Hablemos de nuestra biografía personal.
Toda ella es memoria, o mejor dicho, memorias. La biografía no sólo son las imágenes que recuerdo, también lo que quedó grabado en mí cuerpo, en mis emociones, los intangibles, los valores de la época, las prioridades, las interpretaciones que se hacían de los acontecimientos, etc. Hay infinidad de cosas grabadas en nuestra memoria y que forman parte de nuestra biografía ver el artículo: La memoria una hoja de doble filo
Por Jordi Jiménez
A todos nos parece que lo que recordamos de nuestra vida es más o menos lo que pasó realmente, al fin y al cabo nosotros estábamos ahí en primera persona, lo vivimos directamente, no nos lo han contado. Pues bien, tenemos una mala notícia: en muchísimas ocasiones nuestra memoria nos “engaña”. De hecho, es tan difícil adivinar el pasado como adivinar el futuro.
Vayamos por partes. Por un lado, cuando somos niños sólo vemos una pequeña parte de lo que sucede a nuestro alrededor. Un niño de 10 años, por ejemplo, está interesado en sus juegos, sus amigos y sus cosas típicas de esa edad, por lo que no «ve» infinidad de cosas que ocurren en su propia casa, entre sus padres o con su hermano si lo tuviera. Es como si su horizonte atencional fuese más reducido y su percepción no fuera más allá de él. Además, lo que percibe lo filtra desde su perspectiva de niño, que no sólo es más pequeña, sino que además carece de las capacidades cognitivas para entender y colocar aspectos que pueda percibir, pero que no logrará conectar con sus contenidos mentales. Y esta es la lamentable condición en la que vamos grabando nuestros tiernos recuerdos biográficos.
Desde luego, siempre hay acontecimientos que se nos graban a fuego en la memoria y que recordamos con detalle y con gran vividez durante años o para siempre. Pero suelen ser situaciones especiales, de gran significado para nosotros y que nos hicieron sentir algo especial y profundo, o que tal vez produjeron en nosotros grandes cambios vitales.
Sin embargo, al margen de esos recuerdos especiales, la mayoría de nuestro pasado es dudoso, aunque nos cueste aceptarlo. Por un lado tenemos las condiciones en las que se grabaron los recuerdos: atención y capacidad cognitiva limitadas como para grabar todos los detalles relevantes de las situaciones. Y por otro lado tenemos las experiencias posteriores que van modificando esos recuerdos, que van interfiriendo con ellos mezclándose de formas diversas. Y esto último no ocurre solo en la niñez. En la edad adulta nuestros recuerdos también se van transformando a medida que las nuevas experiencias “interfieren” con ellos. Pongamos un ejemplo de esto.
La amo (o lo amo, según el caso) de forma incondicional, con locura, es una persona muy especial, ella es “la” persona, única en el mundo, mi media naranja con la que compartiré la vida. No hay nada que pueda detenernos porque somos un equipo invencible y nuestro amor está por encima de todo. Ella (o él) es ese ser de luz que me complementa, es pura magia en movimiento, es el vuelo de la vida hacia lo infinito.
Ella (o él) se ha marchado. Después de las dificultades acumuladas en el día a día hemos hecho un gran esfuerzo por superar nuestras diferencias, pero no ha sido posible. Tal vez sea lo mejor, tal vez la vida nos ha puesto en el camino para aprender y ser mejores, pero ahora ha llegado el momento de que andemos nuestro camino, cada uno el suyo.
Han pasado unos años y he conocido a otra persona. Ahora sé que fue un acierto dejar aquella relación. La verdad es que era un poco asfixiante, incluso algo posesiva/o. También hubo buenos momentos y fue una experiencia interesante, un aprendizaje necesario para futuras relaciones. Pero eso ya pasó, ahora he conocido a…
Sí, sí. Tenemos que reconocer que a muchas personas les ha ocurrido algo parecido. Lo que parecía una gran esperanza acabó fracasando y cuando pasa el tiempo los recuerdos de aquello no son exactamente como lo que vivimos entonces. El recuerdo se modifica en función de mi situación actual, de mis sentimientos actuales que son el resultado de la experiencia acumulada desde entonces. Es el ahora el que modifica el ayer, a veces sutilmente, a veces de manera evidente. Esto también puede comprobarse si uno ha ido escribiendo una especie de diario de experiencias durante algunos años. Si con el paso del tiempo reviso aquellas anotaciones de entonces compruebo que las siento lejanas, tal vez ingenuas, como si las hubiera escrito otro, alguien que reconozco en mí, en mi pasado, y que soy “yo”, pero un yo distinto. Ese señor al que llamos yo. “Fíjate qué cosas escribía entonces…” me digo con una sonrisa condescendiente.
Así que es totalmente inevitable que la experiencia vivida y acumulada después de ciertos acontecimientos me haga ver esos acontecimiento de mi pasado de forma distinta a cómo los viví entonces, salvo algunas excepciones muy escasas. El tiempo interno de la conciencia es diferente al tiempo externo y lineal del reloj. Los tiempos internos están totalmente entrelazados: el presente influye en el pasado, el futuro influye en el presente y el pasado influye en el futuro y en el presente. No hay casi nada en nuestra memoria que sea como una grabación de vídeo o de audio, que permanezca inmóvil, fija y sin cambios durante años. Nuestra conciencia es dinámica y en permanente cambio, y eso incluye lo vivido.
Sin embargo, este aparente inconveniente es también una buena noticia. La movilidad de nuestros contenidos mentales pasados nos permite algo muy importante: superar ese pasado. Es precisamente esa dinámica de la conciencia que moldea nuestros recuerdos según la experiencia acumulada la que nos da la oportunidad de reconciliarnos con nuestro pasado, de comprenderlo de otra forma, de integrar y conectar lo que quedó sin comprender. En definitiva, podemos romper las cadenas de aquello que aún hoy me atrapa y me dificulta seguir adelante.
Hemos enfocado el ejemplo anterior de la relación amorosa que se rompe desde el punto de vista de la poca fiabilidad que tienen los recuerdos, haciéndole un poco de burla a la memoria por su falta de fijeza. Pero también podemos verlo desde esta nueva perspectiva. Esa falta de fijeza es la que permite a la persona superar la ruptura, comprender la relación pasada desde una nueva mirada y eso, precisamente, es lo que facilita que surja una nueva relación. Si esa relación pasada fue bien comprendida, las relaciones futuras tendrán en cuenta ese aprendizaje. Y para ello, no hay nada mejor que un buen estudio biográfico como el que está descrito en la obra de Luis Ammann, Autoliberación.
Así que no es tan importante la falta de fiabilidad de los recuerdos como el hecho de que esa volubilidad es la que permite superar nuestro pasado, reconciliarnos con nuestros errores o con aquello que nos hicieron .Qué hacer con quienes nos han herido, integrar contenidos y quedar libres de cargas pasadas para poder avanzar hacia el futuro de forma limpia y conscientes.
REHUNO – Red Humanista de Noticias en Salud
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