eran los correctos.
El Humanismo
Más que pensar en cómo se organizaría en esta sociedad una economía humanista, tal vez debamos pensar en cómo debiera ser una sociedad humanista, y luego imaginar como se organizarían en ella las relaciones económicas. En ese caso tal vez podríamos afirmar que la sociedad actual no es humanista, por lo tanto hasta no humanizarla no podremos organizar una economía acorde a ella. Aunque también podríamos afirmar que buena parte de la deshumanización reinante tiene sus raíces en el actual sistema económico, y entonces su transformación contribuiría a la humanización de las relaciones sociales.
En todo caso, tendríamos que definir a qué le llamamos humanización, o qué entendemos por humanista.
El Humanismo por definición coloca al ser humano como valor central. En el caso del Humanismo Universalista, corriente de pensamiento fundada por Silo, y en la cual me incluyo, lo solemos definir como: “Nada por encima del ser humano, y ningún ser humano por encima de otro”. De esta definición se desprenden varias consecuencias. Por una parte las consecuencias sociales, y siendo la economía una ciencia social, seguramente deberemos ubicarnos allí para buena parte de este análisis. El respeto a la libertad, a la intencionalidad humana, a su diversidad, a su dignidad, y a todos sus derechos, pasan a ser prioridad en la organización social, en la que no solamente habrá que buscar que nadie pueda individualmente e impunemente atentar contra la humanidad de otros, sino que por sobre todo, habrá que velar para que los sistemas de organización social no conlleven a una violación sistémica de los derechos humanos y a una supresión sistémica de las oportunidades para ejercerlos.
Por otra parte, podría pensarse que la concepción antropocéntrica, además de las consecuencias sociales, puede tener consecuencias en la relación con la naturaleza, y en algunos casos en la relación con Dios. Sin embargo, distinto será que tales planos diferentes al social, los ubiquemos como entidades diferentes y casi ajenas al fenómeno humano, o que incluyamos todo dentro de un sistema mayor. Y distinto será que la interpretación de ese todo la incluyamos dentro de la interpretación de la conciencia humana, o le asignemos una intencionalidad ajena a la humana. Si quisiéramos hacer lo segundo, estaríamos ante una paradoja; porque ¿Quién es el que asignaría esa intención ajena a lo humano sino el mismo ser humano? Porque hay quienes dicen interpretar lo que la naturaleza necesita o quiere, y hay quienes dicen interpretar lo que los dioses quieren. Pero los que dicen esas cosas son seres humanos. Y si algunos de esos seres humanos, en nombre de la naturaleza o de los dioses, buscaran poner condiciones a otros seres humanos, estaríamos nuevamente frente a la problemática del humanismo social “ningún ser humano por encima de otro”, aunque ese ser humano pretendiera contar con el aval de fuerzas externas a lo humano, de acuerdo a su particular interpretación, que es una interpretación humana.
Posiblemente para salir de esta suerte de “solipsismo de la especie”, debamos ponernos en la perspectiva procesal, viendo de donde venimos y preguntando hacia donde vamos. Tal vez allí encontremos que la naturaleza ha logrado tomar conciencia de sí misma a través de lo humano, y que lo humano puede profundizarse hasta trascenderse a sí mismo y acceder a otro plano. Y tal vez entonces no seamos ni depredadores de la naturaleza, ni tampoco sus protectores, sino más bien la inteligencia de un cuerpo mayor que va buscando sus propios y renovados equilibrios en una espiral evolutiva permanente.
Por lo tanto, cuando hablamos de que el ser humano debe ser el valor central en la organización social, y por lo tanto de la economía, no estamos con ello coronando a un déspota que en nombre de su ubicación central destruya irresponsablemente la naturaleza. Estamos por el contrario diciendo que ningún ser humano puede ejercer violencia sobre otro, invocando una causa mayor que la vida humana. Y cuando hablamos de violencia, no nos referimos solamente a la violencia física, sino también a la violencia racial, a la violencia religiosa, a la violencia sexual, y por supuesto que también a la violencia económica.
