Por Boris Koval.
La vida espiritual multisecular de Rusia, al igual que otras, está cuajada a fondo del fulgor vivificante de una idea humanista encarnada con lo mejor del carácter nacional: el humanismo, la adoración de la libertad y la igualdad, el afán por la vida, el solidarismo desprendido, la paciencia… Estas cualidades, tan sencillas y naturales, saturan la existencia personal de cada uno de los seres humanos de un contenido suprapersonal (colectivo, social) más profundo, aunando a los hombres. La vida del hombre en la sociedad, a diferencia de la estancia de Robinson en la isla desierta, engendra interdependencia y responsabilidades recíprocas, y al mismo tiempo, penas y desilusiones. La subsistencia natural (física) de un individuo se transforma en una tensa y dramática existencia humana.
Martin Heidegger expresó al respecto: “Sólo el hombre existe. Una roca también subsiste, pero no existe. Un árbol subsiste, pero no existe. Un caballo subsiste, pero no existe. Un ángel subsiste, pero no existe. Dios subsiste, pero no existe”. Desarrollando esa idea, añadimos: el hombre existe porque siente y trata de darse cuenta del sentido de su existencia.
A los más grandes pensadores de tendencia humanista siempre los caracterizó el afán de prestar todo el concurso posible para sublimar las mejores cualidades del hombre; es decir, para alzar su espíritu e intelecto, su moralidad y voluntad, para reforzar su optimismo orientándose en la vida.
La obra de tales hijos eminentes de Rusia, como Mikhail Bakunin y Piotr Kropotkin —padrinos espirituales del anarquismo ruso— ejemplarizan convincentemente esa actitud.
La tragedia de todo el anarquismo consistió en que en su esfuerzo por alcanzar los más altos ideales de la libertad humana adoptó los medios más violentos y antihumanos. La contradicción inconmensurable entre los objetivos y los medios constituyó la colisión permanente principal de la vida humana como tal. A veces sucede que el más poderoso y puro “amor” instiga a uno a matar al ser querido. Por la felicidad de una familia o una nación se sacrifican otras familias o pueblos. La lucha por la justicia y una aparente verdad pueden provocar una guerra civil. En otras palabras, las mejores intenciones a menudo nos arrastran hacia el camino de la violencia y del mal.
Algo semejante sucedió con el anarquismo. El anarquismo no es un fenómeno estrictamente ruso. En su tiempo, lo mismo que en la actualidad, el anarquismo y el anarco-sindicalismo ganaron para su causa a un número considerable de las capas bajas de España, Italia y países de América Latina.
La tradición anarquista sigue viviendo e incluso en algunas partes reaparece con nuevo vigor. Por esa razón vale acordarnos de la herencia espiritual de Mikhaíl Bakunin y Piotr Kropotkin, quienes dejaron vestigios brillantes en la historia rusa y universal de la protesta social de los oprimidos contra la discriminación y la injusticia.
Mikhaíl Bakunin (1814—1876) vivió un destino espléndido y, en mucho, aventurero. De una confianza profunda en Dios pasó a la irreligiosidad completa; de un conformista obediente de la ley, a revolucionario ardiente. Fue bien republicano, bien monarquista, bien nuevamente republicano. Participó en las revoluciones de Praga y Dresden de los años 1848—1849. En el año 1857 fue relegado a Siberia, de donde se escapó pasados cuatro años y se radicó en Europa. Colaboró con Alexander Hertzen, tomó parte en la actividad de la Internacional y organizó la Alianza Internacional Anarquista, la cual libró una lucha ideológica contra Marx y Engels.
La concepción del “comunismo sin poder”, ofrecida por Piotr Kropotkin, otro gran teórico del anarquismo ruso, también es de gran interés. Piotr Kropotkin (1842—1921), procedente de una familia adinerada de condes, a juicio de uno, debería sostener conceptos conservadores defensores del sistema terrateniente y feudal. Pero la vida rigió a su modo: rompió los lazos con su clase, se convirtió en un gran científico geógrafo y filósofo, y adhirió al movimiento de los naródniks contra el zarismo. Los precursores y fundadores del anarquismo ruso tuvieron diferentes puntos de vista en cuanto a la sociedad y al hombre, sobre todo a la estructura de vida social. Al mismo tiempo hubo mucho que los unió, especialmente su apego a la idea de libertad y solidaridad. Por extraño que parezca, precisamente ese aspecto, el más fuerte del anarquismo, no fue tenido en cuenta por los marxistas que ofrecieron su propia visión de libertad y solidaridad.
