La última pelea dentro del Gobierno entre el ministro de Economía, Sergio Massa, y el jefe de asesores de la presidencia, Antonio Aracre, tuvo el mismo efecto sobre la cotización de los dólares financieros y la remarcación de precios que otros episodios anteriores de confrontación interna en la coalición oficialista.
Cada vez que el Frente de Todos entró en ebullición, el dólar blue y el contado con liquidación pegaron un salto, se agigantó la brecha cambiaria y se disparó la inflación. La falta de cohesión política en la fuerza gobernante fue y es un potente desestabilizador para la economía.
La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner aludió indirectamente a esta realidad en su clase magistral del último jueves, al apuntar a una de las debilidades principales de la experiencia del FdT en el poder: «Necesitamos un programa de gobierno para que nada vuelva a depender de una sola persona», advirtió.
Sin acuerdos sólidos respecto de cómo afrontar situaciones delicadas que presenta la economía nacional, para lo cual se requiere un diálogo aceitado entre los distintos actores que conforman la coalición y mecanismos institucionales que promuevan la participación y los contenga, lo que ocurre es que las contradicciones estallan y los problemas se agravan.
La incapacidad demostrada para procesar las diferencias de manera virtuosa se pagó estos años no solo con inestabilidad cambiaria y más inflación, sino también con la pérdida de legitimidad social de otras políticas que sí han funcionado y marcan diferencias cruciales con el proyecto de la derecha y la extrema derecha, ahora en ascenso más por las debilidades propias del oficialismo que por el entusiasmo que puedan generar sus propuestas.
El Frente de Todos no ha sabido poner en valor el giro sustancial que fue capaz de realizar en comparación con las políticas de Juntos por el Cambio ni los logros obtenidos gracias a ese cambio de orientación.
No es lo mismo que haya alta desocupación que generación de puestos de trabajo -hace dos años que la ocupación en relación de dependencia crece de manera ininterrumpida, más allá de que también aumentaron los puestos informales y la precarización monotributista-, se recuperaron miles de industrias y van treinta meses seguidos de creación de empleo en las fábricas -para lo cual fue clave el control de las importaciones y la política de créditos subsidiados-, la inversión privada alcanzó niveles record, se restableció la política de moratorias jubilatorias, las empresas públicas dieron pasos adelante, por mencionar solo algunos ejemplos.
Intervención cambiaria
La corrida contra el peso que empezó hace dos semanas cuando trascendió que Aracre tenía un plan para estabilizar el dólar y contener la inflación, lo que derivó en una nueva pelea dentro del gobierno y se propagaron los rumores de renuncia de Massa como ministro de Economía, empezó a contenerse luego de que el Gobierno resolvió desconocer uno de los condicionantes del acuerdo con el FMI y empezó a intervenir en el mercado de cambios.
Pero para que eso fuera posible, antes se tuvo que reacomodar la escena política. Aracre salió del gobierno, Massa recuperó autoridad, el kirchnerismo apoyó esa salida y Alberto Fernández convocó al presidente del Banco Central, Miguel Pesce, para avanzar todos en la misma dirección, a fin de utilizar las herramientas en poder del Estado para combatir la corrida. Desde la intervención en el mercado de contado con liquidación y el dólar MEP hasta la instrucción a la Comisión Nacional de Valores (CNV) y a la Unidad de Información Financiera (UIF) para poner en caja a los especuladores, pasando por una nueva suba de las tasas de interés. Con ello, la fiebre del dólar que parecía incontenible hasta el último martes hizo al menos una pausa.
El episodio es ilustrativo en dos planos. El primero es que resulta indispensable que el gobierno del Frente de Todos no repita el error de exhibir sus peleas a cielo abierto en un escenario de extrema fragilidad por la insuficiencia de divisas en un año electoral, en el cual la oposición no hace más que anticipar una devaluación o dolarización de la economía. Si antes de la sequía histórica el faltante de dólares era severo, con ese trastorno climático que le restará nada menos que 20 mil millones, casi el 25 por ciento de las ventas al exterior, el golpe es poco menos que demoledor.
La segunda lección es que el Gobierno, avanzando en un mismo sentido, consiguió torcerle el brazo a los tecnócratas del Fondo Monetario que rechazaban la intervención cambiaria. Con decisión política, esa medida se impuso al comunicado que hace apenas un mes presentó la número dos del FMI, Gita Gopinath, que expresamente establecía que el gobierno no debía gastar reservas por más que el dólar empezara a escalar.
Es decir, lo que diga el Fondo no es inamovible. Se puede modificar con fuerza política. Por supuesto que nada es tan sencillo y existen limitaciones objetivas con las cuales hay que lidiar, pero el caso rompe con la suposición de que el acuerdo es un manual de instrucciones que se debe acatar a rajatabla.
«Unidad hasta que duela» fue la premisa que guió a las fuerzas que constituyeron el Frente de Todos para rearmar al peronismo, con partidos y sectores aliados. Y esa unidad fue determinante para la victoria electoral sobre Juntos por el Cambio. Que el concepto no se haya podido sostener en la gestión de gobierno explica parte de las debilidades que padece el oficialismo en la actualidad. Superar esa falencia en los meses que quedan hasta el 10 de diciembre, y sobre todo no repetirla en caso de que el electorado conceda una nueva oportunidad, tiene que ser una enseñanza marcada a fuego.