Por eso es que antes de pensar en una economía humanista, hay que pensar en una sociedad humanista, en la que se respete a todo ser humano en todos sus aspectos, y como consecuencia también en lo atinente a la temática económica. Y para ello, además de definir lo que entendemos por humanismo, debemos definir los principios morales de ese humanismo, que debieran operar como parámetros conductuales, más allá de las regulaciones legales.
La moral de la reciprocidad
Cuando antes hablamos de la ubicación central del ser humano, pero puesta en proceso, preguntándonos desde donde venimos y hacia donde vamos, como un modo de integrar lo humano con el Todo, queríamos insinuar un emplazamiento que incluyera la humildad de quien asume su origen y la grandeza de quien busca crecer sin límites. Ese emplazamiento permite contener la grandeza del espíritu humano, pero junto con ella los sentimientos de Amor y Compasión para con todos los seres humanos y la vida en general. Y hablamos de Amor y Compasión con mayúsculas; no la falsa compasión timorata y pusilánime que surge del temor y la identificación, y que se parece más a la moral del resentimiento que describiera Nietzsche en su Genealogía de la moral. No hablamos de una moral “para otros”, temerosa del enjuiciamiento social o del castigo divino. Tampoco hablamos de una moral únicamente “para sí”, que pretenda buscar satisfacción interna (sintonizando con el propio ego, o con un supuesto Dios internalizado), aun a costa de arrasar con los demás. Estamos hablando de una moral que comprenda el “para sí” y el “para otros”, comprendiendo que la conciencia del ser humano se constituye en el mundo y para el mundo.
Estamos hablando de varias cosas, pero fundamentalmente de la regla de oro: “Trata a los demás como quieres que te traten”. Y no profundizaremos más en esto, porque no es la moral el tema de este trabajo, pero sí podemos decir que, sin entrar en disquisiciones semánticas, nos parece más acorde con este principio la moral de la reciprocidad que la moral de la solidaridad. Y esta observación puede tener consecuencias en la concepción de una economía, por lo tanto merece algunos comentarios más.
Generalmente se entiende por solidaridad el ocuparse de los problemas ajenos, o el compartir, o el ayudar a otros. En fin, es una palabra muy utilizada, y no vamos a entrar en discusión con los diversos significados que se le puede dar popularmente. Pero en muchas ocasiones se suele identificar con esa palabra a la dádiva, y ningún sistema económico podría fundamentarse en esa concepción, en la que algunos buscan lavar su conciencia por las desigualdades que genera un sistema que no están dispuestos a transformar. Otras veces se asume la conducta solidaria como un gesto altruista de cumplimiento casi obligatorio en toda situación, como si la solidaridad fuera simplemente la represión del egoísmo.
La moral que contenga el “para sí y el para otros”, no puede plantearse externamente, como precepto a cumplir, sino como necesidad de conducirse con coherencia. Y esa necesidad de conducirse con coherencia, puede encontrar diversos puntos de equilibrio, según cada situación dada, donde la actitud del otro también cuenta, donde los contextos también cuentan, donde muchas cosas cuentan. Es por eso que la palabra Reciprocidad se nos ocurre más acorde, menos gastada en todo caso, para definir un comportamiento moral acorde a la regla de oro, y con muchas connotaciones en el planteo de una organización económica.
Iguales derechos e iguales oportunidades
En el 2006 publicamos un ensayo titulado “La nueva sensibilidad y los nuevos paradigmas de una Economía Humanista”. Allí hablábamos, entre otras cosas de los paradigmas actuales de la denominada “Economía de Mercado”, basados en la competencia salvaje, el lucro, el consumismo, la especulación y la usura. Y concluíamos con que el paradigma principal para una economía humanista, debiera ser el de asegurar iguales derechos y oportunidades para todos. Sin embargo, en la teoría, los liberales y neo liberales que defienden la economía de mercado, también nos hablan de la igualdad de oportunidades. Tal vez sea una manera muy particular de definir esa igualdad, porque pareciera que todos tendríamos entonces iguales derechos y oportunidades para competir salvajemente, para especular, para lucrar y consumir desenfrenadamente, y el hecho de que solamente una minoría logre hacerlo, hablaría bien de sus aptitudes, dejando en evidencia la debilidad de la mayoría restante, en una carrera darviniana de supervivencia.