Los marxistas calificaron al anarquismo como “individualismo pequeño- burgués” y como amoralismo. En toda obra marxista se puede encontrar una infinita relación de toda clase de “abominaciones del anarquismo”: egoísmo, bandidismo, irracionalismo, contrarrevolucionarismo, sin lograr hallar ninguna apreciación positiva. Es verdad que una vez Lenin reconoció que los anarquistas frecuentemente actuaron partiendo de los “los mejores motivos, nobles y sublimes”. Realmente es así. Claro que la historia reconoce a centenas de adeptos del anarquismo, primitivos y sin escrúpulos, empero reconoce también a miles de los más incorruptos honestos “anarquistas ideológicos”, gente noble y valiente, como el conde Piotr Kropotkin, Lev Cherny (de Rusia), A. Pereyra (de Brasil), los hermanos Ricardo y Florez Matón (de México) y a muchos otros. No se puede de ninguna manera desechar a esa diversidad de caracteres.
De todos modos, primeramente es necesario dar con el quid de la concepción del anarquismo. A despecho de la opinión corriente, “el anarquismo” no es sinónimo de desenfreno o de bandidismo. El sentido esencial de esa palabra de procedencia griega es “la libertad, la falta de dirección, el desgobierno”. Precisamente así el propio Makhaíl Bakunin interpretó la anarquía. “¡La libertad! ¡Sólo la libertad, la plena libertad para cada uno y para todo el mundo! Esa es nuestra moral y nuestra única religión.
La libertad es un rasgo característico del hombre, es lo que le diferencia de los animales silvestres. La libertad encierra la única prueba de su humanismo”.
La libertad, según Bakunin, se difunde en todas las direcciones, sin limitarse a una persona. La fraternidad de los hombres en el intelecto, en la labor y en la libertad, es decir “la realización de la libertad en la igualdad, ésa encierra la justicia”.
Tal posición no puede menos que llamarse humanista. Precisamente por eso Bakunin intervino decisivamente contra toda forma de dependencia del individuo: contra la Iglesia, contra la propiedad privada, contra la presión autoritaria del Estado, etc. Soñó con dar un salto desde las clases y el Estado hacia un paraíso anarquista-comunista y ateísta. Fue una utopía, pero utopía pura y humana.
Los enemigos principales en este camino, en opinión de Bakunin, eran el Estado, la propiedad privada y la Iglesia. En tal caso la tarea principal consistía en “procurar formar una fuerza evidentemente revolucionaria, negativa, que destruyera el Estado”, sin crear una nueva dictadura, aunque se tratara de la dictadura del proletariado proclamada por Carlos Marx.
En vez de una fe ciega Bakunin ofreció el amor y la solidaridad, afirmando: “Lo que separa a una persona de la otra es el egoísmo…, lo que aúna a una persona con otra es el amor. Cuanto más aparenta el hombre exteriormente, más odia, y cuánto más el hombre contiene en su interior, más ama”. Esa conclusión corresponde completamente, además del punto de vista religioso, a la concepción existencial-humanista para con una persona. Ese concepto lo encontramos en las obras de varios filósofos humanistas: Sartre, Berdiáev, Fromm, Unamuno, Dostoievski y otros.
Коллектив МЭЗ (маслоэкстракционный завод) 1927 г.
La idea de humanismo llevó a Bakunin hacia la idea del amor a la libertad. En una carta a su hermano, fechada en marzo de 1845, escribió: “Liberar al hombre, he aquí el único acto legítimo y bienhechor… No perdonar, sino guerrear contra nuestros enemigos, porque son los enemigos de todo lo humano que hay en nosotros, los enemigos de nuestra dignidad, de nuestra libertad”.
El rechazo de la humildad cristiana y la idea de la lucha por la libertad, por “el sol del Anarquismo” llegaron a ser el hilo de Ariadna de toda la vida de Mikhaíl Bakunin. La quintaesencia de su credo fue la consigna “La libertad en la igualdad”, la cual se conseguirá sólo por “una plena revolución moral y social”.
La organización de una futura sociedad socialista a la Bakunin debería basarse en los principios siguientes:
— liquidación de la propiedad privada;
— separación de la Iglesia del Estado;
— libertad de conciencia y culto;
— libertad absoluta de cada individuo que viva con su propio trabajo;
— abolición de clases y estados;
— disolución del Estado autoritario y creación de un sistema de comunidades autónomas;
— derecho universal al sufragio; libertad de prensa y de reunión;
— respeto recíproco y solidaridad;
— autonomía de comunas y provincias, con el derecho de autodirección;
— bienestar y libertad de las naciones;
— rechazo de las ambiciones imperiales y coloniales;
— igualdad económica, y abolición del derecho de herencia;
— igualdad del hombre y de la mujer; matrimonio libre;
— rechazo a toda clase de discriminación.
