PRESSENZA · Ecología y Medio Ambiente
El pasado día 9 de octubre de 2022, en la Real Academia Española y estando presentes todos los académicos y autoridades científicas del saber y de las artes, así como diversos políticos, José María Bermúdez de Castro Risueño tomó posesión del asiento K, con un discurso titulado “Naturaleza, cultura y evolución”, jamás pronunciado en la RAE. Con una determinación profunda de sus palabras dichas sin tapujos y claramente, nos mostró el gran parentesco que poseemos con las dos especies de grandes simios más cercanos a los humanos, como son los chimpancés y los bonobos.
Muchos de los allí presentes pusieron sus ojos como platos y otros se removían en sus asientos ante lo que se estaba diciendo. Palabras jamás pronunciadas en un acto académico de tanta envergadura y dichas por un gran científico co-director de los yacimientos de la sierra de Atapuerca, declarados Patrimonio de la Humanidad, premio Príncipe de Asturias, escritor, paleontólogo, biólogo, descubridor de Homo antecesor y además también asesor científico del Proyecto Gran Simio.
Nos dio una lección de humildad y nos bajó de nuestro trono antropocentrista, comparando muchas de nuestras capacidades cognitivas con las de los grandes simios y anunciando de forma taxativa y contundente que, entre nosotros y ellos, solo nos separa un suspiro.
Nos aclaró que: «Linneo clasificó en primera instancia a los seres humanos junto a los monos en el grupo de los Anthropomorpha, al no encontrar ninguna diferencia orgánica distintiva que nos situara en un lugar privilegiado». Tras las grandes críticas que recibió de muchos de sus contemporáneos, «…que no podían aceptar a los monos como creados a imagen y semejanza de Dios», en su décima edición Linneo tuvo que crear el orden de primates, en la que los humanos estarían dentro. «El nombre no fue elegido al azar» —nos cuenta José María—, ya que en latín primus significa el primero o el principal», aunque no obstante, seguía compartiendo su privilegiada clasificación con los simios antropoideos, o también llamados grandes simios. «Linneo nunca dejó de recibir críticas por su osadía, al considerar que los seres humanos deberíamos ser tratados como una especie más entre los miles que pudo describir y nombrar», concluye José María.
Explicó ante los oyentes, algunos de ellos perplejos, que la cultura es un conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico, según el diccionario académico: «Para la inmensa mayoría de los miembros de nuestra especie, la cultura nos hace humanos y nos diferencia de los demás primates». Compara después nuestras diferencias físicas con los chimpancés: hemos perdido la mayor parte del pelaje, somos bípedos y nuestro cerebro ha triplicado su tamaño, entre otros caracteres. Prosigue José María en otra de sus frases: «Pero hace tan solo un par de décadas, la genómica impulsó un cambio en la clasificación de los seres humanos y los simios antropoideos. Compartimos un porcentaje tan elevado de nuestros genes con los chimpancés, cercano al 99 por ciento, que no tiene sentido seguir empeñados en clasificarlos en una categoría taxonómica distinta de la nuestra. Las especies Pan paniscus (bonobos), Pan troglodytes (chimpancés) y Homo sapiens formamos ahora parte del mismo rango taxonómico: los homininos…».
Ante este claro llamamiento en la mismísima casa de la Real Academia Española por parte de un gran científico, el Darwin de nuestros días, expresó que: «en este sentido, las dos especies de chimpancés son nuestra referencia obligada y en términos evolutivos nos separa de ellas un suspiro temporal».
Para ello, expuso ante los presentes una serie de cualidades que juntos compartimos en nuestros caminos evolutivos. Ante los oyentes, cada vez más sorprendidos, explicó que la RAE considera que: «la política es la actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos». José María explicó que «…humanizamos la política considerándola como un arte y la elevamos a la categoría de doctrina. Pues bien, los chimpancés también practican la política». Se escuchan risas y miradas los unos a los otros entre el público. Frans B.M. de Waal, catedrático de la universidad estadounidense de Emory, en Atlanta, nos ha enseñado mucho sobre la forma en la que los machos alfa consiguen y mantienen su poder. No es indispensable la fuerza sino las alianzas entre machos, lo que permite que uno de ellos lleve la dirección. Los que le ayudan recibirán un trato especial: «¿Tal vez una especie de soborno? Se ganan también el apoyo de las hembras si besan a sus hijos. Y nos dice José María: ¿Acaso no hemos observado un comportamiento similar entre los humanos aspirantes a ganar unas elecciones presidenciales?». De nuevo risas y miradas asintiendo.