Si bien mucho hay que hacer todavía en cuanto a la “igualdad de derechos” o la “igualdad ente la ley”, debemos decir que de todos modos, no necesariamente la igualdad de derechos legales, asegura que existan oportunidades para ejercerlos. Todos tienen derecho a un trabajo, si lo consiguen, todos tienen derecho a una vivienda digna si la pueden comprar, y así siguiendo. Podría pensarse entonces que ante la evidente desigualdad de oportunidades que existe en la economía de mercado, se debiera entonces asegurar la igualdad para todos mediante una economía centralizada en la que el Estado determine cuanto debe producir y consumir cada uno. Sin embargo, no compartimos esa propuesta, no solo por la evidencia de su fracaso histórico, sino además por su concepción autoritaria. Más bien pensamos que es posible un sistema político y económico que garantice esta igualdad de oportunidades.
Cuando hablamos de igualdad de oportunidades, y no necesariamente de igualdad de resultados, estamos sosteniendo que ante una misma opción, diferentes personas pueden comportarse de diverso modo, y por lo tanto obtener diversos resultados. No todos trabajan con el mismo esfuerzo, o con la misma capacidad, o con la misma creatividad, o el mismo talento, o la misma permanencia, o la misma responsabilidad, o la misma imaginación y arrojo, etc. De allí que no todos tendrán los mismos resultados. Además hay que considerar que el ser humano tiene muchos aspectos en los que puede buscar aplicarse con vocación, y el aspecto económico es solamente uno de ellos, por lo cual seguramente habrá personas que quieran dedicar a este rubro solamente una parte limitada de su tiempo, de su empeño y su capacidad. Es decir que la diversidad de resultados ante idénticas oportunidades, no necesariamente responde a diversos atributos, sino también a diversos intereses.
O sea que si hipotéticamente pusiéramos a cada ser humano aislado del resto, en un terreno con suficientes recursos naturales para que produzca y consuma, seguramente habría diversos resultados para cada cual, aunque las oportunidades hayan sido las mismas, y esto no implica ninguna injusticia. Desde luego que en este ejemplo hipotético no estamos considerando los casos de personas en inferioridad de condiciones físicas o mentales, que es otro tema.
Ahora bien, como la economía es un sistema de interrelaciones sumamente complejo, y cada ser humano no está en un territorio aislado, ocurre que las oportunidades que cada cual tenga, mucho tienen que ver con esta organización social. Y si el mayor aprovechamiento de ciertas oportunidades de parte de algunos, termina restringiendo luego las oportunidades de otros, estamos frente a un problema. Y si además las reglas del juego para aprovechar las oportunidades son dudosas, se nos agregan más problemas.
Hay que analizar entonces, como se puede llegar en una economía compleja, a garantizar la igualdad de oportunidades.
El punto de partida
Es claro que no tiene iguales oportunidades hoy aquel que nace en cuna de oro, que aquel que nace en la miseria.
Se podría pensar en varias formas de evitar esta desigualdad en el punto de partida. Una forma es minimizando las deformaciones del sistema económico actual, para que las diferencias en la distribución del ingreso no generen diferencias tan abismales. Ese es un punto al que luego nos referiremos más extensamente.