Hoy, podemos respaldar sin duda alguna todos estos principios de la estructura social. Pero uno se pregunta, ¿cómo conseguirlo? Bakunin subrayó que “la solidaridad social es la primera ley humana, la libertad es la segunda ley de la sociedad… La libertad no es negar la solidaridad, sino al contrario, comprende desarrollar y, si puede expresarse así, humanizar la última”. Esa conclusión de Bakunin nos parece sumamente importante, ya que encierra la esencia de su concepción.
El principio de la solidaridad fue encarnado más profundamente en las obras de Piotr Kropotkin. Llegó a reconocer su importancia primordial tomando en consideración otros juicios: después de haber analizado científicamente el desarrollo de la naturaleza y del mundo animal. En cierta medida, a diferencia de Bakunin, Kropotkin puso en primer lugar no la libertad, sino precisamente la solidaridad. Aunque ambos subrayaron su unidad dialéctica e interdependencia. Polemizando con Charles Darwin, el científico zoólogo ruso Kesler, subrayó: “La ayuda mutua es la misma ley natural que la lucha recíproca, empero, para el desarrollo progresista de una especie la primera es mucho más importante que la segunda. Kropotkin reconoció que esa idea “resulta la clave de todo el problema”. Estimamos también que el rol principal en el desarrollo ético e intelectual del ser humano lo juegan precisamente la ayuda mutua, la solidaridad, la actividad conjunta. Eso no quiere decir que el papel de la lucha por la existencia fuera negado. Al contrario, el instinto egoísta de conservarse, así como la fuerza de los intereses personales, siempre fueron los rasgos inherentes de todo individuo; pero para realizarlos el hombre necesitaba precisamente la solidaridad, la lucha conjunta por sobrevivir una generación, sin aludir a motivos altruistas. La ayuda mutua fue y sigue siendo la mejor cualidad para evolucionar el hombre en sentido positivo; es decir, para humanizar su existencia social, personal y física. Apoyándose en esa conclusión, Piotr Kropotkin ofreció su propia visión para estructurar la sociedad del futuro: “un comunismo cooperativo y sin poder”. Según el pensar de Kropotkin, en lugar del Estado antihumano debería establecerse una sociedad de solidaridad, libre de toda forma de poder autoritario, que representara una federación de comunidades libres de producción, en las cuales una persona liberada del control del poder, obtendría una libertad ilimitada para autodesarrollarse en condiciones de bienestar colectivo, de solidaridad y justicia. De aquí, Piotr Kropotkin, al igual que Mikhaíl Bakunin, llegó a la conclusión sobre la necesidad de derribar con métodos revolucionarios el Estado y crear un nuevo modelo anarquista-comunista (desestatizado) de sociedad.
Pero en cuanto se entablaba una conversación sobre una revolución orientada a acabar con el Estado, la propiedad privada y con la Iglesia todopoderosa, inmediatamente se planteaba la cuestión de métodos y formas de tal derrocamiento; en primer término, de la violencia. Inevitablemente surgía una maldita contradicción entre un objetivo ideal y humano que comprendía la libertad, la igualdad, la solidaridad, la justicia, etc., por un lado, y por el otro, la necesidad de utilizar los más horrorosos y antihumanos medios violentos para lograr esa finalidad sublime. En resumen, se admitía una liquidación primitiva de una parte de la sociedad, aunque fuera una minoría, en aras de la felicidad y la vida del resto.
Флаг Кропоткина
De ese modo, la intención más ética y humana prácticamente lindaba, o incluso se convertía, en el amoralismo y la violencia, en el antihumanismo. Tal contradicción fue propia no sólo del anarquismo, sino de todas las construcciones orientadas a “beneficiar” a la humanidad mediante la violencia, y a dar “un gran salto” desde el reino de la injusticia y del mal hasta un mundo quimérico de felicidad. Esa apología de la violencia revolucionaria (sobre todo en las obras de Bakunin) desdibujó la nota clara y humana de su concepción del mundo.
Carlos Marx observó claramente: “Un objetivo que exige de medios injustos, no es objetivo justo, de ninguna manera”. Tenemos derecho de atribuir esa observación a anarquistas y comunistas. Tanto unos cuanto otros fueron capaces de emprender (y emprendieron) el camino de la violencia más cruel para derribar revolucionariamente la sociedad precedente.
Pedro José Proudhon, fundador del anarquismo proclamó: ”Abajo los partidos; abajo el poder; la libertad absoluta al hombre y al ciudadano, ese es nuestro credo político y social”. El “abajo” comprendía la violencia. El anarquista alemán K. Heintzen, adepto de Proudhon, justificó la ineluctabilidad de ésta caracterizándola como un castigo que las autoridades merecían. “Su consigna es el asesinato, nuestra respuesta el homicidio. Ellos necesitan matar, nosotros respondemos con las mismas formas. El asesinato es el argumento suyo, mientras que en el asesinato consiste nuestra refutación”. “Incluso si se derramara un mar entero de sangre —continuó Heintzen— no nos remordería la conciencia”. Según sus cálculos se hubiera debido asesinar sólo (!) unos dos millones de “enemigos”, y después llegaría una época de anarquía y felicidad.
