Villa Gobernador Gálvez. – El ingenio y la pasión de un grupo de docentes está haciendo posible que los alumnos de un barrio populoso de esta ciudad adquieran competencias laborales en tecnologías de última generación. Con computadoras recicladas y elementos de desechos los estudiantes construyen simuladores a pequeña escala como elevadores o circuitos de semáforos, con la inserción laboral como horizonte. En medio del entusiasmo y el esfuerzo hay una convicción tácita: están dando batalla por la igualdad de oportunidades. Pero para seguir necesitan sumar colaboradores al proyecto.
«Lo que está tirado en un galpón puede ayudarnos y también quienes tengan computadoras de cualquier generación en desuso pueden comunicarse con nosotros», explicó Adolfo Menéndez, jefe general de enseñanza práctica en la Escuela Nº 485 Vicecomodoro Marambio. El docente explicó que trabajan con computadoras recicladas en el proyecto denominado «Funcionamiento lógico de mecanismos y circuitos». Entre los trabajos hay cintas transportadoras, elevadores, circuitos de semáforos y mezcladoras industriales que se activan con sistemas operativos.
Menéndez solicitó además accesorios, llaves, tomacorrientes, portalámparas y trozos de cable para instalaciones eléctricas. Estos elementos permitirán realizar prácticas en pequeñas casitas didácticas donde los alumnos adquieren experiencia sobre el tema. «El alumno resuelve problemas, crea condiciones y propone alternativas», describió el docente.
Y todo en medio de la crisis
En medio de la crisis, alumnos y docentes deben redoblar los esfuerzos para que los chicos puedan hacer trabajos prácticos que antes podían realizar en distintas fábricas del lugar. «Las fuentes de trabajo desaparecen, por lo menos esa es nuestra realidad. Antes los alumnos compartían la escuela con una práctica afuera pero ahora, ¿dónde consiguen trabajo?», se interrogó Menéndez, quien relacionó la falta de empleo con un hecho insólito: Ricardo Marino(*), un hombre que maneja muy bien los sistemas operativos, tiene sin embargo un plan para jefes de hogar desocupados. «Ricardo estaba cortando yuyos en la escuela. Nos enteramos de sus aptitudes y conocimientos y ahora nos da una mano con las computadoras», relató el jefe de enseñanza práctica.
«Cada día nos preocupa más -admitió el docente- crear situaciones de aprendizaje para nuestros alumnos que no pueden pagar ni una cuota de cooperadora. La realidad socioeconómica es muy difícil y por eso tratamos de resolver las cosas con ingenio. Los simuladores que hacen los chicos son de última generación, aunque los elementos de desecho no lo aparenten y las computadoras sean antiquísimas. Hacemos control numérico computarizado en el campo de la metalmecánica para que practiquen los chicos de los primeros años».
Entre los colaboradores que acercaron elementos está la Cooperativa Telefónica, que aportó todos los materiales para los trabajos de electrónica. «Sacamos cosas de los sótanos y las ponemos a funcionar», afirmó el profesor de informática Eduardo Podestá, quien aseguró que la experiencia también les permite a los alumnos «aprender un idioma de programación para controlar los distintos mecanismos». Pero no todo se agota en el taller; las experiencias se articulan con otras materias.
Para Podestá, el objetivo es adiestrar a los jóvenes en métodos de programación para que cuando en un trabajo se encuentren con sistemas nuevos sepan cómo posicionarse. La escuela tiene unos 500 alumnos y la infraestructura para proponerle a la Municipalidad reparar sillas y bancos. Un 40 % del alumnado son mujeres y, según Menéndez, «muchas hacen esta carrera porque no tienen otra posibilidad».
(*) Marcelo Kantor, Sergio Piedrabuena, Soledad Moreira y Luciana Cabral, tienen entre 13 y 15 años. Cursan el 8º año de la carrera de técnico electromecánico en la Escuela Vicecomodoro Marambio. «Nos gusta hacer las cosas por nosotros mismos y estamos aprendiendo a manejar la compu», comentaron. Las chicas, a pesar de estar en minoría (seis en un curso de 32), no se quedan atrás y manejan martillos y clavos como el resto. «Se defienden bien», responden sonriendo sus compañeros. «Yo quiero ser pediatra, pero quién dice, quizás entre en una fábrica. Por eso necesito aprender todo esto», dijo Marcelo, de ojos negros vivaces y respuesta resuelta. Otra oportunidad parece haber encontrado Ricardo Marino, quien llegó a la escuela cinco meses atrás para hacer contraprestaciones por el plan para jefes de hogar desocupados. Un día escuchó que hacía falta una persona calificada en computación para dar una mano en el taller. «Yo soy capaz de hacerlo», propuso. Y así le respondieron que ya no debía cortar más los yuyos.