Otra forma sería mediante la regulación del derecho a herencia, mecanismo que no debe descartarse, aunque habría que cuidar de implementarlo con criterio de realidad y sin debilitar la iniciativa productiva. Desde ya que no se puede abordar el tema de la herencia desde el resentimiento, sino desde la reciprocidad. No se trata de castigar a los descendientes de quien logró un mejor pasar, sino en todo caso de que contribuyan con la sociedad que puso un contexto adecuado para que alguien pudiera aprovechar sus oportunidades. Por otra parte, es claro que si alguien trabaja no solamente para asegurar su propio bienestar sino también el de sus hijos y nietos, verá limitada su iniciativa si sabe que lo que genere por encima de cierto tope se lo llevará el Estado. Y además también ocurre que en la práctica hay muchas formas de eludir las limitaciones legales en el derecho a herencia.
Estamos diciendo que si bien por una parte el derecho a herencia debe dejar de ser una institución inmaculada e intocable para ciertas concepciones de la economía, y que se debe regular y restringir, no por ello hay que abordar el tema livianamente. Seguramente que las limitaciones en el derecho a herencia deberán ser a partir de determinada escala, a partir de cierta generación de descendencia, y teniendo en cuenta también el rol social, productivo y generador de empleo que tenga cada patrimonio a considerar.
Además, como dijimos antes, la desigualdad exagerada en la distribución del ingreso (que no responde a la desigualdad de capacidades y esfuerzos sino a las distorsiones del mercado), debe corregirse equilibrando su raíz, y no podando constantemente las ramas.
Tal vez, a la hora de asegurar un punto de partida que se acerque a la igualdad de oportunidades deseada, más que ocuparnos del derecho a herencia, debamos ocuparnos de dos de las mayores responsabilidades del Estado. La Salud y la Educación, que deben ser públicas, gratuitas y de la mejor calidad. Y esto no está garantizado prácticamente en ninguna economía, porque ambos rubros representan grandes negocios para el sector privado, y desde luego que una salud y educación pública y gratuita de calidad, sería una competencia insalvable para quienes lucran con esos derechos humanos. Aquí no puede haber relativismos ni respuestas parciales. El Estado debe asegurar la salud y la educación, quedando lo privado en estas áreas, meramente como alternativas que den respuesta a cierta diversidad pero no a la necesidad. Aún donde hoy existen la Salud y Educación Públicas como opción, su pésima calidad hace que sean la obligada opción de los marginados, con lo cual no solamente no se igualan los derechos y oportunidades sino todo lo contrario.
Solamente se puede comenzar a hablar de una sociedad que aspira a la igualdad de oportunidades, cuando esos dos derechos están garantizados en forma absoluta. Aunque además hagan falta muchas más cosas.
La distribución del ingreso
En la economía actual, con un mercado globalizado en el que se mueven arbitrariamente formidables fuerzas económicas, mayormente financieras y especulativas, no podemos limitarnos a tratar el tema de la distribución del ingreso solamente en la relación capital-trabajo, sino también en la relación entre pequeños y grandes capitales, y la necesaria participación de los estados.
En el aspecto que hace a la relación capital-trabajo, para nosotros los dos factores de la producción que deben tener la misma importancia, consideramos que se debe avanzar hacia la participación de los trabajadores en las ganancias y en la gestión de las empresas. La distribución de una parte de las ganancias entre los trabajadores no solamente irá corrigiendo la matriz distributiva, para que las desigualdades se vayan acotando, sino que además redundará en una mejora en la productividad y en la responsabilidad social en el manejo de las empresas.
Las actuales reglas de juego, en las que el Capital se apropia de la ganancia, y el asalariado solamente percibe un salario, han agotado su ciclo. En primer lugar, la falacia de que existe una libre contratación entre el empleador y el empleado (como si fuese una consecuencia de la igualdad de oportunidades), solamente ha derivado en que cada vez es menor la participación de los asalariado en el PBI. La puja de ingresos entre salario y ganancia, siempre termina a favor del empresario que es quien posee mayor fuerza, y además restringe la proyección de futuro del asalariado, cuya única posibilidad de progreso material queda supeditada a escalar en una cadena de mandos alienante.