Así fue el extremismo anárquico, que en la época de Mikhaíl Bakunin y debido a la autoridad personal de éste, transformó el anarquismo en el terrorismo político internacional. En los años 40—60 del siglo XIX hubo más de 20 atentados contra los familiares del zar. En los años 60 del mismo siglo, por iniciativa de N. Ishutin, fue fundada una sociedad terrorista clandestina, “El Infierno”, la cual concentró todas sus fuerzas en proyectar complots contra la monarquía. En opinión de Bakunin, “un auténtico revolucionario está fuera de la ley práctica y fuera de las emociones. Se identifica con los bandidos, expoliadores, con toda la gente que asalta a la sociedad burguesa saqueándola francamente y exterminando la propiedad ajena”. En una de sus cartas, el ideólogo del anarquismo se expresó justificando todos los medios: “Veneno, cuchillo, dogal, etc. La revolución lo consagra a todo por igual. De esa forma, ¡el campo estará abierto!”.
En la práctica, el anarquismo, siendo un motín revolucionario de “las capas bajas” borraba de la faz de la Tierra todas las cualidades humanas y éticas de su propia doctrina. A la hostilidad impulsa también el así llamado “Catecismo Revolucionario”, escrito ora por el propio Bakunin, ora por su adepto Serguei Nechaev, ora por los dos. Fue una especie de Estatuto y
Programa de los anarquistas revolucionarios. Según este catecismo, un revolucionario debe de romper con toda clase de “orden civil y con todo el mundo culto, con todas las leyes, decencia, reglas adoptadas por todo el mundo, con la moralidad de este mundo”. Él conoce una sola sapiencia, la de destruir. Tal enfoque unilateral, precediendo el aspecto creador de la revolución, pone en tela de juicio toda la doctrina del anarquismo, convirtiéndola en algo amoral.
La anarquía convertía la libertad en destrucción; la revolución en una serie de homicidios: primeramente de algunos individuos, después, de masas; en realidad, la solidaridad se convertía en odio y exterminio mutuo.
Curiosamente, algo semejante sucedió con el comunismo. Friedrich Engels en su carta a Gerson Trir del 18 de diciembre de 1889, reconoció francamente la supremacía del objetivo sobre los métodos: “para mí, como revolucionario, sirven cualesquiera recursos que conduzcan al objetivo a alcanzar, los más violentos o los más pacíficos a primera vista”. La historia mostró toda la tragedia y el dolor acarreados a la gente por tal “moral” revolucionaria.
A cada uno de nosotros, continuamente y a cada instante, nos acecha la trampa del desacuerdo entre los objetivos y los medios para alcanzarlos. Cada vez tenemos que optar, siendo a veces muy difícil la opción: ¿resignar el objetivo considerando la amoralidad de los medios para alcanzarlos, o desatender a la moral realizando lo proyectado? No hay una sola respuesta para todas las ocasiones de la vida. En las mismas circunstancias uno escogerá lo primero, el otro optará por lo segundo. Es fácil reprobar a otros, empero resulta mucho más difícil reivindicarse a sí mismo.
Las personalidades y los comportamientos de dos grandes anarquistas — Bakunin y Kropotkin— fueron diferentes. Kropotkin nunca intervino defendiendo el veneno y el puñal. Consideró abominable y reprobable todo cinismo y amoralismo, manifestando tal vez en eso el espíritu aristocrático, por encima de Bakunin que, después de todo, también fue hijo de terratenientes y desconoció la pobreza. El espíritu exaltado del último, su energía desasosegada e irrefrenable frecuentemente lo lanzaron muy lejos de los principios del amor, de la libertad y de la solidaridad que él mismo declamó.
Kropotkin, al contrario, fue una persona propensa a elevarse hasta lo sublime; nunca infringiendo las leyes éticas. La tragedia del anarquismo ruso consistió en que una doctrina con un valioso contenido humanista se derrumbó bajo la dura carga de la práctica revolucionaria. Hasta hoy día, esa lección es de significado universal. El nuevo movimiento humanista debe conocer la experiencia histórica, para evitar la misma trampa que hace muchos años tendió un lazo no sólo a Bakunin y Kropotkin, sino también a muchas personalidades buenas y nobles.
Anuario 1995 – Centro Mundial de Estudios Humanistas. Moscú. Otoño boreal de 1995.
Fuente: Instituto Humanista de Pronosticación Sistémica
Autor: Instituto hps