En una entrevista que le hicieran a Guido en el año 1960, decía: «… que la búsqueda a través de imágenes, escorzos y formas, fue incesante.
Junto con Bustillo trabajamos día y noche para alcanzar el proyecto final cuya Torre y Proa fueron consideradas en el concurso de 1940».
Se extendió en pormenores del primer proyecto, salpicados de episodios, en ocasiones risueños y en otros dramáticos, recordando con gratitud y emoción el equipo de técnicos que colaboró en los trabajos.
El proyecto se elaboró en una suerte de taller de construcción precaria, recordando que veinticuatro horas antes de cerrarse el concurso, sobre un plano ya terminado, extendido en el tablero, cayó un ladrillo desprendido de las bovedillas del techo.
Hubo que rehacerlo en horas con las angustias del apurón.
Recordó agradecido a los dibujantes, mostrando preocupación porque no se olvidaran sus nombres.
«Trabajaron con insospechado entusiasmo y recuerdo con afecto los gratos momentos compartidos en el taller. <br<
Me acuerdo de los hermanos Carlos, Carmen y Enrique Rodríguez Dóndiz, Oscar Pujals, Pons Suárez, a los hermanos Eusebio y Manuel Chamorro, Nidia M. González y al arquitecto Roal A. Heit…».
Y así fue relatando acontecimientos desesperantes, dolorosos, amargos, desconocidos, por el público que hoy admira su obra.
Bien podría parafrasearse el gran esfuerzo que realizaron tantos rosarinos casi anónimos, con aquella afirmación de Miguel Ángel cuando criticaban o halagaban sus frescos de la Capilla Sixtina: «Todos hablan pero ninguno se da cuenta de cuanta sangre cuesta».
Con justicia debiera repetirse este pensamiento para el caso del Monumento Nacional a la Bandera