Desde luego que la implementación de los mecanismos que aseguren la participación de los trabajadores en las ganancias y gestión de las empresas, deberá contemplar el principio de reciprocidad, la progresividad, el criterio de proporción, la escala de la empresa, la antigüedad de los trabajadores, y numerosos factores que habrá que considerar para no encorsetar ni castigar la iniciativa productiva de los emprendedores. Pero hacia allá debe ir la economía si se pretende realmente mejorar la distribución del ingreso y asegurar la igualdad de oportunidades.
Pero no bastará con modificar la relación capital-trabajo, mientras haya empresas que ven cada vez más limitado su accionar y su posibilidad de desarrollo, en un mercado globalizado que arrasa con todo. Porque ¿de qué serviría a los trabajadores participar en las ganancias y en la gestión de empresas pequeñas y medianas, cada vez con menos posibilidades de viabilidad?
En todo caso, en mayor o menor medida, hoy la puja de ingresos entre capital y trabajo, pasa por las reivindicaciones salariales en las que intervienen los sindicatos (los que lamentablemente en muchas ocasiones acuerdan en sus cúpulas con los empresarios). Pero las pequeñas y medianas empresas están aún más desprotegidas, y los peces grandes las están devorando o exterminando. Y son las leyes del mercado, y supuestamente nadie puede oponerse a los dictados de ese nuevo dios llamado mercado.
De modo que deben diseñarse reglas de juego y regulaciones mucho más amplias y eficaces que las pocas que hoy existen, para contrarrestar el inmenso poder concentrador de los monopolios y oligopolios, el poder especulativo del capital financiero internacional, y el poder político y extorsivo que tienen algunas multinacionales.
Así como la participación en las ganancias y en la gestión de las empresas por parte de las trabajadores, implicará no solamente un beneficio para éstos en la distribución del ingreso, sino también una descentralización del poder y una democratización en el manejo del capital. Así también se debiera proceder en los mecanismos de articulación interempresarial. Las grandes acumulaciones de capital, que en cierto modo en la economía productiva sirven para abordar emprendimientos de gran escala, debieran funcionar más como una red convergente de empresas medianas y pequeñas, que como un solo gigante con un único comando, a merced de las arbitrariedades de los CEO (Chief Executive Officer). La actual crisis financiera y económica internacional, es el producto de este manejo arbitrario y especulativo. Se debe descentralizar a los gigantes, dando creciente participación en las decisiones a los niveles intermedios, y además debe existir ingerencia estatal en determinados temas de responsabilidad social.
El rol del Estado
Cuando en el año 2000 editamos el libro, “Más allá del Capitalismo, Economía Mixta”, dedicamos buena parte de sus capítulos a explicar las razones del fracaso del centralismo estatal, y las del fracaso del Capitalismo liberal. No vamos ahora a extendernos en esto, pero recordemos que nuestra propuesta de una Economía Mixta plantea un rol activo por parte del Estado, pero no digitando todo lo que se debe hacer, sino más bien cumpliendo funciones de coordinación donde sea necesario abrir los caminos de las oportunidades para todos, utilizando su poder para desactivar manejos especulativos y monopólicos, y sobre todo garantizar la educación y la salud pública y gratuita.
No hace falta en este momento histórico abundar en argumentos para explicar por qué, tanto el socialismo real como el capitalismo salvaje, no han dado respuestas adecuadas a las necesidades económicas de los pueblos, al menos desde el enfoque humanista, desde el cual abordamos este trabajo. Pero también hay que decir que en estos últimos años, luego del funesto reinado del neoliberalismo, se han comenzado a intentar tibios cambios en las políticas de algunos países, buscando un nuevo rumbo, que no se acierta a encontrar. Porque en esta etapa de la economía global y de avance tecnológico, ya no son suficientes las políticas keynesianas, porque la relación entre gasto estatal y generación de empleo es cada vez más inelástica, poco sustentable en el tiempo y de escaso poder multiplicador. Buena parte del gasto estatal termina en el consumo de productos importados, o de baja participación salarial, y así como todos los ríos terminan en el mar, el gasto estatal recorre el plano inclinado de una economía distorsionada, y se transforman en nuevas ganancias para las grandes empresas.
