Lo conocí en Mendoza el año 71 en la casa de Isaías, entró y se puso una careta con malla protectora de las que se usan en apicultura, luego me invitó a tomar un helado en su Fiat 600 y después fuimos a visitar la casa en construcción en Chacras de Coria. Joven, vital, chacotero, al no corresponder a la imagen que tenía de un maestro, me sentí desconcertado.
GRACIAS SILO
Lo conocí en Mendoza el año 71 en la casa de Isaías, entró y se puso una careta con malla protectora de las que se usan en apicultura, luego me invitó a tomar un helado en su Fiat 600 y después fuimos a visitar la casa en construcción en Chacras de Coria. Joven, vital, chacotero, al no corresponder a la imagen que tenía de un maestro, me sentí desconcertado.
En la noche fuimos a su departamento y allí, con Alicia Ordóñez al mando de una vieja máquina de escribir, empezó a dictar: “Ciencias, artes, oficios y disciplinas”, cuadernillo del libro “Cuadernos de Escuela”. Escribió sin parar toda la noche mientras yo, sentado en un sofá con Marilúz e Isaías, no podía creer lo que veía: un verdadero concierto de palabras de una enseñanza milenaria para mí desconocida, que nos llevó a la mañana siguiente, en que el trabajo estuvo terminado. Lo dobló y metió en un sobre y me pidió que se lo entregara a Bruno von Ehrenberg. Días después, era invitado a un teatro en Ñuñoa en que Bruno daría a conocer su último trabajo. De pie, en un lugar repleto, escucho sorprendido a Bruno comenzar la lectura de su nuevo texto con su sugerente voz grave: “Ciencias, artes, oficios y disciplinas”.
Unos seis meses antes del viaje a Mendoza, mi vida navegaba en esos años intensos que se debatían entre los vapores de la marihuana, el hipismo imbuido por una religiosidad Zen Budista y el militantismo político de izquierda que luchaba por erradicar la pobreza y la explotación de nuestros pueblos. Sin embargo, se percibía en las cúpulas una profunda incoherencia entre lo que predicaban y sus vidas personales, lo que encaminaba todo a un profundo sin sentido.
En búsqueda de algo de paz interna, asistí a mi primera reunión del movimiento y allí escuché la arenga la Curación del Sufrimiento. Mi cabeza, arremolinada de pensamientos e imágenes incoherentes, se apacigua y ordena. Se sufre por tres vías: La memoria, por lo que has perdido, la imaginación, por lo que desesperas de alcanzar, y la sensación, por lo que no tienes, y a la raíz de esas tres vías, como puedes ver, se encuentra la posesión. La verdad interna me había partido como un rayo. Desde ese día, me incorporé a un grupo de trabajo de autoconocimiento y trabajo con la Fuerza. Por mi parte, me puse a estudiar vorazmente todos los materiales copiados a roneo que husmeaba como un sabueso entre los más antiguos y la literatura afín: Gurdjeff. Ouspensky, etc.
MI vida cambió radicalmente, nos fuimos a vivir con mi pareja a una vieja casa de la calle Dardignac en donde no teníamos más que una cocina, un colchón y un telar sueco donde tejíamos cubrecamas cuya venta nos proveía de alimentación sana como arroz integral y otros nutrientes naturales
El año 73, fue el año de la gran dispersión, decenas de misioneros partimos a distintos lugares en los cinco continentes a ¡Humanizar la Tierra! Nosotros llegamos a París y trabajando con el grupo que allí había: arrendamos un local, tradujimos la Mirada Interna al francés y la publicamos, recorríamos los parques, el Metro, las universidades, invitando a participar a los franceses y formando estructuras. Un par de años después nos juntamos ya varios cientos en una gran convención europea que se hizo Paris con Silo.
Dos años después, el centro de Trabajo de Corfú, aquello fue una fiesta de luz y de energía. Cuando caía el atardecer de fuego sobre las aguas quietas del Adriático en esa antigua isla griega, comenzaba la reunión en la gran sala. El Negro desbordaba sabiduría, humor, ternura y nosotros lo seguíamos sin perdernos ni una palabra hasta altas horas de la noche. Luego los cafecitos y las conversas hasta que veíamos salir el sol a orillas del plateado mar. Fueron días muy intensos y felices.
El año 76 llamé al Tito a Canarias por teléfono para preguntarle cómo estaban las cosas en Japón y para tantear si necesitaba apoyo, el Negro, que estaba allí, toma el teléfono y me dice, no Pablo, muy lejos Japón, ándate a mitad de camino, la India. Estuvimos cuatro años en la India y Ceylán con Jorge Huneeus y Lina, formando estructuras, traduciendo materiales, dando retiros. Fueron años muy productivos, el mensaje caía en tierra fértil. Cuando vino el Negro lo reconocieron sin reservas como maestro. Sobre todo al constatar, en una larga conversación que me tocó traducir, que conocía los libros sagrados del hinduismo mejor que ellos. En aquellos años llegué a creer que había llegado a un tal nivel de desarrollo personal, que había superado el sufrimiento. De vuelta a París, tardé 15 días en caer en cuenta que era una ilusión.
Veinte años después de haberlo conocido sus palabras retumbaron de nuevo en Punta de Vacas: “Y en esta situación que nos toca vivir reconocemos el triunfo provisorio de la cultura del antihumanismo y declaramos el fracaso de nuestros ideales que no se han podido cumplir". Yo creía con todo mi corazón que íbamos a lograr humanizar la tierra y esas palabras no hacían más que confirmar un sentimiento de fracaso que se había apoderado de mí desde hacía un par de años. Las veces siguientes que lo vi, se reía y burlaba diciéndome que yo seguía atorado con lo del fracaso y se tomaba del cuello como estrangulándose. Estuve algún tiempo en el sin sentido, hasta que hace seis años, tomé el camino del estudio que tanto el Negro incentivó.
Para abreviar, porque la historia es infinita, el año 2002 nos juntamos en Mendoza en un cafecito con Mariluz y mis tres hijos, Camilo, Ricardo y Pablo. Camilo sentado a su lado escuchaba atento lo que el Negro decía. Entonces entró en el tema de la muerte diciendo que él no quería que lo entubaran y hacía muecas y gestos divertidísimos de máscaras y sondas e inyecciones al pedo. Yo ya hice mi parte, dijo y en 5 años más me despacho. Todos nos emocionamos, Camilo lo abraza con cariño y el Negro apoya la cabeza en su hombro y se deja acariciar con gran ternura.
Las siguientes veces que lo vi, me miraba fijo y sonreía burlón diciéndome:”parece que el viejo tigre está cansado” y luego me saludaba como él lo hacía, con un abrazo.
No me queda más que dar gracias por haber conocido a este hombre infinito, insondable que me ha inspirado a mí y a cientos de miles de personas en todo el mundo.
PABLO VERGARA