Uno de esos privilegios de los que sólo tomé conciencia después de muchos años, fue la extraordinaria oportunidad de poder acompañar a Daniel Milani en su camino como alquimista.
Antes no lo conocía; mis compañeros de búsqueda me habían advertido: te vas a divertir mucho. Era cierto: su risa y su alegría no tenían parangón. Y todo se convertía en un gran espacio de recreación, con muchas risas, en su presencia.
Pero más allá de sus constantes bromas, de las que uno no llegaba a cansarse, detrás de lo que parecía ser un parloteo constante, impulsando su incansable dinamismo, sosteniendo una disposición a ayudar a los demás que nunca decaía, detrás de este titán aparentemente incansable, había un ser fino, tierno, profundo, con un corazón de niño.
Del niño conservaba esa mirada de asombro, narrador de leyendas, que sabía ver los signos de lo sagrado en lo que le rodeaba pero no se atrevía a compartirlo en las inmensas dimensiones de sus sentimientos, por miedo a que se marchitaran todas las flores que había sido capaz de cultivar en su paisaje interior.
De niño, también tenía miedo a los monstruos, a los rompedores de sueños y a los asesinos de hadas.
Así, del niño había conservado también dos sólidos caparazones: uno hecho del coraje de un guerrero, que le hacía audaz, temerario también, y dispuesto a enfrentarse a la adversidad y a todos los dragones de la tierra; el otro hecho de una risa en cascada, desdramatizante, fábulas encantadoras, que tenían el poder de desarmar al más serio.
En este camino de la Disciplina Material, mi misión era acompañarle. Transformador, dador de mil nombres y proyector de sentido, él ya era uno. Un fuego poderoso le habitaba y se reflejaba en el calor de su presencia, la generosidad de sus actos, su bondad con los suyos y con los demás. Como no carecía ni de la audacia ni de la exageración necesarias para los retos que entrañaba esta tarea, sólo tuve que invitarle a tener paciencia y fe, tal como yo había sido invitada a hacer.
Creo que mi misión consistía únicamente en animarle sin descanso a unificar todo lo que era, para que pudiera escuchar plenamente la sinfonía divina que cantaba en su corazón, para que pudiera comprobar por sí mismo hasta qué punto este guerrero de la luz podía vencer a su sombra.
En su compañía, redescubrí y aprendí lo que se nos había dicho y repetido con toda sencillez y sabiduría durante décadas. (Silo, Arenga sobre la Curación del Sufrimiento, 4 de mayo de 1969) :
“recuerda que es necesario seguir adelante – y que es necesario aprender a reír – y que es necesario aprender a amar.”
Daniel fue el ejemplo más vivo de ello.
Después de cada arduo retiro de trabajo, Silo siempre me llamaba, me preguntaba cómo iban las cosas y terminaba con esto: «¿Te has dado cuenta de lo buena persona que es Daniel?”
Mi respuesta era siempre la misma: ¡oh, sí, me había dado cuenta! Pero quizás sólo hoy me doy cuenta de que aquel a quien debía acompañar había conseguido a que el me acompañe, y con su espada mágica, había logrado a resquebrajar esta seriedad que me envuelve. Fue para mí un modelo entre los que aman realmente la vida y fue él quien me condujo a la trascendencia de la risa y a la eternidad de esta fraternidad.
Daniel, hermano mio,
Tu partida de esta tierra
Nos deja sumidos en la tristeza.
Pero vuelves a tomar este camino
Ya has estado allí y has visto eso.
A este mundo revelemos
Un poquito de tu poesía
Tus propias palabras
Hablando del vuelo.
Veamos tu oro…
Y estas próximas mañanas,
Oiremos el eco,
De tus soles y tu brillo,
Escucharemos tu poesía,
Y entonces,
Te veremos volar
En tu eternidad.
Una enorme reverencia de gratitud. – Claudie
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De la muerte hacia el renacimiento
Extractos de un relato de Daniel Milani
Con nada de equipaje… el viajero emprendió el viaje para atravesar el camino rocoso que conducía al otro lado del reino de su vida habitual… a ese espacio abierto indescriptible que siempre había soñado…
Era el momento del gran vacío, del silencio aterrador. El camino era oscuro y desolado, con silencios que estremecían…
Su deseo de inmortalidad era tan grande que su espíritu y alma estaban inundados de esa locura sagrada…
Su vida pasada le silbaba una cálida canción entre colores sepias y recuerdos que se desvanecían en suaves nostalgias…
El cansancio venció al viajero y recostó su cuerpo en aquella piedra marmolada, casi cristalina…
Luego un silencio misterioso, parecido al del desierto nocturno, hizo una pausa de tiempo prolongado… sin luz… pero con un eco milenario…
Ahora viajero y montaña eran una misma cosa…
El ave sagrada se poso a trasluz del sol y tiñó la noche oscura en coloridos paisajes…
Las estrellas, como fuegos artificiales, dejaban caer de las alturas una y otra vez brillos de fuegos coloridos que encendían el nuevo espíritu que nacía desde los abismos de aquel coloso de piedra…
El paisaje se ilumina…
“En cada recoveco de mi alma hay una huella de Tu existir,
sólo debo evocarte en lo profundo y en lo sagrado que hay en mí,
allí donde Tú habitas… para que el presente sea contigo…”
Una luz cegadora ilumina la bóveda esférica y el nuevo ser comienza a beber esas luces como un agua fresca de manantial…
Camina hasta el gran portal que conecta con los cielos, cruza sus limites en un abrazo abierto a la bóveda cristalina… Ahora el sol nació y asomó por el horizonte, claro, rojizo, energético…
“Ahora, enciendo mi sol en el horizonte
desde muy dentro de mí
en una actitud humilde y profunda,
de entrega total…”
Ese sol, como un círculo de oro brillante, emite una onda expansiva que crece y crece…
Una música armoniosa acompaña la entrada triunfal a la nueva vida. Todo crece…, todo va en una dirección y es ascendente…
“Siento el sol en mi mirada, se introduce dentro de mí… me siento libre, estoy libre, soy libertad.
Entre caminos espiralados y sentidos,
recorriendo paisajes coloridos que tiñen mi interior y me proyectan.
Puedo sentir el crecimiento en todo mi ser…
y me están naciendo alas doradas
para poder volar mi libertad.”
Por Claudie Baudoin, desde París, Francia
Fuente: PRESSENZA.COM
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