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Evgeny Morozov estudia, piensa y escribe sobre las formas en las que la tecnología de la información inciden en la política, la economía y la cultura. En 2011, mientras Occidente esperaba que Twitter terminara con regímenes autoritarios a través de revoluciones ciudadanas, Evgeny publicó el libro “El desencanto de Internet”. Allí cuestionó la tesis imperante del momento: que la expansión de Internet y las redes sociales llevaría a todo el mundo (nuestras) nociones de libertad y democracia.
El tiempo le dio la razón.
Nacido en Bielorrusia, Morozov se encuentra en Argentina presentando un trabajo que realizó durante dos años: una investigación sobre el proyecto CyberSyn, que culminó en el podcast “The Santiago Boys”. Con entrevistas a sus protagonistas, The Santiago Boys cuenta la historia del intento del gobierno de Salvador Allende por crear una infraestructura digital para controlar la producción de las empresas nacionalizadas por el gobierno. Un proyecto que llegó a estar activo y que cayó junto al gobierno, tras el golpe de Pinochet que cumplió, esta semana, 50 años.
The Santiago Boys no es sólo un ejercicio intelectual de memoria histórica. CyberSyn es, para Morozov, un intento de vincularse a la tecnología desde otro enfoque intelectual y construir un mundo material distinto. Sobre ese desafío, los nuevos que presenta la inteligencia artificial, el mundo virtual y el material y su proyecto (The Syllabus) hablamos en esta entrevista.
Si tuvieras que resumir, ¿en qué consistía Cybersyn?
Hay muchas leyendas urbanas sobre esto, gente que habla de una “internet socialista”. Pero en realidad fue un proyecto muy lógico y muy racional. El objetivo era ayudar a los cuadros técnicos-administrativos del Estado chileno a gestionar las empresas que el gobierno había nacionalizado. Al gobierno de Unidad Popular le faltaban gestores, managers de empresas. El gobierno de EEUU, a través de su embajador, hizo todo lo posible por generar más obstáculos a esa gestión, difundiendo falsas noticias como que no se iba a dejar salir del país a los ingenieros para provocar que se vayan del país. Entonces, el objetivo de Cybersyn fue utilizar los medios de comunicación, en este caso la red télex, que ya existía en Chile, y dos computadoras que trajeron para este proyecto, para analizar los datos procedentes de las fábricas. Cada fábrica tenía un modelo particular, desarrollado por los propios trabajadores que conocían los procesos productivos y los indicadores, y las computadoras analizaban los datos que llegaban al punto central. Con eso era posible hacer intervenciones en tiempo real para evitar problemas económicos en la producción.
¿Cómo llegaste a la historia de CyberSyn?
Hace unos quince años el proyecto fue redescubierto por Eden Medina, una historiadora que trabaja en EEUU. Eso produjo un efecto intelectual y político fuerte para las fuerzas políticas actuales que están buscando modos de disputa frente al poder creciente de Silicon Valley y las plataformas digitales. Ahí se necesitan modelos inspiradores para tener una visión política y geopolítica sobre qué hacer.
¿Y qué visión aporta Cybersyn?
Es un proyecto muy útil para eso porque tenía una visión alternativa de la utilización de infraestructuras digitales, insertadas en un modelo económico y geopolítico diferente. Esto también es un elemento central del proyecto. Hoy en día muchas fuerzas progresistas hablan de innovación digital, tecnológicas, sin politizar ese debate. Como si la tecnología fuera neutral y nosotros tuviéramos que discutir qué hacer para adaptarnos a los imperativos de ese mundo. En el caso de este proyecto, los imperativos fueron decididos por el propio gobierno. La tecnología, la infraestructura cibernética, estuvo puesta al servicio de un proyecto económico y político diferente.
¿Qué fue lo que te llamó la atención de la historia de Cybersyn?
Creo que las fuerzas progresistas, de izquierda, necesitan construir sus propios mitos en el mundo tecnológico y digital. Hay ausencias, errores cometidos seguramente, pero no hay muchos proyectos históricos de este tipo que tengan algo para enseñarnos.
¿Cybersyn llegó a estar activo?
