Los países desarrollados proponen proteger el 30 por ciento de la biodiversidad planetaria para el 2030. Expertos advierten que esa meta ya quedó atrasada.
Por Emiliano Ezcurra *. Página|12
Dentro de pocos días, cuando la pelota se encuentre rodando en Qatar, al mismo tiempo, en Canadá tendrá lugar la Cumbre del Convenio de Biodiversidad. Un verdadero mundial paralelo, cuyos resultados impactarán en el futuro del Planeta y en las condiciones en las que se desenvolverá la vida humana en las próximas décadas.
La biodiversidad es el conjunto de especies animales y vegetales que viven en un espacio determinado y garantizan, ni más ni menos, el equilibrio global de los ecosistemas de todo el planeta. Esto incluye tanto a las abejas que polinizan las plantas como a los bosques que filtran y purifican el aire y almacenan carbono. La conservación de la naturaleza se encuentra, a su vez, intrínsecamente vinculada con las posibilidades de mitigar el cambio climático, evitar nuevas pandemias, garantizar la provisión de agua potable y de energía y asegurar la producción de alimentos.
Así, mientras miles de millones de personas estarán pendientes de la magia de Messi, los países que suscribieron la Convención sobre la Diversidad Biológica (CDB) –entre ellos, la Argentina–, se reunirán en Montreal entre el 7 y el 19 de diciembre, en el marco de la quinceava Conferencia de las Partes (COP 15).
Entre los muchos temas en donde se buscarán acuerdos y consensos, se encuentra uno que es clave para definir las condiciones futuras acerca de los plazos, metas y objetivos para lograr un marco de conservación global concordante con las necesidades del Planeta y sus habitantes.
Conservación
Se trata de la meta de conservación, es decir el porcentaje total del planeta que deberá estar (o no) a salvo de la destrucción para garantizar la supervivencia de la Humanidad en las próximas décadas y también la de millones de especies animales y vegetales que conforman los ecosistemas que garantizan la vida.
Las posiciones se encuentran enfrentadas. La totalidad de los países desarrollados siempre son reticentes a comprometer esfuerzos y recursos financieros que afecten sus economías, o mejor dicho que impacten en los modelos atrasados sobre los que sostienen los análisis de viabilidad de sus economías. Por ello, promueven una meta conocida como 30×30, que se sintetiza como la idea de proteger el 30 por ciento de la biodiversidad (o de la superficie) planetaria para el 2030. Una minoría de los países en desarrollo también abonan este objetivo.
Sin embargo, existe un fuerte y creciente consenso científico, basado en múltiples estudios y evidencias, que consideran que la meta 30×30 ya quedó atrasada y que, si realmente se quieren reducir los impactos ambientales catastróficos asociados con el cambio climático y la extinción masiva de especies, es urgente subir la vara y establecer un piso de conservación del 50 por ciento de conservación del planeta para 2030.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), estableció en febrero pasado que para poder mitigar el impacto del cambio climático se necesita un rango de conservación del 30 por ciento a un 50 por ciento de la superficie planetaria. Por otra parte, una encuesta entre expertos en biodiversidad arrojó que el 76 por ciento de los sondeados cree que se debería establecer una meta ambiciosa del orden del 50 por ciento de conservación del planeta, mientras que un paper científico del 2020, utilizando metadata e imágenes satelitales de última generación, señalaba que para no exceder el aumento de temperatura de 1,5 grados, lo que implicaría un desastre climático de no retorno, se necesitaría conservar el 50,4 por ciento de la Tierra para el 2030.
Desde la pandemia, casi todos los artículos científicos sugieren metas mayores a la del 30 por ciento de conservación del planeta, usando rangos desde el 44 por ciento para la superficie terrestre o 45 por ciento para los océanos. Esos rangos son ahora utilizados por aquellos científicos que a principios de la década pasada abogaban por la meta del 30×30, aunque también es cierto que antes de la irrupción de la pandemia ya había consenso que una meta para conservar la mitad del planeta era el punto medio de consenso en la literatura científica y entre las diferentes miradas de sus autores.
Es por ello que el último Congreso Mundial de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, que tuvo lugar en Marsella en 2021, votó mayoritariamente una resolución haciendo un llamamiento a las naciones del mundo a conservar “al menos la mitad del planeta”, aunque todavía la mayoría de los países se rehúsan a adoptar esa meta. Ni más ni menos, esto es lo que se definirá en Montreal. Una verdadera final que quizás se defina por penales.
En Argentina
En el caso de la Argentina, el Gobierno se encuentra cada vez más asociado con las posiciones cercanas al 30×30, desconociendo el potencial de conservación que tiene el país y la oportunidad que, en términos de liderazgo regional, financiamiento internacional y esfuerzo propio, le representaría exigir una meta más ambiciosa y liderar la verdadera hazaña ecológica.
Hay muchas razones para afirmar que la Argentina es Mundial porque, al igual que en el fútbol, en biodiversidad somos potencia. La Argentina contiene y comparte junto con otros países la ecoregión del Gran Chaco, el segundo ecosistema boscoso más grande de América después del Amazonas y posee un conglomerado de climas que van desde la selva misionera hasta la cordillera. Alberga una fauna única de grandes mamíferos y uno de los pastizales templados más extensos del mundo en la Patagonia.
Argentina es además uno de los pocos países de ingresos medios que podría argumentar ser un acreedor ambiental, es decir que a pesar de los enormes desafíos y problemas ambientales que tenemos, aún hoy brindamos servicios ecosistémicos al mundo, por ejemplo; enorme superficies de nuestro país ayudan a la estabilidad climática a través de la captación y almacenamiento de carbono.
Incluso el país ya está haciendo un esfuerzo de conservación que no se encuentra valorizado y que le permitiría, sin más, proponerse como un campeón de la conservación, ya que se encuentra protegiendo su biodiversidad en una superficie mucho mayor que el 14,45 por ciento contabilizado en parques y reservas, y casi todo esto mediante recursos propios y escasos apoyos.
Por ejemplo, tan solo incorporando, si así lo permitieran las provincias claro está, las zonas amarillas de la ley de bosques, la Argentina podría sumar un amplio porcentaje de sus valiosos ecosistemas a la contabilidad de la biodiversidad global. No son áreas protegidas pero se califica como medida de conservación. Hay otras variables y estrategias que podrían ponerse sobre la mesa y que bien instrumentadas permitirían colocar a la Argentina en el lugar que le corresponde y que no está reclamando: el país podría ser una potencia ambiental y un referente ecológico global.
Argentina está para más. El mundo nos necesita y, si la definición fuera a los penales, cada voto cuenta y el nuestro puede ser decisivo. El país puede y debe liderar la transición global hacia una economía verde, inclusiva y sustentable. Argentina cuenta con todas las condiciones para ganar el campeonato de la biodiversidad.
* Director Ejecutivo de la Fundación Banco de Bosques. Ex Directivo de Greenpeace y punto focal para Argentina del Forest Stewardship Council. Fue Vicepresidente de la Administrativo de Parques Nacionales.