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Mientras escribo me pregunto cómo será mi rostro del futuro. Si en el próximo minuto abro TikTok y me animo a usar el filtro “aged” podré saberlo con lo que, promete ser, bastante precisión. Desde la adopción de redes sociales como Snapchat, la cultura de internet incorporó el hábito o moda de superponer imágenes sintéticas al propio cuerpo con el objetivo de jugar, sorprender y seducir. En otras palabras, las técnicas de visión por computadora se adhirieron al repertorio de lo que vemos y hacemos en la cotidianeidad digital, con una tendencia hacia el cuerpo cyborg, híbrido entre máquina y humano.
El uso de los llamados “filtros” de las redes no vino sin preguntas críticas y disputas políticas. Desde distintos ángulos, han surgido alertas sobre la privacidad de datos biométricos, la existencia de sesgos raciales y de género en los algoritmos de reconocimiento facial y el reforzamiento cultural de estándares de belleza hegemónica. En los últimos días, los reclamos gremiales que el colectivo de actrices y actores de Hollywood realiza frente al avance de la inteligencia artificial en la producción de imágenes sintéticas señala una nueva versión del conflicto, que rodea a la apropiación cultural de las tecnologías emergentes y que concierne, también, a la idea del cuerpo cyborg.
El carácter multifacético de los algoritmos se pone en marcha actualmente en diversas aplicaciones de la industria cinematográfica y se suma al abanico existente de efectos especiales: con el retoque de las imágenes, la recuperación de la voz, o la recreación incluso total de un cuerpo que ya no está en nuevas películas y series. Esta posibilidad, que venden startups como Deep Voodoo o Wonder Dynamics, ha sido ya aplicada al caso de intérpretes como Harrison Ford, Val Kilmer o Carrie Fisher, y forma parte de una serie de innovaciones sociotécnicas que, con mayor o menor éxito comercial y social, reenvían a una indiferenciación entre el plano de lo físico y supuestamente original y el plano de lo virtual y supuestamente adulterado. Entre ellas, el metaverso, la realidad aumentada y la inteligencia artificial generativa.
En el caso de los reclamos gremiales recientes, la preocupación se vincula con los riesgos que traería la automatización del rol actoral para los puestos de trabajo, el empobrecimiento de los contratos laborales (que excede a la inteligencia artificial y concierne al modelo de negocios de las plataformas de streaming), y una pérdida de autoría frente al uso expoliativo de la imagen propia.
Propongo tres claves para situar la discusión sobre el uso de medios sintéticos en Hollywood. Primero, la larga historia de los llamados fenómenos mediáticos y la mediatización del cuerpo propio. Segundo, la pregunta por la extensión o duplicidad del yo online, e incluso de la sobrevida digital. Tercero, los temores vinculados con la inteligencia artificial como un ente autoproducido y autónomo.
En primer lugar, los fenómenos mediáticos. Para Eliseo Verón, la historia de la mediatización, central en lo que constituiría “lo humano”, es la historia, no-lineal, de la exteriorización de procesos cognitivos. La escena de la película 2001: Odisea del espacio, recreada por otro lado en Barbie, en la cual un primate ve en un hueso la posibilidad de un útil para romper otros huesos, es un buen ejemplo del proceso cognitivo materializado en un soporte. Los fenómenos mediáticos son entonces los motores de esa exteriorización: la herramienta de piedra, la escritura, el libro impreso, el sonido registrado, la imagen grabada.
Siguiendo a Verón, presentan dos características centrales: son persistentes en el tiempo (porque su soporte es no evanescente) y autónomos respecto de sus productores y receptores. En ese sentido, viajan y, al hacerlo, permiten que el sentido materializado circule y que se produzcan alteraciones de escala espacio-temporales. Quizás sea útil conceptualizar a la producción de imágenes sintéticas de las actrices y actores como un nuevo fenómeno mediático: el del cuerpo cyborg, recreado en pantalla a partir de rastros de un cuerpo existente (en el presente o incluso en el pasado). Como todo fenómeno mediático, sería persistente en el tiempo y excedería a sus productores (o a sus “originales”, en este caso). En su alteración de escala, produciría una pérdida del aura vinculada con la actuación o el cuerpo original, el del intérprete — ese cuerpo aurático que suele concentrar las miradas de los festivales de cine, las alfombras rojas, los paparazzi, y los fans.
