Por: Oleg Yasninky
Uno de los principales objetivos del proyecto neoliberal, que además es su método, es la atomización del ser social –humano– en mil esquirlas esquizofrénicas de pseudolibertades y pseudoindependencias personales.
Podemos buscar los ejemplos más burdos. No hemos visto nunca ningún comercial o publicidad de ningún negocio promocionando algo colectivo, intangible, locamente desapegado del fetiche material, aunque sea disfrazado con mil promesas espirituales. No. El asunto es bastante más sencillo. Desde muy temprana edad, nos enseñan a distinguir el mundo de nuestras fantasías del «mundo real» y este mundo real suele ser explicado como una carrera, una competencia hacia una meta llamada «éxito», y en este mapa que nos presentan y obligan a seguir, hay muchos continentes intencionalmente omitidos, tales como la vejez o la muerte, que siguen siendo tabúes en la civilización occidental.
Parece que todo está hecho para que evitemos hacernos algunas preguntas. Para que no descubramos que los momentos de felicidad más grandes en nuestras vidas poco o nada tenían que ver con nuestra situación económica de entonces. Prefieren tenernos siempre en pequeñas metas materiales con el gran vacío esperando después de lograrlas.
Es interesante analizar estos procesos en el ámbito laboral. La enorme mayoría de los mortales trabajamos para satisfacer nuestras necesidades económicas, algunos pasando por realidades muy crudas y apremiantes. Varias veces, más allá de la indemnización o de los resultados económicos de un negocio propio, nos sentimos satisfechos con algo que hicimos bien hecho, lo que nos da la felicidad de saber que la motivación material no es la única. Y también, a veces, nos pasa como a mí ahora, esta sensación de inspiración viva, cuando les escribo estas palabras. Me siento de regreso a Latinoamérica, donde pasé la mayor parte de mi vida, o con un pedacito de Latinoamérica en algún lugar de mi mundo en Moscú, con las personas que conozco y quiero. Sin prisa y con una total confianza, conversamos de tantas cosas que vamos descubriendo en este camino.
Sé que alguien verá en estas palabras «la propaganda de Putin». Otros, los más estudiosos, encontrarán una falta total de rigor científico y un caos mental imperdonable para el periodismo serio. Algunos en sus críticas tendrán una u otra razón. Pero lo importante es que juntos estamos construyendo este espacio de compartir y sentirnos muy cerca, mucho más allá de no vernos físicamente, de no estar siempre de acuerdo en todo y de no exigirnos perfecciones inexistentes. Pero este placer de la conexión humana siempre es la fuente inspiradora de mis palabras.
Nos enseñan a no confiar en los demás ni en nosotros mismos, y si seguimos haciéndolo, entonces es que no hemos entendido los principios básicos de las nuevas reglas de la modernidad. La falta de principios es declarada «flexibilidad», el oportunismo es «la capacidad de adaptarse a las nuevas condiciones» y la falta de sentimientos de asco y responsabilidad es nombrada «hedonismo».
Todo parece ser una evasión. Mil tareas importantes desde el momento de despertar, las emergencias más urgentes, todo para no tener que mirarse al espejo antes de salir al mundo.
Parece que la idea de lo «individual» fue una trampa mental para convertirnos en una masa de soledades incapaces de conectarnos con mundos que llevamos dentro. Cuando «el librepensador» del siglo antepasado abandonaba su iglesia, su familia, su sindicato o su partido para construir su «mirada independiente», en su ingenuidad, él seguramente no podía ver que para nuestra naturaleza de seres sociales, el único verdadero desarrollo personal posible es mejorando y profundizando nuestras interrelaciones con los otros seres humanos, que sin el espejo del otro simplemente no tenemos cómo vernos y que para descubrir y cumplir nuestra misión en este mundo, debemos junto con otros aprender a construir relaciones de interdependencia, complicidad y armonía. Como la felicidad humana siempre es un mal negocio para el sistema, ahora nos mantienen en masa la gran parte de nuestras vidas mirando las pantallas de los dispositivos electrónicos, para que ojalá no veamos el de al lado y, en lo ideal, ni recordemos de nuestra existencia.
No es cierto que detrás del impenetrable y oscuro manto de la historia anterior no haya habido momentos de luz. En algún momento, nuestros ancestros aprendieron a compartir y ponerse de acuerdo. Sin esto, habrían sido devorados por bestias prehistóricas y nunca habríamos abandonado las cuevas. Tal vez en este caminar de las cuevas, muchos hacia las chozas y algunos pocos hacia los palacios, se produjo el primer desvío que la prensa y los políticos con los años supieron explicar y justificar utilizando los conceptos sobre la «naturaleza humana», muy convenientes al poder para eternizar su cómodo statu quo.
El sistema anula la base de la sociedad humana: la antigua búsqueda de un acuerdo social, que emana de los valores, los principios y las ideas acerca del bien común. El triunfo de las utopías individualistas que se nos inculca desde el momento de nuestro nacer en la sociedad capitalista es justamente el «fin de la historia» buscado por el poder, para condenar a los humanos a una muerte de soledad y vacío.
El factor político clave para resolver el problema es el amor. Después de tantas telenovelas, historietas, cómics y mil cátedras de hipocresías de todo tipo, que todos conocemos muy bien, esta palabra suena tal vez incluso peor que las palabras «democracia», «libertad», «justicia» o «derechos humanos». Lo sé. Pero coincidamos que la pobre palabra no tiene la culpa y que no nos queda otra que seguir abusando de ella, mientras no encontremos alguna mejor (o si el amor llegara a ser una norma de las relaciones humanas, tal vez, desaparecería por innecesaria). Y entonces… los que saben algo del amor dicen que no existen amores ni grandes ni pequeños, ni románticos, ni infelices, ni ardientes, ni malditos. Dicen que existe solo el amor como algo completo, absoluto, íntegro, que no aguanta los adjetivos, ni necesita la literatura.
En una sociedad emocionalmente fracasada, que es un paraíso para los sicólogos y guionistas de teleseries, no se puede hablar de casi nada en serio. Nunca he sabido cómo explicar por qué el amor no «se hace», no «se busca» ni mucho menos «se reclama», pues son conceptos profundamente ofensivos y equivocados. Tratando de evocarlo, hablo de otra cosa. Debe ser como una manera de ubicarse en el mundo, sin piel, uniendo todo lo que llevamos dentro con el infinito que nos rodea, buscando las palabras, las miradas y los silencios que son abrazos, y unidos con los de otros son una revolución.
El sistema hace todo por desintegrarnos y fragmentarnos. Cada vez le sobramos más. Las extrañas enfermedades, los remedios peores que las enfermedades y las armas de destrucción masiva cumplen la misma función que los plasmas que nos ofrecen soledad y vacío. Nuestro deber es volver a relacionarnos como humanos y recuperar nuestra esencia colectiva, algo sin lo cual simplemente no tendremos hacia dónde avanzar.
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