José María prosiguió: «Las alianzas entre machos y hembras pueden cambiar en función de las circunstancias del momento ¿A qué nos suena todo esto? Aún en las democracias mejor asentadas de los diferentes pueblos de la Tierra, el partido político no es sino una representación del macho alfa, puesto que quienes pertenecen a ese partido se comportan como una unidad. Las alianzas, las intrigas, enredos, etc., forman parte de la actividad política. No existen diferencias cualitativas entre nosotros y la especie Pan troglodytes. No hemos inventando casi nada, aunque nuestros métodos sean diversos y muchos más sofisticados».
Su voz es clara y concisa, le apoya su experiencia y sus largos años de investigación y búsquedas de la evolución humana, y ve claramente que los chimpancés y bonobos son un fiel reflejo de nosotros mismos y compartimos un mismo ancestro común dentro del linaje de la familia de los homínidos.
También reflejó la territorialidad de nuestra especie, una conducta que se ha ido transmitiendo a lo largo de la filogenia humana a través de los tiempos, al igual que los chimpancés que, mientras ellos se limitan a los alimentos, nosotros hacemos añadidos de aquellas materias primas que nos permiten incrementar lo que denominamos producto interior bruto. Creamos conflictos armados, aclara Bermúdez de Castro ante la RAE, o discursos repletos de falacias y de argumentos no siempre bien fundados. Los chimpancés, en las patrullas de sus territorios, también practican la violencia contra otros grupos de su misma especie. Sin embargo, los bonobos son más pacíficos y evitan los conflictos con saludos y abrazos. En los chimpancés la jerarquía es exclusiva de los machos. En los bonobos esta jerarquía recae en las hembras.
La metacognición, nos sigue diciendo este gran científico que ha aterrizado en la Academia, parece una forma elevada de pensamiento que implica un alto nivel de conciencia. Permite, por ejemplo, gestionar procesos cognitivos simples en un proceso de mayor complejidad y desarrollar estrategias propias para un mejor aprendizaje. Es una capacidad de los seres humanos para reflexionar sobre sus propios pensamientos. Pues bien, los chimpancés y otros simios antropoides también tienen metacognición, como se ha comprobado en infinidad de estudios publicados en revistas científicas prestigiosas.
Igualmente, sigue exponiendo José María en su discurso, que nosotros tenemos sensación de mortalidad y consideramos que este rasgo es exclusivo de nuestra especie. Pero se ha demostrado que los patrones de comportamiento de los chimpancés son exactamente los mismos que los nuestros según apoyan estudios como los realizados por la primatóloga Alexandra G. Rosati, de la Universidad de Michigan. Cultivan la amistad para ser protegidos cuando envejecen: «Todo parece indicar que el afecto personal entre dos seres humanos procede de tiempos tan remotos que también ha llegado hasta los chimpancés».
Bermúdez de Castro prosiguió ante un silencio sepulcral de la sala, donde los académicos parecían estar en uno de aquellos debates que Darwin protagonizó junto a sus colegas y que lo descalificaban por anunciar nuestro acercamiento con los grandes simios, prosiguió diciendo que otro aspecto cognitivo que también consideramos exclusivo de nuestra especie, como es el sentido de la justicia, también se ha observado en los chimpancés y bonobos. Frans de Wal los ha observado durante años y ha comprobado que ellos también tienen empatía, siguen a rajatabla las reglas sociales del grupo y tienen un sentido muy claro de la equidad en el reparto de los recursos. Las hembras suelen intermediar cuando se producen peleas entre dos machos. Se ha podido observar a hembras desarmando a un macho para evitar el daño que podía provocar en otro. También se ha visto a chimpancés adultos que reaccionan con indignación cuando ven que otro espécimen hace daño a una cría. Ante todo ello estamos ante una conducta adaptativa a favor no del individuo, sino de todo el grupo. «Esta es la misma esencia de la moral humana», aclara José María con ímpetu y determinación.
Nuestro Darwin de la Academia continuó su discurso afirmando que podemos añadir a la lista una cierta cantidad de rasgos que compartimos entre nosotros y los chimpancés y bonobos. Por ejemplo, tanto ellos como nosotros nos reímos a carcajadas y sonreímos ante determinadas situaciones. Muchas de las expresiones faciales que representamos en los simpáticos emojis también están presentes en la cara de los chimpancés cuando manifiestan diferentes emociones. Aquí algunos presentes en la sala también sonrieron asintiendo las palabras del nuevo académico.