En segundo lugar, la pregunta por la extensión o duplicidad del yo online, e incluso de la sobrevida digital. En 1993, una caricatura de Peter Steiner publicada en la revista New Yorker tematizaba una de las promesas de internet: la del anonimato y la doble vida. En el cómic, un perro sentado frente a una computadora le decía a otro perro, que lo observaba: “en internet, nadie sabe que sos un perro”. Treinta años después, la idea del anonimato y la libertad de ser otro parece haber perdido centralidad cultural cuando hablamos del entorno digital. Sin embargo, el debate nos reenvía a una pregunta no menor para pensar la relación entre cine e IA: el de si nuestro yo virtual es el mismo, o equivalente, a nuestro yo “físico”. En otras palabras, ¿el self que escribe en Twitter, publica en Instagram, y aparece representado en un avatar de Netflix es el mismo self que firma una hoja de papel, se saca una foto en la calle, y mira un afiche publicitario en la vía pública?
A lo largo del tiempo, la literatura académica (y los usuarios mismos) pasaron de la hipótesis del yo desdoblado a la de un yo extendido, incluso cyborg, donde se hibridan cada vez más los entornos físicos y digitales, y donde no es posible marcar una línea divisoria clara entre la subjetividad offline y online. Davide Sisto, por ejemplo, analiza el fenómeno de la supervivencia digital luego de la muerte física, corporizada en perfiles no cerrados de personas fallecidas, en testamentos digitales o en asistentes de voz que recrean la voz de un ser que ya no está.
El fenómeno reenvía al debate sobre Hollywood y la inteligencia artificial, porque tiene que ver con un proceso cultural más amplio de progresiva indiferenciación entre lo presencial y lo virtual, el cuerpo físico y el digital, pero lo excede también, ya que abarca el sinfín de contenidos audiovisuales biográficos que juegan con la mímesis, con consecuencias problemáticas para la capacidad de réplica y agencia del representado. Tal es el caso, por ejemplo, de la película Blonde y su representación de la vida de Marilyn Monroe.
En tercer lugar, los temores vinculados con la inteligencia artificial como un ente autoproducido y autónomo. La historia de la apropiación de las tecnologías de comunicación e información muestra por lo menos dos tendencias. Por un lado, los ciclos de pánicos morales, que surgen a la par de nuevas tecnologías y se reciclan con el surgimiento de otras. En esos ciclos, la narrativa suele permanecer constante: ciertos dispositivos desplazarán a los humanos y a los valores éticos y morales que se consideran deseables para la sociedad en cuestión. Por el otro, la no-linealidad de los usos y no usos.
Tecnologías como el teléfono de línea, por ejemplo, fueron imaginadas en su surgimiento como enfocadas en el entorno del trabajo y de las grandes organizaciones pero fueron apropiadas por usos que no necesariamente apuntaban a la coordinación laboral sino a la sociabilidad: llamar para hablar y nada más. En ese sentido, en los últimos meses hemos visto un sinfín de discursos sobre la inteligencia artificial generativa con cierto corte de pánico moral y linealidad: se asume así que la IA es un ente indiferenciado, autoproducido y autónomo que viene desde afuera y nos impactará con consecuencias inesperadas, en forma de cascada. Pero la clave, quizás, sea pensar en esta apropiación cultural sin caer en pánicos morales, determinismos tecnológicos, y considerar, por ejemplo, en conceptos paradojales como el de la “última milla de la automatización”, que describen Mary Gray y Siddharth Suri, y que consiste en que por cada nuevo problema resuelto por machine learning surge un nuevo problema sólo resoluble por un ser humano.
Pensar a la relación entre cine e inteligencia artificial en clave de fenómeno mediático, de extensión del terreno físico al digital, y de lectura en clave (no)determinística, puede ayudarnos a iluminar que la mediatización profunda que atravesamos se construye (destruye y reconstruye) día a día por las sociedades, que a su vez transforman los modelos de pensar y hacer sentido sobre esas construcciones.
Las luchas gremiales que estamos observando en estos días exhiben el carácter profundamente político, y no-lineal, de los modos en que se dirime el entorno digital y se piensan los límites del cuerpo, su representación, su persistencia y su autonomía.
CENITAL