Claro. El último elemento importante del proyecto era la sala de operaciones, donde siete personas, gerentes pero también trabajadores y sindicalistas podían analizar los datos que llegaban para tomar decisiones. Ahí hay un elemento político interesante porque el objetivo no era automatizar la toma de decisiones, como actualmente es en el mercado, con una tendencia a automatizar incluso la toma de decisiones. En este caso, Stafford Beer, que fue el consultor inglés a cargo del proyecto, tuvo siempre en mente este elemento, que la decisión humana esté en última instancia después de un debate político.
Stafford Beer es uno de los protagonistas de esta historia. Después de la investigación que hiciste, ¿por qué te parece que dejó todo en Inglaterra para sumarse a este proyecto?
A nivel personal hubo una motivación muy fuerte porque Beer, en los años ´60, había intentado crear algo similar en Europa pero el gobierno siempre lo rechazó. Lo mismo en los ámbitos empresariales. Creo que al principio no sabía mucho sobre Allende, sobre Chile y sobre la experiencia de Unidad Popular. Nunca había tenido simpatía con las experiencias socialistas. Pero cuando llegó a Chile comenzó a entender un poco sobre el debate político, económico, geopolítico y en dos años cambió su perspectiva ideológica de un modo radical.
¿Cómo fue recibido el proyecto en la política y en la sociedad chilena?
Hay que destacar el papel de un funcionario muy importante del gobierno chileno que se llama Fernando Flores, que fue quien convocó a Beer al proyecto. Flores concibió la iniciativa y ayudó siempre a protegerla frente a la burocracia chilena. No fue fácil porque hubo una resistencia cultural, política e institucional muy fuerte. En el ´72, con la huelga de transporte contra el gobierno de Allende, se aceleró el intento golpista. Flores y su equipo habían estudiado los conceptos y las teorías de Beer y lograron responder de manera eficaz a ese intento, a través de la red de télex. La sala de operaciones todavía no estaba implementada pero los otros elementos intelectuales y técnicos ayudaron mucho a Allende a sobrevivir la crisis de gobierno. Eso produjo efectos ambiguos para el proyecto. Por un lado, Flores logró ocupar cargos políticos más influyentes. Pero, a la vez, eliminó al único que protegía el proyecto en el gobierno chileno. Después de la huelga, ellos pensaron que el pensamiento cibernético iba a llegar al gobierno y no pasó. Instituciones como CORFO, la agencia pública de fomento de la producción, hicieron todo para bloquear el proyecto. Y eso fue una tragedia porque fue imposible terminar la implementación de la sala de operaciones, conectarla a la red de computadoras y télex.
¿Y cómo terminó el proyecto?
La crisis política que vino después, con ataques terroristas, con inestabilidad, produjeron la sensación de que el proyecto no era adecuado, que no era útil para el país. Y antes del golpe ya había entrado en una crisis fuerte. La visión más utópica, que estaba más presente sobre todo en los primeros meses del gobierno de Unidad Popular, no logró hacer entender a la tecnología como un instrumento geopolítico, en el contexto de la Guerra Fría.
¿Cómo jugó ese contexto?
Las fuerzas opositoras a Allende como la empresa de telecomunicaciones ITT, la CIA o Patria y Libertad lograron aprovechar la tecnología para desestabilizar al gobierno de Allende. Hablo de “dark tech” como metáfora perfecta para explicar este elemento geopolítico: estos actores pueden ayudar con la planificación y desarrollo de infraestructura pero también pueden ayudar a crear las condiciones para un golpe de Estado.
Los Santiago Boys imaginaron un futuro digital distinto con la tecnología al servicio de la democratización de las sociedades. ¿Es posible hoy pensar eso?
Bueno, pensarlo siempre es posible. Implementar una política digital diferente al enfoque tradicional del modelo neoliberal, donde el único objetivo es crear más mercados, más oportunidades para el consumo, es una misión más difícil. Necesitamos una lectura más política y geopolítica de la tecnología. También más estratégica. Es evidente que las plataformas digitales hoy tienen un papel imposible de entender si no pensamos la presencia que tienen en la vida cotidiana. Google, por un lado, es un servicio proveedor de e-mail, de búsqueda, pero al mismo tiempo ofrece servicios de infraestructura. Son servicios que cuestan mucho y muchas empresas gastan incluso más dinero que los Estados en investigación y desarrollo. Por eso, no alcanza con cambiar nuestra percepción sobre las plataformas digitales. Es necesario también crear programas para financiar un desarrollo alternativo. Para eso necesitamos entender por qué es fundamental un desarrollo alternativo.
