Ante el dogmatismo ideológico de los candidatos Kast y Jara aparece la esperanza, como sensibilidad hacia lo que todavía no se ha mostrado; una apertura: el lugar donde el futuro puede volver a empezar.
Por José Salvador Sanfuentes*
Chile define su futura gobernanza en torno a dos miradas teleológicas, es decir, basadas en la creencia de un destino manifiesto, en alguna futura “ciudad definitiva”: José Antonio Kast de inspiración religiosa conservadora y Jeannette Jara de visión marxista. De un lado el optimismo cristiano, la certeza de que Dios conduce la vida hacia su plenitud; del otro, el optimismo histórico-dialéctico, donde la historia avanza hacia el comunismo. Ante estos extremos ideológicos parece quedar excluido un camino distinto, liberal, incierto y no escatológico. Frente a ese dogmatismo, quizá vale la pena reflexionar con Han sobre la esperanza.
En una conferencia de Lisboa (2023), Byung-Chul Han aborda la esperanza desde un gesto metodológico típico de su pensamiento: la define por vía negativa, mostrando aquello que la esperanza no es. “A veces solo podemos acercarnos a lo esencial delineando su contorno desde la sombra”, escribió. En ese contraste poético, la esperanza aparece como una disposición distinta frente al tiempo. Han la sitúa en tensión con dos actitudes dominantes de la subjetividad contemporánea: el optimismo y el negativismo.
El optimismo, entiende Han, opera hoy como un dispositivo afectivo vinculado a la productividad: una exigencia de mantenerse motivado, proyectar seguridad, gestionar incluso las emociones bajo la lógica del rendimiento. El optimista moderno administra su ánimo como un recurso. Este optimismo estrecha el horizonte: busca anticiparlo todo, asegurar el futuro mediante el éxito o la autosuperación.
El negativismo, en cambio, clausura el porvenir por adelantado. Se protege mediante el desencanto, neutraliza la posibilidad de algo nuevo mediante la desconfianza radical. Es una defensa: renunciar antes de tiempo para evitar el riesgo. Allí donde el optimismo acerca el futuro para dominarlo, el negativismo lo empuja lejos para evitarlo.
Han concibe la esperanza como una disposición distinta. Una apertura, una disponibilidad ante lo venidero sin afán de control. La esperanza no presupone resultados ni adopta el tono de la renuncia; se mueve en un intervalo silencioso donde el futuro conserva su misterio. Es una sensibilidad hacia lo que viene sin apropiarlo, una atención a lo que aún no se ha mostrado.
La esperanza también dialoga con un horizonte de sentido: aquello que confiere valor a la existencia y articula la espera común. Ese horizonte no dicta un destino, sino que actúa como una sensación distante que congrega la mirada sin fijarla, un umbral compartido y cambiante donde la esperanza encuentra su modo de habitar el tiempo.
La propuesta de Han dialoga con tradiciones filosóficas que convoca explícita o tácitamente, desde Kierkegaard hasta Ernst Bloch. Para el primero, la esperanza es un salto más allá del cálculo; una forma de existir en tensión con lo desconocido. Para el segundo, cuya idea del “todavía-no” atraviesa toda la conferencia, la esperanza es un “sueño despierto”: no evasión, sino impulso anticipador hacia lo que aún no ha sido.
Hannah Arendt también ronda esta concepción al hablar de la “natalidad”: la capacidad humana de iniciar algo nuevo. La esperanza, en el sentido de Han, es esa condición arendtiana del comienzo: la afirmación de que el mundo puede volver a empezar incluso en tiempos de saturación. Agamben aparece en la crítica a la temporalidad acelerada: cuando el tiempo pierde espesor y se reduce a tareas, ya no deja lugar a la irrupción de lo inesperado.
La esperanza está asociada a una temporalidad distinta. No se despliega en el tiempo medido por métricas o eficiencias, sino en un tiempo más lento, capaz de dejar lugar a la irrupción. En la aceleración constante, la posibilidad de lo inesperado se adelgaza. Allí donde la espera se vuelve imposible, la esperanza se debilita.
Para Han, la esperanza nace a menudo de una falta o una herida, de la vulnerabilidad: no como sentimentalismo, sino como reconocimiento de que el mundo no está completamente asegurado. Ese reconocimiento abre un espacio interior que admite la aparición de algo nuevo.
Han se distancia de la idea de una esperanza puramente individual. La experiencia de esperar algo que aún no se ha mostrado suele desplegarse en vínculos donde el futuro se sostiene a través de otros. La esperanza surge donde se conversa, se acompaña o se cuida.
En un tiempo gobernado por algoritmos predictivos, métricas y autoexplotaciones, la esperanza aparece como una de las últimas formas de libertad interior. No se opone frontalmente a ese mundo; introduce otro registro, otra manera de relacionarse con el tiempo. Exige silencio, contemplación, desobediencia al ruido. Es un arte de habitar la incertidumbre sin desmoronarse.
Parafraseando el espíritu de Han: la esperanza es una sensibilidad hacia lo todavía no mostrado, un silencio que aguarda, un temple del alma que se inclina hacia lo venidero sin capturarlo. Es, en definitiva, una apertura: el lugar donde el futuro puede volver a empezar.
* Como académico, fundó en 1981, el Instituto Profesional de Comunicación y Diseño, que luego derivó en el Instituto Profesional Arcos, al cual se reincorporó como Rector desde el año 2006. Anteriormente ha sido profesor de las Universidades privadas Vicente Pérez Rosales y Arcis, de las cuales fue socio y Vicerrector y en la Universidad de Chile. Docente en las áreas de teorías del conocimiento, comunicación – acción y habilidades de aprendizaje. Consultor experto en formación en capacidad emprendedora, en liderazgo y trabajo de equipos, así como en gestión empresarial y de proyectos. Como emprendedor, sus primeras empresas fueron una imprenta “Llareta Ltda.” y una distribuidora de equipos y artículos para oficinas “DSD Ltda.” en la década de los setenta. Fundador de la empresa consultora “Gestión y Liderazgo S.A.” y exsocio en las empresas de tecnología y comunicaciones “Gulliver S.A.” y “Blue Company S.A.”. Participa en otras sociedades comerciales y corporaciones sin fines de lucro. Como político, en la juventud fue activo partícipe en la Unidad Popular de Salvador Allende y luego bajo la dictadura jugó un papel en la lucha por la democracia como Secretario general del Movimiento Democrático Popular, MDP y de la Izquierda Unida. Al llegar la democracia volvió a sus quehaceres educativos y apoya iniciativas del mundo progresista.
Redacción Chile
Nota Original en: PRESSENZA.COM




