El cabello de una persona dice mucho de su personalidad: atributos como la edad, el género, incluso la posición social y los gustos estéticos se pueden deducir a partir del acomodo capilar.
Al igual que la ropa o la forma de hablar, el cabello forma parte de la expresión corporal de las personas, y no es descabellado pensar que esto tiene una razón cultural más profunda, e incluso espiritual.
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¿Por qué influye tanto el cabello en nosotros?
Nuestro cabello dice mucho acerca de la manera en que nosotros nos expresamos, pero también sobre cómo nos perciben los demás. Uno de los aspectos más notorios para los demás es el color del cabello. Con base en encuestas, se ha encontrado que las personas de cabello castaño son consideradas más reflexivas e inteligentes a simple vista. Por otra parte, las personas que parten su cabello por un lado al peinarse son percibidas como más empáticas, sensibles y modestas.
Utilizar el cabello recogido inspira un aire de profesionalismo y practicidad, mientras que usar el cabello suelto provoca la impresión de que eres una persona libre y desenfadada. Lo mismo aplica para los tintes en colores poco convencionales: teñirse de verde, morado o azul demuestra una falta de reparo por las convenciones sociales, proyectando rebeldía y atrevimiento.
Mucha gente utiliza la modificación capilar para marcar momentos importantes en su vida, como el final de una relación o el luto. Las mujeres mexicas dejaban de lavarse el cuerpo y el cabello durante largos meses cuando sus esposos morían en la guerra, en señal de luto; luego, un sacerdote las limpiaba, las peinaba, y el amasijo resultante era enterrado en lugar del cuerpo del difunto.
Es famosa la historia del fornido Sansón bíblico, cuya fuente de poder eran sus largos cabellos, que simbolizaban un voto de abstinencia. Sansón se casó con la filistea Dalila, una espía encargada de encontrar el punto débil del héroe. Al enterarse de que la fuerza de Sansón residía en el cabello, Dalila se lo cortó mientras dormía, y así sus enemigos pudieron atraparlo.
Ponerse los pelos de punta
¿Pero existe una conexión científica entre el cabello y la percepción? Después de todo, el cabello está compuesto de keratina muerta, una proteína que sigue creciendo incluso después de que una persona ha sido enterrada, al igual que las uñas. Técnicamente, el cabello no transmite ni recibe nada, pero los folículos pilosos conectados a la piel sí que están vivos y transmiten información al sistema nervioso, como parte del tacto.
En los animales, es sencillo notar ciertos cambios en el carácter a través del cabello. Cuando tu perro se enoja, el pelo del lomo se le eriza, lo mismo que cuando los gatos se ponen agresivos o se asustan. Esta expresión no es gratuita, pues tiene la función de hacerle creer a los depredadores o posibles enemigos que el animal es más grande de lo que realmente es y, por ello, potencialmente más agresivo. El pelo es, pues, parte del sistema de defensa en una situación de peligro.
En términos verbales, la palabra “horripilante” describe exactamente lo que ocurre con el pelo cuando nos enfrentamos a una situación en extremo desagradable. De hecho, horripilante quiere decir literalmente “que pone los pelos de punta”, y proviene de las palabras latinas horrere (erizarse) y pilus (pelo o cabello).
El cabello como indicador de clase
El cabello también ha sido un atributo de clase en distintas culturas. Los egipcios comenzaron con el uso de las pelucas para las clases altas y el rapado completo para sacerdotes y esclavos. Las mujeres de Creta empezaron a darle volumen al peinado, así como a complementarlo con adornos artificiales para acentuar la “altura” económica. El hábito de teñir el cabello se estilizó en Roma, al igual que el uso de las pelucas. Los pelirrojos naturales han sido objeto de todo tipo de supersticiones a lo largo de la historia. El corte militar en los hombres se volvió popular en las legiones romanas, ya que de esta manera se evitaba que el enemigo tomara del cabello al soldado.
En la Edad Media, era de mal gusto que las mujeres casadas mostraran en público su cabello, especialmente en las clases acomodadas, por lo que se comenzó a utilizar el velo, que tenía una función similar a la de la burka o niqab musulmana de hoy en día, que cubre incluso el rostro de las mujeres de los países árabes más tradicionalistas.
Así como el volumen, la ausencia de cabello también ha sido todo un hito en la moda capilar. Cortar el cabello de los enemigos o sostener sus cabezas cortadas era una forma de humillación, como en los sistemas penitenciarios modernos, en donde es obligatorio cortar el pelo de los presos por razones higiénicas, lo cual, sin embargo, también funge como un dispositivo de control de la expresión personal (es decir, de la libertad).
Isabel I de Inglaterra impuso una tendencia al depilarse parte de la frente y los contornos del rostro en el siglo XVI, lo que inició el auge de la depilación, que incluso en nuestros días divide a las personas por motivos políticos. A principios del siglo XX, la igualdad de derechos políticos entre los sexos dio pie al corte garçonne en los años 20, al igual que a las flappers, que llevaban el cabello corto.
Desde los años 60 del siglo pasado, dejarse crecer el pelo de las axilas, las piernas y la zona púbica ha sido reivindicado por ciertas alas del feminismo como una expresión de rechazo y rebeldía contra el patriarcado dominante.
El pintor surrealista Salvador Dalí afirmaba que los bigotes puntiagudos tenían la misma función que un par de antenas para recibir mensajes más allá del espectro visible. Aunque esta excentricidad es difícil de probar, la barba en los hombres ha sido vista como señal de virilidad y potencia sexual en muchas culturas, como los vikingos y los galos, quienes la llevaban larga y a menudo trenzada.
Hoy en día, incluso los cortes de cabello más desaliñados indican una conciencia de cómo nos perciben los demás. Salir a la calle cuidadosamente despeinados también es un motivo estético, así como una posición frente a la moda.