¿Cuántos son los voluntarios y militantes que todos los días empujan iniciativas, ayudan a los vecinos, y se organizan con los compañeros de trabajo o estudio?
La acción cotidiana de personas y colectivos que construyen puentes de solidaridad pasa desapercibida para el ojo de funcionarios, empresas de la comunicación y abonados al “mainstream” autóctono. Ocasionalmente puede ocurrir que se lo destaque como hechos extraordinarios, y haya entrega de plaquetas, declaraciones de interés y una notita en el diario que servirá como recorte en una carpeta o en un álbum de facebook. Pero los otros 364 días del año volverán a ser anónimos e invisibles. No importa, si en definitiva el sentido de su militancia es hacer lo que hacen sin buscar recompensa ni premios.
Algunos dicen que la solidaridad “empieza en uno”, pero en realidad (la realidad vista desde esta perspectiva) comienza cuando se tiene registro-sensación del “otro”, entonces empieza en el otro y “termina en uno” si se completa ese círculo virtuoso de relación. Dar es mejor. Y, en vacilante confrontación con los valores de la época, la mayor satisfacción es haber ofrecido sin reclamar nada a cambio. Y estos voluntarios uno se los encuentra en el ámbito laboral, colaborando en las tareas comunes, siendo delegados gremiales, defendiendo nuestros derechos; en las aulas de escuelas y universidades; en los barrios junto a sus vecinos, o en consorcios y cooperadoras; en partidos políticos con vocación y compromiso social; en asociaciones civiles, en agrupaciones culturales… y en todos lados donde se exprese una necesidad para atender o un proyecto para compartir.
Desde las organizaciones de base surgen propuestas dinámicas, rápidas, innovadoras; a veces espontáneas y a veces de proyección a largo plazo. Se pueden institucionalizar o disolver, pero en un caso u otro van sedimentando escalones que servirán a quienes les sucedan en el camino.
Aunque no llegue a las “noticias”, ni los consulten en la toma de decisiones políticas, ni nadie los financie, hacen estudios, investigaciones, experimentos, reuniones, cursos de capacitación, actos públicos, ediciones, energías alternativas, descubrimientos… y construyen casas, se enamoran, ríen y lloran, tienen hijos y nietos, esperanzas, frustraciones, soledades, sueños y alegrías inmensas.
Todavía no llegó la hora de que estas convicciones y experiencias se conviertan en estilo de vida, pero tampoco se desvelan esperándola. Mientras tanto gestionan desde el llano. Hacen y dejan hacer. Porque, como dice el proverbio indio, “todo lo que no se da, se pierde”.