¿Y por qué lo es?
En muchos casos, la izquierda continúa pensando estas plataformas como herramientas o plataformas de comunicación que tienen problemas importantes, como las fake news, la desinformación. Pero no se logra entender esta conexión entre las plataformas y el mundo de la economía, la estrategia industrial y el mundo de las telecomunicaciones. Y así se ignora el potencial de estas plataformas para crear otro mundo económico. El objetivo de CyberSyn no fue crear otro mundo digital o tecnológico, eso fue un objetivo secundario. El objetivo principal era crear otra economía, donde el Estado pudiera gestionar algunas empresas de un modo más eficaz que el mercado con la ayuda de la tecnología, del télex. La disyuntiva no es siempre entre mercado o planificación soviética. En el caso de CyberSyn apareció una tercera opción: utilizar el potencial de planificación, la modelización matemática, la cibernética y los datos para gestionar el mundo de un modo mejor.
¿Qué enseñanzas deja un proyecto así?
Decidí llamar al podcast The Santiago Boys porque sabemos mucho sobre sus adversarios, los Chicago Boys. Ellos tuvieron una visión ideológica muy fuerte en la que la tecnología tuvo una lógica de desarrollo autónoma, como una consecuencia de mercado. Pero entonces aparecieron unos economistas, tecnólogos, diseñadores e ingenieros que trabajaban con Salvador Allende y que tuvieron una visión muy diferente de la tecnología, que les permitió utilizar las tecnologías más sofisticadas y avanzadas de la época sin pagar nada. Normalmente, en América Latina, en Asia, en África, se paga por usar las mismas tecnologías que los europeos o Estados Unidos. Creo que los economistas cercanos a Allende lograron articular esta nueva visión y eso es una enseñanza positiva. Un rol muy importante lo tuvo una institución muy importante que fue la CEPAL, junto a sociólogos brasileños como (Fernando Henrique) Cardoso, que estuvieron en Santiago de Chile en este período. Creo que podemos hablar de una escuela intelectual, de tecnología, como contraproyecto de la Escuela de Chicago. Por eso creo que The Santiago Boys tiene una importancia hoy, por el legado de esta escuela.
¿Cuál es ese legado?
La idea de que es posible desarrollar tecnologías diferentes, resistir la lógica de mercado. Pero todo eso necesita un enfoque estratégico y una comprensión de la tecnología como geopolítica por otros medios. Ellos tuvieron esta lectura de la tecnología que hoy en día no existe. Nosotros miramos a Silicon Valley y pensamos que la tecnología es sólo la consecuencia del trabajo en una startup, sin entender que hay un ecosistema político.
¿Cómo es ese ecosistema?
Es un ecosistema neoliberal, sí, pero con los militares, con Wall Street, con el Estado. El que creó esta infraestructura, en Estados Unidos, fue el gobierno. Eso fue lo que intentó hacer Allende en Chile y fue el último que buscó crear ese mundo tecnológico, no solo en Chile sino a nivel regional con el Pacto Andino.
¿Ves hoy alguna experiencia similar, aunque sea a pequeña escala pero con la misma filosofía?
Observo algunas tendencias interesantes, por ejemplo, en Brasil. Hay una discusión que empezó este año después de los eventos de enero en Brasilia, con la toma del Planalto, donde las redes sociales tuvieron un papel importante en la coordinación de esa invasión. Estuve en Brasil, hablando con dirigentes políticos, senadores, diputados y creo que perciben la existencia de conexiones entre este mundo de la comunicación, el mundo económico y la estrategia industrial. Hay discusiones, por ejemplo, sobre cómo crear una regulación de las empresas de inteligencia artificial, donde los datos que ellos usen puedan ser compartidos con las instituciones públicas locales. Ese debate existe, no sé a dónde va a llegar, pero es importante articular las razones por las cuales necesitamos dar esta discusión. Necesitamos poder contestar el modelo por default, el modelo inicial, preferido por las empresas. Para eso se necesita un proyecto regional en América Latina, articulado entre países que quieran oponer algo de resistencia al modelo neoliberal de la tecnología. Pienso en Brasil, Colombia, Chile, veremos qué pasa este año en Argentina. Pero si esos países quieren evitar los problemas del mundo digital van a tener que dar este debate.
¿Qué puede aportar América Latina a ese debate?
