Antes las escuelas cerraban en verano. Ahora, en Rosario 184 establecimientos mantienen abiertas sus puertas en plenas vacaciones sólo para dar de comer. Las raciones que el Ministerio de Educación distribuye en enero para la ciudad y alrededores llegan a 32.823, unas 23 mil menos que durante el resto del año, pero todos saben que si aparecen más chicos con hambre también se les sirve un plato de comida. Uno de esos casos es el de la Escuela 756 del barrio Las Flores, donde 450 pibes se anotaron para el almuerzo, aunque en lo que va de enero las raciones se estiraron bastante más, hasta superar la mitad de la población escolar del establecimiento.
Ayer, como cada mediodía, unos 520 nenes y jóvenes mamás recibieron lo que suele ser su única ingesta fuerte diaria. Los que tuvieron más hambre atrasado hasta pudieron repetir y aun después de que terminó el almuerzo quedó armada una mesa para los que siguieron llegando. «Venimos a comer acá porque los gobiernos no dan trabajo y los papás entonces tampoco consiguen trabajo y muchos chicos tienen que andar pidiendo por la calle o si no ir a buscar comida a un comedor», razonó implacablemente Débora, de apenas 10 años, mientras esperaba que llegara su plato de arroz.
La postal del comedor de Las Flores es sólo una de las 184 que se repiten en Rosario durante las vacaciones. Para dimensionar lo que significa que se repartan casi 33 mil raciones nada más que en los comedores escolares, basta saber que en los últimos 6 años éstas aumentaron el 275 por ciento. En enero del 97, por ejemplo, durante el receso estival se servían 12 mil platos diarios, casi la tercera parte de lo que se distribuye hoy.
Al sol del mediodía
Ayer, a medida que el sol del mediodía iba cayendo más a pique sobre las humildes casas de Las Flores, las calles fueron quedando cada vez más vacías. En Caña de Ambar 1632, sin embargo, se veía una multitud. La mayoría eran chicos, pero también se veía ajetrear a un grupo de mujeres que colabora diariamente con el almuerzo en la Escuela José María Serrano, la misma que hace poco más de un año vio caer asesinado a Claudio Lepratti, empleado en ese mismo comedor.
El caso de la escuela 756 tiene características especiales: es la única de la provincia que además de ofrecer el almuerzo en vacaciones también hace de colonia, con una pileta que les cambia la agobiante rutina del verano a los chicos del barrio. Allí reciben, primero, un desayuno con chocolatada. Después, cuando los juegos en el agua les vuelven a abrir el apetito, afortunadamente llega el almuerzo, que cubre la principal comida diaria para 520 chicos y algunas madres, incluso también alumnas de la escuela, que asisten con sus bebés.
Ese es el caso de Rocío, 14 años, y de Enzo, su bebé, de apenas uno, con quien ayer compartía su guiso de arroz. Ella cursa el 9º año de la EGB. Los cálculos no fallan: fue madre a los 12, con suerte 13 años. Vive con su papá, que no tiene trabajo, y otros siete hermanos. «De noche no comemos, solamente a veces, cuando conseguimos algo que nos dan en una casa», contó cándidamente Rocío.
Un caso similar es el de Marta, que con 24 años ya tiene cinco chicos, todos comensales en la misma mesa. «A veces de noche tomamos mate cocido, si no pasamos de largo», dijo. Carina, otra madre sentada enfrente, confirmó que irse a dormir «con la panza vacía» ya se ha hecho costumbre.
Mientras tanto, las mesas se fueron llenando de chicos y con la misma velocidad también empezaron a vaciarse. Los muy hambrientos incluso recibieron una doble ración. El enjambre de celadoras y jefas de hogar que colaboran con el comedor de la escuela sirvieron rítmica y organizadamente la comida para que los lugares alcanzaran. Pan, un plato de arroz con carne, papas y un poco de verdura, ciruelas como postre, a granel. Las jarras de agua estaban para servirse.
En el almuerzo de ayer, muchos nenes quisieron contar por qué van al comedor en pleno verano. El denominador común es la falta de trabajo de sus padres o el argumento de que el plan Jefas y Jefes no alcanza para darles de comer a sus numerosos hermanitos a lo largo del mes.
La mayoría dijo, además, que muchas noches se van a dormir sin cenar. «Cuando no tenemos comida mi mamá se va al trueque, si no tomamos mate cocido», dijo Giuliana (12). Maximiliano (11) contó después que empezó a ir al comedor cuando su familia, con 10 chicos, «no tenía para comer». Por suerte, aseguró, su papá consiguió empleo en una carnicería. «Ahora a la noche sí comemos», dijo, con su bocaza alegremente llena.