Tampoco se ha logrado sustentabilidad en proyectos neo-socialistas y cooperativistas, insertos en una economía de mercado, ya que sin la financiación estatal pocos casos sobreviven. Y si a todo eso le agregamos los problemas de corrupción en diferentes esferas del estado, empezamos a estar en una carrera contra reloj, en la cual el desgaste de estos nuevos intentos podría dejar a las poblaciones de los pocos países que están intentando algunos cambios, a merced de renovados argumentos engañosos del capitalismo liberal, siempre apoyado por los medios de difusión que le pertenecen.
Es por ello que el rol del Estado en la economía debe plantearse en forma integral, reestructurando el sistema. Hay que pensar más en redireccionar que en destruir o encorsetar. Hay que canalizar las fuerzas productivas, cerrando las compuertas que fluyen hacia la especulación y la usura, y abriendo las que van hacia la reinversión productiva.
La reinversión productiva
Lo que antes dijimos acerca de la participación en las ganancias y la gestión por parte de los trabajadores, y lo que dijimos acerca de la descentralización de los gigantes económicos, hacen a la forma de organizar la economía para cambiar la matriz distributiva, y hacer verdad aquello de la igualdad de oportunidades. Pero además de tener una nueva forma organizativa, se debe contar con la fuerza que sea capaz de dar vida a esa forma, capaz de llenar esa forma con iniciativa, inversión y generación de trabajo. La regresiva distribución del ingreso en la actualidad nos aporta datos no solamente para medir la inequidad, sino también para mensurar las enormes ganancias que tienen muchos sectores, y la capacidad de ahorro que tiene una parte de la población. El problema es que buena parte de esa capacidad de ahorro y de esas ganancias empresariales, hoy terminan en manejos especulativos como el que nos ha ido haciendo pasar por diferentes burbujas especulativas que fueron estallando, hasta el estallido final de la gran burbuja inmobiliaria.
Hay que forzar la reinversión productiva de ese capital, mediante el diseño de una política tributaria tal que asegure que esos excedentes, o bien los invierten las empresas en nuevos proyectos productivos en los que claramente se genere empleo, o bien pasan a financiar proyectos productivos motorizados desde el Estado, a través de una Banca Estatal sin Interés, creada para esos fines.
Pero para que los excedentes se puedan canalizar hacia nuevos proyectos multiplicativos y sustentables, no bastará con el redireccionamiento obligado por imperio de la ley, sino que además habrá que generar condiciones para el surgimiento de oportunidades verdaderas. Allí es donde vemos la necesidad de que el Estado cumpla con una función de coordinación, apertura de mercados y generación de condiciones de inversión.
Y de todos modos, esto de asegurar la reinversión productiva, para llenar las formas de una nueva organización económica con mayor equidad distributiva, debe realizarse desde otros paradigmas. No desde la actual concepción de consumismo y crecimiento económico ilimitado.
Consumismo y crecimiento
Vivimos en un planeta en el cual, si todos los pobladores tuvieran el nivel de consumo que tiene hoy el decil que más gana (ubicado básicamente en el llamado primer mundo y en los estratos privilegiados del resto de los países), harían falta 5 planetas más para abastecernos de recursos naturales. Esta limitación el capitalismo la resuelve fácilmente, manteniendo a la mitad de la población mundial en la pobreza, y a buena parte de la otra mitad tratando de no caer en la pobreza, aspirando ascender de escalafón social, compitiendo salvajemente con sus semejantes, para generarle más ganancias a las empresas e inevitablemente ir cayendo en la pobreza porque este sistema expulsa cada vez a más gente.
Entonces surge la pregunta: ¿Cómo haría un nuevo sistema económico más equitativo, para prometerles a todos que podrán consumir como hoy lo hace el 10 % de la población más privilegiado, si es materialmente imposible?. Es evidente que no estamos hablando de progreso social bajo los mismos paradigmas actuales del crecimiento irracional y el consumismo monstruoso y dilapidador. Estamos hablando de un desarrollo integral del ser humano, y no meramente de su capacidad de consumo. estamos hablando también de un cambio cultural.