El problema de la desigualdad es un problema muy presente en la economía digital. Porque los dueños de la propiedad intelectual, los proveedores de datos, de inteligencia artificial, tienen más poder que nosotros. Creo que los países de la región tienen que articular un marco de cooperación internacional. Y que eso tiene que ayudar a financiar desarrollos propios. Porque los costos de desarrollo son altos y hay que desarrollar inteligencia artificial de manera pública. Sino pasa algo como lo que ocurre con la empresa que controla ChatGPT y que se sirve para su entrenamiento de publicaciones académicas de acceso abierto financiadas con dinero público. Entonces, los países terminan pagando dos veces: para producir los datos que entrenan a la inteligencia artificial y después para comprar los servicios desarrollados usando esos datos. No hay mucha diferencia entre eso y el modelo de exportación de materias primas desde la región, donde es posible producir y exportar litio pero no las baterías o desarrollos posteriores.
¿América Latina hoy es proveedor de datos que funcionan como la materia prima de la inteligencia artificial?
Claro, es lo que está sucediendo. Por eso decidí pasar mucho tiempo releyendo los textos clásicos de la teoría de la dependencia, porque es el único marco analítico intelectual claro con el cual podemos analizar las dinámicas principales de la economía digital. Es evidente que las plataformas digitales situadas en países del Norte global tienen mucho más poder y logran aprovecharse de los países que no tienen esos desarrollos.
Escribiste en 2011 el libro “Los desengaños de Internet”, con una visión crítica sobre Internet como una herramienta de democratización de las sociedades. ¿Qué balance hacés sobre los desarrollos posteriores en la red y su impacto en esas sociedades?
El mensaje principal de ese libro, publicado hace 12 años, era que el mundo digital con su propia lógica no existe. Hay procesos geopolíticos, económicos y estratégicos que moldean el mundo digital. Entonces, en un mundo donde el capitalismo, el neoliberalismo, la financiarización, la privatización tienen más poder, me parece improbable que la democratización pueda llegar vía las plataformas digitales que son controladas por esos mismos poderes. Es muy difícil continuar con esta lógica, con esta visión utópica. Y Silicon Valley lo entiende bien. Pero siempre hay nuevas tecnologías que abren nuevas fronteras de utopismo como Metaverse, como la inteligencia artificial generativa o las criptomonedas. No hablamos más de redes sociales, de blogs, pero la retórica y la ideología sobre eso continúa igual. Con enemigos diferentes: ahora para las criptomonedas el enemigo pueden ser las instituciones públicas, como el Banco Central, que ahora está discutido en Argentina.
¿Y qué desafíos todavía permanecen desde entonces?
El libro tuvo mucho impacto en la discusión pública. Pero no tuvo mucho impacto a nivel práctico o político. Sin desarrollar otras infraestructuras, otros proyectos, con un enfoque y objetivos diferentes, con una política más radical de democratización desde abajo, contestar la ideología de Silicon Valley solo con retórica es inútil. Yo tengo un proyecto como The Syllabus que busca articular otra lógica y mostrar que es posible hacer proyectos, iniciativas digitales diferentes, sin los recursos ilimitados de Silicon Valley. Lo hicimos con un equipo muy pequeño que podrían replicar instituciones públicas como bibliotecas o universidades.
¿En qué consiste The Syllabus?
Es un servicio sin fines de lucro que intenta crear otro modo de curar los flujos de información. Pero información relevante, de nivel intelectual. Entonces, hay muchos podcasts, videos de charlas académicas, presentaciones de libros, documentos y, sobre todo, artículos académicos. Y son materiales que se publican todos los días y nadie ve porque las redes sociales, la dinámica de los buscadores, están diseñados para la promoción de otro tipo de contenidos. Nosotros utilizamos algoritmos pero también curadores humanos para examinar ese material y producir una versión bien curada sobre sesenta temas en seis idiomas. Cada semana hacemos ese trabajo para mostrar que los algoritmos utilizados por Google, Facebook, YouTube y Twitter tienen un papel, una misión. Y esa misión normalmente es aumentar el lucro de las plataformas sin necesariamente aumentar el nivel del debate público. Otro tipo de algoritmos, desarrollados por sectores públicos, podrían ayudar más en esa misión. Nosotros intentamos ilustrar que eso es posible: que las instituciones públicas no tienen excusas para no hacerlo.
Es un pequeño CyberSyn de la cultura.
Exactamente.
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