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Dudo que se acuerde mucha gente. Honestamente, yo lo he hecho por influencia de terceros. ¿Recordáis Yo, el halcón? Sé que, a priori, puede parecer un especial de Jara y Sedal o las memorias de Heinrich Himmler, pero no. Es una película y trata de un camionero. En la década de 1980 a los norteamericanos les dio mucho por los protas camioneros, como Kurt Rusell en Golpe en la pequeña China. Imagino que por lo de la Hermandad internacional de camioneros, los líos con Teamsters Union acusado de sucursal de la mafia y todo eso.
El asunto es que Yo, el halcón va de un tipo que para recuperar el afecto de su hijo al que abandonó años atrás debe participar en luchas. De primeras, uno pensaría: “¿Pero cómo va a recuperar el menda los lazos paternofiliales a base piñatas?”, luego ves que está protagonizada por Sylvester Stallone y todo cobra sentido. Stallone es a la bizarradas cinematográficas lo que Damien Hirst al arte contemporáneo; cualquier delirio cobra sentido si viene acompañado por su nombre. Y, cuidado, que no he mentado lo mejor… ¿He dicho luchas? Perdón. He olvidado especificar. No se trata de luchas cualesquiera… Hablamos, nada más y nada menos, que de luchas de pulsos. No es lo más raro ni lo más patético que, seguro, habréis visto, pero es la excusa perfecta para hablar de esas actividades de las que nadie espera gran cosa, más allá del entretenimiento esporádico, y que sorprendentemente terminan en competiciones con premios de jackpot.
La vida ha dado mucho mundo en estas vueltas. Aunque los pulsos siguen de moda (en YouTube no paro de comprobarlo), otras luchas han surgido. Batallas indirectas, edificadas sobre catapultas digitales, en las que hay mucho en juego. Y no vengo aquí a hablar de torneos de League of Legends, Overwatch o Fornite. Esos son el MMA de las peleas electrónicas. Aquí se viene a desvelar el exotismo. Aunque parezca mentira, y de verdad lo parece, hay videojuegos más pasados que el yogur (sin llegar a obsoletos) que cualquiera diría que han abandonado su pasada virulencia y, sin embargo, mueven miles y miles de billetes. Viejos vicios que ocuparon portadas y las memorias de tres cuartos de los smartphones del planeta pero que, con los años, han ido resbalando al olvido. O, al menos, es lo que superficialmente se pensaría…
Si os digo que puedes ganar miles y miles pavos con el Candy Crush, ¿cómo os quedáis? Y no es ningún flashback. Efectivamente, hoy, bueno, mejor dicho el 25 de mayo de 2023, un tahúr del Dulce Aplastado podrá embolsarse más de lo que cuesta un Mercedes EQS; de esos que brillan mucho y parecen sacados de Minority Report, atizándole con buen ojo al caramelo. Dicen las malas lenguas que Celia Villalobos está entrenando para la contienda con la música de Rocky a todo trapo unas seis horas al día… Personalmente, confío en su victoria, sería una prueba tangible de la eficacia práctica del dinero del contribuyente. Así que… ¡A por ellos, Celia!
El torneo, llamado Candy Crush All Star, tiene toda una serie de pormenores que pueden comprobarse en esta página web, pero aquí lo sorprendente del encuentro son los galardones asociados: “Los diez mejores jugadores serán invitados a participar en la final, que se celebrará en Londres el jueves 25 de mayo, donde tendrán la oportunidad de ganar una parte del premio de 250.000 dólares, uno de los tres deslumbrantes anillos de campeón con incrustaciones de diamantes y un montón de recompensas del juego”. ¡250.000! ¡Anillos de diamantes! Hostia, a mí me suena más a bolsa de un combate de boxeo en Las Vegas que de una partida a un juego que invadió las tablets de medio planeta hace un lustro.
Lo cierto es que, aunque la actividad del Candy Crush no sea tan vociferante como antaño, no dejamos de hablar de un juego que ha movilizado a 3.700 millones de personas desde 2012. Se quiera o no, aunque sea por rebufo, costumbre o apego, millones han resistido apegados a los niveles desbloqueados y a los botines conseguidos. No todo quisqui se actualiza a la velocidad que exigen las novedades en ocio digital.
De entre ellos, de los que se han resistido estoicamente el desenganche popular del Candy Crush, así como de los que aspiran a calzarse en el dedo uno de esos anillos de Princesa de los Caramelos, tenemos a Clara Shen. Esta joven púgil española afincada en Madrid ambiciona despachar aspirantes a la victoria en la contienda que se avecina.
Chen comenzó a jugar un par de años después del estreno del juego. Luego lo dejó. “No recuerdo por qué paré, la verdad. Lo que sí sé es que lo retomé en primero de carrera y ya van 6 años que no paro de jugar”, afirma la candycrusher. Cuando le pregunto qué la llevó a jugar y a seguir, Chen destaca: “Se trata de un juego muy sencillo y fácil. La estrategia está bien planteada además para que te atasques lo justo en ciertos niveles y sientas un gran alivio al superarlos. Sin ser un juego complicado, llegas a sentir mucha satisfacción al subir posiciones”.
Las declaraciones de Chen me llevan a pensar en dos cosas. Por un lado, en la teoría de juegos aplicada. Una estrategia bien pertrechada de incentivos que motiven para continuar pero que no desesperen hasta el abandono. Por otro lado, pienso en mi abuelo. En las películas de vaqueros, que me decía eran sus favoritas porque durante ese intervalo de hora y media su mente se desentendía de sus dramas telúricos para hundirse en la fantasía. “El Candy Crush, como todo estos juegos, creo, tienen la ventaja de que despejas la mente. Creo que por eso la mayoría de los jugadores son padres o madres de cuarenta para arriba. De hecho, para mí el Candy Crush es un juego generacional que se ha convertido en un clásico”.