José María nos aclara, en su revelador discurso, que los chimpancés prefieren la comida cocinada: «Si hubieran conseguido dominar el fuego, como hicimos nosotros hace menos de un millón de años, estoy convencido que estos primates cocinarían sus alimentos antes de consumirlos». Igualmente hizo referencia a su impresionante memoria fotográfica, sin olvidarse de citar al bonobo Kanzi, que ha llegado a controlar hasta 200 unidades léxicas y su significado correspondiente, a comprender oraciones gramaticales simples y a comunicarse con facilidad con sus cuidadores y su entorno humano. Kanzi es, además, un verdadero experto en la fabricación y uso de utensilios de piedra: «Si aceptamos que las costumbres y tradiciones forman parte de lo que entendemos por cultura, cabe entonces debatir sobre la posibilidad de que este concepto pueda aplicarse a los chimpancés y tal vez a otros primates».
Ya existen numerosos estudios científicos que no deja lugar a duda de que la cultura, tal como se entiende el concepto hoy en día, no es propiedad de los humanos, sino de los grandes simios, otros primates e incluso otras especies. José María explica: «Los expertos sospechan que existen cerca de 40 tradiciones exclusivas adquiridas de manera social por los chimpancés, que podríamos considerar como un tipo de cultura incipiente en estos primates»” y afirma rotundamente que: «Con sinceridad pienso que el rechazo absoluto del determinismo biológico no puede implicar la negación de que somos una especie más de la biosfera, con nuestra correspondiente dotación genética».
Termina José María su gran llamamiento en el centro mismo de la casa de la cultura y ante personas muchas de ellas sorprendidas por sus afirmaciones, con una gran crítica a nuestra especie que se cree única y que sin embargo nos hemos vuelto hostiles incluso con nosotros mismos Tras coger el testigo de Darwin y yendo más allá de lo que este dijo al mundo, advirtió: «La cultura ha sido una adaptación muy beneficiosa para nuestra supervivencia, pero se nos está yendo de las manos. Nos alejamos de la naturaleza o simplemente negamos la necesidad imperiosa de mantener un equilibrio razonable con el medio. Ya estamos pagando un alto precio por ello. […] Debemos aceptar que la complejidad cultural ha creado un medio hostil incluso para la propia especie que lo ha creado. […] Espero y deseo que muchas mentes competentes unan sus capacidades para crear un ente superior capaz de proponer un modelo totalmente diferente al actual».
Ante este magnífico discurso de José María ante la Real Academia de España, quedó muy claro el mensaje de nuestro parentesco con los grandes simios. Ante ello, la sociedad en general, los científicos de diferentes ramas y el propio gobierno deben replantearse muy seriamente el trato abusivo que los humanos damos a nuestros hermanos evolutivos, encerrándolos en jaulas para disfrute y negocio de empresas de entretenimiento, cortándoles su libertad y su cultura, dejándolos aislados como cromos sin vida al perder todo el sentido de sus vidas. Incluso como muchos estudios plantean, el chimpancé y el bonobo deberían pasar a ser miembros también de nuestro propio género “Homo”.
Se necesita, sin duda, una ley que proteja a los homínidos no humanos de la barbarie de mantenerlos encerrados, donde permanecen muchos de ellos con graves problemas psicológicos. No es cultura para nuestros hijos el llevarlos a un lugar donde se comercia con ellos. No es cultura verlos tirados en sus instalaciones, aburridos, sin nada que hacer porque todo se les es dado. No es cultura reírnos de las gracias de seres que sufren la cautividad, seres de los que solo nos separa un leve suspiro temporal, como hemos escuchado en las palabras de José María. No es cultura ver al resto de los seres vivos en jaulas ni ver delfines y orcas encerradas en las pequeñas cárceles de agua obligándolas a realizar acrobacias impropias de su estilo de vida.
Las palabras dichas con gran solemnidad por José María, el Darwin de nuestros días, deben de hacernos cambiar de conducta, abrirnos los ojos y mostrar nuestra empatía con todas las especies, pero en particular con las más cercanas a nosotros. Las Naciones Unidas deberían promulgar sus derechos básicos y ser declarados por la UNESCO patrimonio vivo de la humanidad para que así puedan seguir su camino evolutivo paralelo al de los humanos, sin que los tengamos que explotar, encarcelar o destruir sus poblaciones. Sería verdaderamente un gran paso para retomar nuestra vida con la naturaleza y el comienzo de visionar nuestro entorno, y sus seres vivos, como parte indiscutible de la propia existencia de la humanidad.
Fuente: Por Pedro Pozas Terrados, PRESSENZA.COM