Solamente reconvirtiendo la industria armamentista en industria al servicio del desarrollo de las poblaciones, terminaríamos con la pobreza en el mundo. Y si además generamos un cambio en el paradigma cultural del consumismo (funcional al actual sistema), y el ser humano empieza a comprender que su destino es algo más interesante que dedicarse a acumular objetos, posiblemente podamos resolver mejor las cosas.
Lo que intentamos decir, es que no es haciendo más de lo mismo, pero ahora para todos, que resolveremos la problemática económica. Porque no hay una problemática económica en definitiva. Lo que hay es una problemática existencial, y una necesidad imperiosa de cambio cultural, y en ese cambio integral es que se debe insertar el nuevo paradigma económico.
Tampoco estamos hablando de producir un decrecimiento, como proponen algunas corrientes ecologistas. Estamos hablando de un crecimiento diferente, racional y sustentable, pero no por represión del consumo, no por racionamiento de las cuotas a consumir por cada cual, sino por cambio del paradigma cultural. Porque se acerca el momento en que mucha gente comenzará a sentirse vacía y sin sentido, corriendo detrás de un nuevo objeto que publicitan por la TV. Comenzará a sentir que la estupidez lo atrapa, cada vez que se comporte como una máquina de consumir al servicio de un sistema basado en el consumismo irracional.
Pero para que este cambio se termine de producir, no solamente habrá que promoverlo, sino que además habrá que contar con un sistema económico adecuado para una nueva era, basada en nuevos paradigmas.
La democracia directa
Si bien no es tema de esta ponencia la organización política de los estados, es indudable que para poder generar un nuevo sistema económico, basado en paradigmas humanistas, no bastará con que digamos cual debiera ser el rol del Estado, si estamos pensando en un Estado como los que existen actualmente. Sería lamentable encontrarnos con que las nuevas formas organizativas de una economía humanista, aparezcan viciadas desde el inicio con la corrupción y la mediocridad que hoy existe en la administración pública, en la que muchos de sus funcionarios son socios del poder económico al cual se supone se tratará de disciplinar y democratizar.
Es evidente que se necesita otro tipo de Estado, y en tal sentido creemos que se debe avanzar hacia una democracia directa, en la cual la población cuente con los mecanismos adecuados y eficaces como para poder realmente elegir para que la represente a la gente honesta (y no al que más sale por la TV). Es necesario que las poblaciones puedan contar con mecanismos para hacer cesar en su cargo velozmente a quienes traicionen sus promesas electorales, o no cumplan con lo que se les encomendó. Es necesario que las poblaciones cuenten con mecanismos para poder opinar con frecuencia en cuestiones que afectan a la sociedad de modo relevante.
Guillermo Sullings
Síntesis
Entonces, hemos partido de una determinada concepción de lo que para nosotros significa el Humanismo Universalista, y a partir de allí hemos hablado de una nueva concepción moral desde la que se debieran construir los nuevos paradigmas para una economía humanista. Hemos hablado del principio de igualdad de oportunidades, y de lo que habría que hacer para asegurarla. Hemos hablado entonces de algunos lineamientos básicos para generar un sistema de Economía Mixta que ponga al ser humano como valor central. Y hemos hablado del rol del Estado en todo esto.
Tal vez faltaría agregar que, en un planeta interconectado y mundializado, no será suficiente con que un país intente aisladamente los cambios que estamos proponiendo. Porque no es tan sencillo manejar todos los elementos que se mencionaron, cuando muchos de los factores sobre los que hay que actuar operan transnacionalmente. Será necesario que todas las naciones, en la medida que un cambio cultural se ponga en marcha y sientan la necesidad de un cambio profundo también en la economía, avancen hacia su integración planetaria.
Será necesario entonces también, avanzar hacia una Nación Humana Universal.