Hoy es un día de fiesta para quienes luchan por construir un mundo mejor: el fascismo ha sufrido una durísima derrota en Francia, cuando todos los opinólogos auguraban su casi inexorable victoria en las elecciones celebradas este domingo en el país galo.
Por Atilio A. Boron. Página|12
En un giro tan notable como imprevisto el Nuevo Frente Popular, que ya la semana pasada había hecho una magnífica elección pero llegando en segundo lugar detrás de la ultraderecha, pasó decididamente al frente y obtuvo la primera mayoría en la Asamblea Nacional.
No logró la mayoría absoluta, pero la tradición de la Quinta República francesa, fundada en 1958, establece que a quien obtiene la primera minoría le corresponde la designación del Primer Ministro.
Ahora bien: dado que el régimen político de Francia es una combinación entre un presidencialismo atenuado y un parlamentarismo igualmente acotado el presidente Emmanuel Macron podría, extendiendo sus atribuciones más allá de lo tradicional, hacer caso omiso del veredicto de las urnas y designar a un Primer Ministro de su gusto, claro que con el riesgo de crear una crisis política de proporciones a escasas tres semanas de la inauguración de los Juegos Olímpicos de París.
Es que tras su apariencia mesurada y serena Macron resultó ser un apostador empedernido. Lo hizo cuando en las elecciones al Parlamento Europeo la ultraderecha de Marine Le Pen se alzó con el 32 % de los votos y Macron optó por una medida radical: disolver la Asamblea Nacional y convocar a su renovación. Su cálculo era que ante una nueva compulsa electoral lograría recomponer su base social y derrotar tanto al neofascismo de Le Pen y sus seguidores como a la acrecentada gravitación de la izquierda. Subestimó sin dudas la impopularidad de sus medidas económicas más importantes, entre ellas el aumento de la edad legal requerida para jubilarse de 62 a 64 años, el incremento en el precio de los combustibles y otras políticas que afectaron negativamente las condiciones de vida de amplias capas de la población.
Todo esto en un contexto en donde un presidente por momentos desquiciado hablaba, y habla todavía, con suprema irresponsabilidad de atacar a Rusia y declararle la guerra. No extrañaría, pues, que quisiera hacer otra jugada de ese tipo desconociendo la nueva correlación de fuerzas de la Asamblea Nacional y designar como PM a alguien de cualquier otra fuerza política. Poco probable, dado el escándalo que desataría, pero no habría que descartarlo.
Lo ocurrido este domingo, unido a la catastrófica derrota del Partido Conservador en el Reino Unido, podría ser un hito que marque el fin de la oleada neofascista o ultraderechista en Europa y, probablemente, también en Latinoamérica. Lo ocurrido el jueves pasado en las islas británicas y este domingo en Francia son pésimas noticias para los fascistas de esta parte del mundo, comenzando por la Argentina cuyo esperpéntico presidente no ha hecho otra cosa que hundir en la miseria a la enorme mayoría de la población, derrumbar todos los indicadores de actividad económica, pelearse con medio mundo y desairar al resto, mientras se arrastra por las cloacas de la política mundial para mostrar su indigna sumisión ante los dictados de Washington y Tel Aviv. En un par de días el contexto de la política internacional ha cambiado significativamente y el pendenciero bufón del imperio comienza a sentir el lóbrego frío de la soledad.
Sería arriesgado suponer que la notable reacción francesa se reproduciría también en estos lares. Pero es un antecedente de peso que no puede ser soslayado porque demuestra que si se rompe el blindaje reaccionario erigido por los medios de comunicación hegemónicos y la voz de alerta llega a amplios segmentos de una población en muchos casos muy despolitizada se pueden obtener resultados muy alentadores. Ilustra lo anterior el impacto de la llamada hecha por Kylian Mbappé, ídolo deportivo y capitán de la selección francesa de fútbol, cuando declaró que “No podemos dejar el país en las manos de esa gente” (refiriéndose a los neofascistas). Allí donde los políticos tropezaron con muchos obstáculos para hacer llegar un mensaje claro sobre la necesidad de detener la ofensiva derechista lo logró con holgura una gran figura deportiva, y los resultados están a la vista.
Para concluir: la elección francesa demuestra también otra verdad reiterada hasta el cansancio en los últimos tiempos pero no siempre reconocida por la dirigencia del campo progresista: no existe la ancha avenida del centro. Es una desafortunada ilusión, madre de tantas derrotas. Se gana con un programa claro y explícito de izquierdas, como en México, en el Reino Unido y ahora en Francia, o triunfan los sórdidos emisarios del pasado, de la rección, de la dictadura, como los Milei, los Bolsonaro y tantos otros. El progresismo y el campo nacional-popular están ante un dilema existencial: o se radicalizan por izquierda o su gravitación electoral irá languideciendo como el PRI en México y, si bien de un modo un tanto más moderado, el Partido del Congreso en la India.
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