Y, sin lugar a duda, si en juegos de mesa tenemos el Monopoly o el Risk, en juegos de smartphone tenemos el Candy Crush. No obstante, Chen admite no haber tenido objetivos reales con el Candy, más allá de un pasatiempo, hasta que, afirma: “Me enteré de que existía esta competición. Desde entonces sí que me lo tomo con más dedicación y juego unas dos o tres horas al día. Al fin y al cabo, se me da la oportunidad de ir a Londres gratis e, incluso, ganar un buen dinero”.
No sólo de pan vive el hombre, que diría Jesús, mi cuñado, y lo mismo ocurre con los juegos digitales. Muchos alcanzaron las cimas de la obsesión colectiva. Algunos tuvieron tanta influencia que se hicieron películas basadas en ellos. Como el Angry Birds, que de haber sido interpretada por Stallone hubiera sido: Yo, el pájaro cabreado, y que fue retirado de la tienda de aplicaciones en 2019 aunque, por presiones de los fans, la compañía volvió a dejar disponible la versión original de las catapultas plumíferas hace justo un año.
Otro que causó una histeria global a la altura de un concierto de Aitana en un instituto de San Clemente de Llobregat, fue el Pokémon GO. En 2016, de pronto, las calles se llenaron de cazafantasmas. Parecía que se habían acabado todos los antipsicóticos de España. La gente saltaba de alegría tras su móvil debajo de los puentes, o sobre ellos, en obras sin terminar, parques, azoteas, todo fue bastante caótico. A las famosas muertes por selfie, sumamos entonces las muertes por Pokémon GO. Una cifra incalculable, claro, pero que, en los años de trayectoria del juego, supera con creces las 1000 personas. No obstante, como decían al comienzo de la película Ted, de Seth MacFarlane, “por muy grande que sea el revuelo que causes en este mundo, seas el mismísimo Justin Bieber, o un osito de peluche parlante, tarde o temprano a la gente se la sudará…”. Y si bien así parece que ha ocurrido con el Pokémon GO, al igual que lo parecía con el Candy Crush, aún quedan aldeas pobladas por irreductibles devotos de Pikachu que resisten a la decadencia.
Guillermo Miranda no se ha bajado del carro desde que empezó. Él siempre ha sido fan de la saga y, en su día, sintió como el espejismo de un sueño realizado poder ir por las calles cazando sus adoradas criaturas de infancia. “Al trabajar en una cocina salgo muy tarde y el Pokémon GO me ha permitido, desde que salió, airearme, callejear”, me dice con tono profesional. “Sé que hay gente que empezó a jugar por moda y lo dejó, pero mucha otra, más de la que crees, sigue comprometida con Pokémon”.
Y ríete tú de chats de amistades o aplicaciones de citas… Si resultaba sorprendente saber que el Candy Crush disponía de una cartera de atención como para mover 250.000 dólares en premios, el Pokémon GO ha regalado, y regala, algo mucho más importante que el dinero: la amistad y el amor… “Creo que la gente ha seguido jugando porque conoces a otras personas, montas grupos y creas encuentros. De hecho, llevo 6 años con mi novia y la conocí gracias al juego. Y no es un caso puntual, sé de muchas parejas que se conocieron por el juego, aunque ya no jueguen”. ¡Romanticismo al cuadrado! En esta era telemática y digital, es mucho más original contar que te has emparejado por el Pokémon GO, que por Tinder, que es como decir que te gusta la pizza o el helado; lo raro es lo contrario.
Ojo, porque si Chen es aspirante a un galardón bien dotado, Guillaume no se queda atrás. De hecho, estamos hablando de uno de los integrantes del primer equipo de Europa en Pokémon GO, así como uno de los administradores de la web de estadísticas más importante del juego a nivel España. Sus ambiciones hace tiempo que dejaron de ser conocer gente nueva pues, como él mismo afirma: “ahora gente nueva hay muy poca. Es más bien la gente de siempre”. Lo cual no quita para que haya buenas expectativas. “La mayoría de los eventos que se crean no perciben compensación económica, salvo para tu cuenta. Lo que sí es cierto es que, si ganas estos eventos, se te paga el viaje para los mundiales de Japón”. Lo cual, dicho sea, no es moco de pavo. Porque aunque un viaje a Londres como el de Chen suene goloso, irte de turismo Pokémon a Tokio con todo pagado también supone una pequeña fortuna.
Las tendencias van y vienen. Algunas se desvanecen definitivamente. Otras, resisten hoy y siempre al olvido invasor. Algunas no alcanzan a triunfar. Otras, mantienen altas sus cotas de atención con increíble resiliencia. Los juegos de smartphone son otro puzle más de la caja de las aficiones en esta nuestra vida ociosa. Y ciertas piezas son pedazos de un pastel que, sorprendentemente, a pesar de parecer caducado, todavía conserva muchos fans y guarda sacos de oro en su interior. No es bueno, por tanto, prejuzgar. Dar por muerto. Entonar la extremaunción antes de tiempo. Esta es una buena lección que puede extraerse de esto. Vale que en un mundo tan globalizado, loco y destartalado como este resulta pueril decir que algo es imposible, más allá de hacerse las de Superman. Pero venga ¿quién iba a pensar que había un cuarto de quilate en juego por jugar al Candy Crush? Para bien o para mal, la vida nunca deja de sorprendernos… (salvo esta última frase, que era de lo más previsible).
Galo Abrain. RETINATENDENCIAS